El 30 de enero de 1972, mientras permanecía atenta a la información que la cadena BBC ofrecía acerca del suceso que poco más tiempo más tarde empezó a conocerse como Domingo Sangriento –el asesinato de 13 civiles desarmados a manos del ejército británico durante una marcha de protesta en Derry (Irlanda del Norte)–, Rose Dugdale experimentó algo parecido a una revelación. Nacida en el seno de la aristocracia británica, heredera de una fortuna incalculable, la joven comprendió que el creciente compromiso político que había ido mostrando hasta entonces no era suficiente, que tenia que ir más lejos.
Poco después, se había convertido en la terrorista más buscada del Reino Unido e Irlanda, y en objeto de fascinación morbosa por parte de los tabloides. Desde esta semana en los cines, el biopic Baltimore se centra en el papel que Dugdale desempeñó en el que hasta la fecha es el mayor robo de arte de la historia para retratarla como una persona tan ciegamente comprometida con sus ideas como atormentada y propensa a la paranoia y las pesadillas.

La radicalización ideológica de Dugdale, decimos, sucedió a lo largo de los años y de forma gradual. A su paso por la universidad de Oxford descubrió el marxismo e, inspirada por las turbulantes protestas que tuvieron lugar en 1968 en varias partes del mundo, abrazó el activismo político. En 1971, a los 30 años, decidió vender su casa en Chelsea y donar su herencia a los pobres y necesitados londinenses, y poco después se pasó a la disidencia violenta. En junio de 1973, junto con otras tres personas, entró en la casa de su familia en Devon mientras sus progenitores estaban ausentes y robó valiosas pinturas, antigüedades y objetos de plata, y a causa de ello le fue impuesta una sentencia suspendida de dos años de cárcel; ”te quiero, pero odio todo lo que representas”, le dijo a su padre durante el juicio. Y tras dejar Inglaterra y unirse al Ejército Republicano Irlandés (IRA) para luchar contra el dominio del Reino Unido en Irlanda del Norte, en enero de 1974 participó en el secuestro armado de un helicóptero desde el que se lanzaron dos bidones de leche llenos de explosivos sobre una base policial británica; la misión fue un fracaso: uno de los bidones cayó en un río cercano, y el otro no llegó a explosionar.
El suceso al que ‘Baltimore’ dedica la mayor parte de su atención tuvo lugar en abril de 1974. Acompañada de varios sicarios del IRA, Dugdale lideró el asalto armado al palacio de Russborough House, que resultó en el robo de 19 pinturas -un Goya, un Rubens y un Vermeer entre ellas- valoradas en un total de 8 millones de libras irlandesas de la época o, al cambio, en unos 100 millones de euros actuales. Tras amenazar con la quema del botín si varios de los miembros del IRA que las autoridades británicas mantenían encerrados no eran puestos en libertad, Dugdale pasó 10 días esperando una resolución escondida en una remota casa de campo, sola y embarazada; dirigida por Christine Molloy y Joe Lawlor, la película sugiere que aquel paréntesis debió proporcionar un inusual momento de reflexión a una vida marcada por la imprudencia y el riesgo. Dugdale fue detenida, juzgada y condenada a nueve años de prisión después de un proceso judicial durante el que se declaró “orgullosa e incorruptiblemente culpable” de delitos contra el Estado y llamó a Gran Bretaña “el enemigo inmundo”. De nuevo en la calle tras cumplir sentencia, a principios de los 80 formó parte de una oscura organización vinculada al IRA que combatía la epidemia de heroína en Dublín obligando violentamente a los traficantes a abandonar la ciudad, y hasta principios de los 00 se dedicó a fabricar bombas para los separatistas irlandeses.
¿Qué fue exactamente lo que impulsó a una mujer tan privilegiada e inteligente -su tesis doctoral versó sobre Wittgenstein- a asumir como propia la causa irlandesa mediante el derramamiento de sangre? A decir verdad, ‘Baltimore’ no investiga en profundidad al respecto. Pese a ser por definición una película política, se muestra más interesada en sensaciones como la claustrofobia y sentimientos como la rabia y la culpa que en explorar desigualdades de clase y género o reflexionar sobre el coste de la violencia. Vehiculada por el extraordinario trabajo de la actriz Imogen Poots en la piel de una mujer firmemente apegada a sus convicciones pero también nerviosa y vulnerable, la película resulta especialmente conmovedora cuando permite a su protagonista mostrarnos esa agitación interior, ya sea a través de las pesadillas que la azotan o bien de la serie de monólogos que le dedica al hijo que lleva en el vientre, consciente de que bien podría estar muerta o bien en prisión para cuando el bebé llegue al mundo.
Dicho de otro modo, ‘Baltimore’ humaniza a Dugdale. Sin embargo, eso no significa que disculpe sus actos o los romantice; deja muy claro que, pese a que ella no mató personalmente a nadie, fue responsable indirecta de la muerte de muchas personas, y en ningún momento sugiere que llegara a arrepentirse de lo que hizo. ¿Le sorprende a alguien a estas alturas que, a pesar de ello, la película ha sido acusada de glorificar a una terrorista