El juzgado no aprecia riesgo, aunque una niña vuelva de las visitas con su padre con lesiones

Pese a los partes médicos, informes especializados y el relato de la menor, un juzgado de familia descarta cualquier situación de riesgo

Un juzgado permite visitas de una niña que ha verbalizado abusos por parte de su padre
KiloyCuarto

¿Qué ocurre cuando llevar a tu hija a un centro de salud después de las visitas con su padre deja de ser una excepción y se convierte en una rutina? Esa es la pregunta que atraviesa la historia de Laura (nombre ficticio), una madre que lleva casi ocho años tratando de proteger a su hija dentro de un sistema judicial que, según denuncia, no solo no la ampara, sino que la señala.

Laura se separó cuando su hija era todavía un bebé. Durante los primeros meses, el padre apenas mantuvo contacto con la niña: no acudía a verla, ponía excusas constantes y no asumía ningún cuidado. Pese a ello, cuando la pequeña tenía alrededor de dos años, solicitó la custodia alegando que Laura “no estaba bien de la cabeza” y que no estaba capacitada para ejercer la maternidad, un argumento que, según explica, se repite de forma sistemática en muchos procedimientos de familia.

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La niña narró un episodio de abuso sexual
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“No vas a volver a ver a tu madre

Ante la falta de vínculo entre padre e hija, el juzgado estableció inicialmente un régimen de visitas muy restringido y bajo supervisión: los encuentros debían realizarse en presencia de la madre del padre y de la abuela materna. Aun así, ese periodo fue, en palabras de Laura, “uno de los más sufridos”. Relata episodios de agresiones verbales y físicas, tanto hacia su madre como hacia la niña, a la que el padre llegó a decir frases como “no vas a volver a ver a tu madre”, pese a su corta edad.

Un informe psicosocial posterior fue determinante. En él, al que ha tenido acceso Artículo14, se concluía que el padre no mostraba “una intencionalidad parental clara”, que presentaba “un importante desfase madurativo” y que Laura era plenamente consciente de las necesidades de su hija. El informe recomendaba que la custodia recayera en la madre y señalaba que, durante la evaluación, él no habló de la niña y se limitó a descalificar a Laura. Con ese respaldo, se fijó un régimen de visitas muy limitado: encuentros de pocas horas, varios días a la semana, sin pernocta ni vacaciones, siempre en presencia de la abuela paterna.

Agresión en presencia de la abuela materna con parte de lesiones

Fue durante uno de esos primeros meses cuando se produjo un episodio que marcaría un punto de inflexión. El padre golpeó a la niña en el costado con un peluche, en presencia de la abuela materna. La agresión fue denunciada y quedó reflejada en un parte médico que recogía una “probable contusión costal por agresión física paterna”. A raíz de ese hecho, se activó un punto de encuentro familiar.

Sin embargo, tras un tiempo en ese recurso, el punto de encuentro fue levantado al considerar que las visitas transcurrían con normalidad. A partir de ahí, los encuentros pasaron a realizarse fuera de supervisión. Poco después, el padre dejó de acudir durante casi un año. Laura no denunció esa ausencia: “Mientras no estuviera, mi hija estaba a salvo”, explica.

El juzgado no tuvo en cuenta las pruebas

La situación dio un giro cuando fue él quien acudió de nuevo a los tribunales, esta vez acusando a Laura de impedir la relación paterno-filial. Presentó una ejecución de sentencia y el foco se desplazó completamente: ella pasó a ser señalada como “la madre conflictiva”. Pese a aportar pruebas de que el padre no había acudido a las visitas —testigos, mensajes y fotografías—, el juzgado no las tuvo en cuenta. Se le impusieron multas coercitivas y se volvió a imponer un punto de encuentro para obligarla a entregar a la niña.

La modalidad aplicada era la de entregas y recogidas, no visitas tuteladas, lo que permitía al padre llevarse a la niña donde quisiera. Incluso en ocasiones anteriores, cuando las visitas sí fueron supervisadas, Laura asegura que los profesionales no intervinieron pese a observar comportamientos preocupantes. “Los puntos de encuentro no sirven para proteger”, afirma.

Desde ese momento, Laura describe una espiral de angustia. Tras muchas visitas, durante este año, la niña regresaba con signos de haber sido golpeada: sucia, con la ropa rota y con hambre. En ocasiones verbalizaba que su padre le había pegado o que la había cogido del cuello. Laura acudía directamente al centro de salud desde el punto de encuentro. Existen partes médicos —al menos cinco— que recogen esas visitas y las manifestaciones de la menor.

Sospecha de abuso sexual

Laura llevó a su hija a urgencias el 27 de abril, el 15 de mayo, el 7 y el 21 de junio y el 2 de julio. En todos los casos queda constancia de erupciones cutáneas y lesiones que la pequeña, de cinco años, no presentaba antes de los encuentros con su padre.

Violencia niños

En el parte médico del 2 de julio, además, la niña refiere que su progenitor le ha cogido del cuello y que, estando “desnudo”, “le ha tocado con el dedo por dentro”. Laura explica —y así consta en el informe médico— que notó a su hija “seria y ausente” y que, tras insistir, la menor relató lo ocurrido, lo que la llevó a acudir de inmediato a urgencias.

La Asociación Andaluza para la Defensa de la Infancia y la Prevención del Maltrato (ADIMA) elaboró un informe sobre la menor en el que se recoge que la niña expuso lo ocurrido de manera espontánea, pero que al percibir las reacciones de su entorno mostraba vergüenza al hablar de sus partes íntimas, especialmente al referirse a su padre. En sus manifestaciones, la menor expresa que “no tiene papá” y que “no quiere hablar de papá”. Por ello, los profesionales consideran que no está preparada para profundizar en lo sucedido, es decir, en los posibles abusos sexuales.

“‘Ten cuidado’. Proteger a tus hijos puede volverse contra ti”

A pesar de los partes de lesiones y de este informe, un juzgado de Familia de Sevilla consideró que la menor no corría ningún riesgo. “De la situación actual de falta de contacto de la menor con el padre, así como de la documentación médica aportada, no se desprende que la menor esté en situación de riesgo, todo lo contrario”, llega a señalar la resolución.

Laura vive en un estado constante de hipervigilancia. Tiene desconectado el telefonillo de casa por ansiedad, se sobresalta con cualquier notificación y ha desarrollado síntomas claros de trauma. “No se trata de conservar una custodia —dice—, se trata de que mi hija esté viva y a salvo”.

Hoy, Laura intenta que la vía penal prevalezca sobre la de familia y que se adopten medidas cautelares. Existen informes de entidades especializadas que alertan de posibles abusos y recomiendan suspender las visitas hasta que la niña esté en un entorno seguro. Aun así, esas advertencias no han sido tenidas en cuenta.

Laura no busca venganza ni exposición gratuita. Busca tiempo. Tiempo para proteger, para que alguien escuche, para que el sistema deje de castigar a quienes intentan evitar un daño mayor. “Muchas madres saben que esto pasa —dice—. Por eso lo primero que te dicen es: ‘Ten cuidado’. Porque saben que proteger a tus hijos puede volverse contra ti”.

Su historia no es solo la de una madre y una niña. Es también el retrato de un patrón que se repite en los juzgados de familia y que sitúa a las mujeres en una disyuntiva imposible: obedecer resoluciones que ponen en riesgo a sus hijos o desobedecerlas y ser castigadas por ello.

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