MUJERES NO OBJETO

El bikini

En julio de 1946, en un hotel con piscina en París, el bikini fue presentado por primera vez al mundo

Imagen: Kiloycuarto

Su creador, el ingeniero francés Louis Réard, lo había ideado como una prenda revolucionaria: un traje de baño de dos piezas que, por primera vez, dejaba el ombligo femenino al descubierto. Aunque ya existían modelos similares, como el Atome de Jacques Heim —también de dos piezas, pero que ocultaba el vientre— el bikini de Réard fue un escándalo. Tan pequeño resultaba que ninguna modelo profesional quiso lucirlo en su debut; Réard tuvo que recurrir a Micheline Bernardini, una bailarina de striptease, para que lo presentara ante la prensa.

Fue Bernardini quien inspiró el nombre definitivo de la prenda. Le auguró a Réard que su invento sería más explosivo que la bomba que los Estados Unidos habían probado apenas días antes en el atolón de Bikini, en el Pacífico. Así el bikini nacía no solo como un traje de baño, sino como símbolo de ruptura, de provocación y de libertad femenina.

Durante las primeras décadas el bikini generó escándalo y fue vetado en numerosas playas y concursos. Se consideraba obsceno, un atentado contra la moral pública. Sin embargo, su progresiva aceptación estuvo muy ligada a las figuras que lo popularizaron: Brigitte Bardot en Francia y Marilyn Monroe en Estados Unidos convirtieron la prenda en objeto de deseo, imitación y escándalo a partes iguales. Fue en los años sesenta, con la revolución sexual, cuando el bikini se consolidó como símbolo de la mujer moderna, libre, sensual y dueña de su cuerpo.

En España, país aún inmerso en el franquismo, la aparición del bikini fue especialmente controvertida. Despertó la censura oficial, el rechazo de sectores conservadores y la atención morbosa de muchos. El cuerpo femenino, que había sido tradicionalmente escondido o disciplinado, pasaba a ser visible, activo y poderoso. El bikini, en este contexto, no era solo una prenda de baño: era una manifestación cultural, muchas veces asociada a extranjeras, a las que se consideraba de moral menos estricta. Como ocurre con muchas prendas femeninas, sus centímetros eran una declaración ideológica.

A diferencia del velo que oculta, el bikini muestra. Ambas prendas representan, en sus extremos, los debates culturales sobre el cuerpo de la mujer: control, deseo, identidad, libertad. El bikini, sin embargo, ha evolucionado desde su origen escandaloso hacia una aceptación generalizada. Ha generado versiones más deportivas, más ergonómicas, más o menos atrevidas, pero sigue asociado a la exposición del cuerpo y, por extensión, a una cierta libertad femenina.

Con el paso del tiempo, su uso se ha naturalizado tanto que cuesta imaginar el impacto que provocó en sus inicios. Hoy forma parte de la cultura visual del verano: playas, piscinas, cine, revistas. Pero no ha perdido del todo su carga simbólica. La elección de llevar —o no— un bikini sigue marcando el debate sobre el control del cuerpo femenino, sobre el pudor, la edad, la autoimagen y los estándares sociales de belleza. Se le ha reprochado tanto su audacia como su presión sobre el físico ideal. Ha sido reivindicado como emblema de empoderamiento, pero también cuestionado por perpetuar la hipersexualización.

Frente a esas lecturas contradictorias, el bikini permanece. Cambian los cortes, las modas y los cuerpos que lo lucen, pero su esencia sigue intacta: fue creado no solo para tomar el sol, sino para liberar el vientre, para hacer visible lo que antes se ocultaba, para escandalizar y fascinar. Una bomba textil que, a diferencia de la del atolón que le dio nombre, no destruyó nada, pero detonó un cambio cultural de largo alcance.

Espido Freire, autora de La historia de la mujer en 100 objetos ed.Esfera Libros, ha seleccionado 31 para una saga veraniega en Artículo14 donde hace un recorrido por algunos de los objetos que más han marcado a las mujeres a lo largo de su historia.

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