El auditorio del Kursaal fue escenario de un momento histórico en el Festival de Cine de San Sebastián: decenas de testimonios de víctimas de violencias sexuales en el sector audiovisual resonaron en voz alta por primera vez, rompiendo un silencio prolongado durante décadas. La Asociación de Mujeres Cineastas y de Medios Audiovisuales (CIMA) presentó un informe que describe un panorama “demoledor” y “naturalizado”, con cifras que revelan la magnitud del problema: el 60,3% de las mujeres del sector ha sufrido violencia sexual en algún momento de su carrera, el 92% de los casos no se denuncia y, sin embargo, el 94% de las víctimas lo comparte con su entorno cercano.
Los datos, por sí mismos alarmantes, cobraron un peso aún mayor cuando cineastas, actrices y productoras leyeron en público relatos anónimos de mujeres agredidas en rodajes, castings y fiestas vinculadas a producciones. Icíar Bollaín, Anna Castillo, Esther García o Patricia López Arnaiz pusieron voz a testimonios que reflejan cómo la violencia se infiltra en los espacios laborales bajo la forma de abusos de poder, chantajes, humillaciones o agresiones directas. “Una chica joven, parte del equipo, salió de fiesta con sus compañeros y se quedó a dormir. Se despertó con un compañero, que consideraba un amigo, penetrándola”, se escuchó en el Kursaal en medio de un silencio denso, roto después por los aplausos.

El informe señala que rodajes y castings constituyen “zonas grises” en las que el desequilibrio de poder favorece situaciones de abuso. Almudena Carracedo, cineasta y portavoz de CIMA, explicó que “las violencias sexuales suceden en todos los espacios de la actividad profesional”. Según Carracedo, se sostienen por factores estructurales: precariedad laboral, dependencia de relaciones profesionales y el castigo implícito para quien denuncia. “El silencio se traduce en minimización, responsabilización de la víctima o presiones para no dañar el proyecto en el que se trabaja”, advirtió.
Los testimonios recopilados transmiten la misma idea: la normalización de la violencia. “No supe reaccionar. Me pidió que llevara un sujetador que levantase más el pecho. La cosa se desmadró con el contacto físico. Me pidió bajar el escote y metió un dedo para bajarlo. Luego la pierna cuando estaba desprevenida. Después me castigó y me dijo que era problemática, la feminista”, relató una actriz. Otra declaración refleja el trato paternalista y cosificador al que se enfrentan las profesionales: “Aunque tengas 40, siempre eres la chica, la niña, la bonita, la cariña. El productor me dijo: mira, esto es muy fácil, tú te portas bien y ya no tienes problemas”. Carracedo denunció que “el sistema refuerza a los agresores, consolidando un entorno inseguro para las mujeres”. Y resumió con contundencia: “La única cultura de la cancelación vigente es la que afecta a las mujeres en su entorno profesional”.
El impacto del informe y de la lectura pública de los testimonios ha sido inmediato, poniendo en el centro del debate la urgencia de adoptar medidas institucionales. El director general del Instituto de la Cinematografía y de las Artes Audiovisuales (ICAA), Ignasi Camós, intervino en el acto para recalcar el “compromiso claro” del Gobierno en la lucha contra las violencias sexuales, recordando la reciente creación de la Unidad de Prevención y Atención Contra las Violencias en el Sector Audiovisual.

El manifiesto leído por CIMA incluye una serie de demandas concretas a las autoridades: destinar presupuestos específicos para combatir la violencia sexual en el sector; elaborar un Protocolo Marco de ámbito estatal; crear un Observatorio especializado; garantizar organismos externos independientes que supervisen denuncias y eviten que las productoras las ignoren, y establecer formación obligatoria en prevención para todas las personas que trabajan en la industria audiovisual.
La fotografía del acto —un auditorio lleno, aplausos tras cada testimonio y un grupo de mujeres levantándose unidas en protesta— retrata un cambio de época en una industria que, durante demasiado tiempo, guardó silencio. El muro que protegía la impunidad comienza a resquebrajarse en San Sebastián, donde las mujeres del cine han decidido hacer de su voz un acto de resistencia colectiva.