MUJERES NO OBJETO

El pseudónimo

Desde Jane Austen hasta J.K. Rowling, muchas escritoras han ocultado su identidad bajo pseudónimos para sortear prejuicios de género. La historia de la literatura está llena de nombres falsos que escondían grandes voces femeninas decididas a hacerse un lugar en un mundo que no siempre las aceptaba

Imagen: Kiloycuarto

En 1811, Jane Austen publicó su primera novela, Sentido y sensibilidad, firmada únicamente como “By a Lady”. No ocultaba su sexo, pero sí su identidad, reflejo de una época en la que escribir novela, para un escritor, aún era una actividad que bordeaba el escándalo.

En la Inglaterra georgiana, aunque leer novelas góticas o románticas era habitual entre las mujeres de clase media, dedicarse profesionalmente a la literatura de ficción suponía exponerse a prejuicios no solo de género, sino de prestigio. El propio Walter Scott, cuando saltó de la poesía a la novela, usó pseudónimo. Austen evitó el nombre propio y firmó solo “por la autora de…”, hasta su muerte, una fórmula que centraba la atención en la obra por encima del autor.

En el caso de Frankenstein se le atribuyó durante años erróneamente la autoría al marido, de Mary Shelley, Percy Shelley. Y unas décadas después, las hermanas Brontë adoptaron pseudónimos masculinos —Currer, Ellis y Acton Bell— para evitar el rechazo editorial y social.

Así, Jane Eyre, Cumbres Borrascosas y Agnes Grey circularon como creaciones de autores varones. Las tres hermanas compartían apellido ficticio, lo que sugería una identidad familiar que aplacaba suspicacias, mientras sus novelas abordaban temas considerados inadecuacados para una dama. La propia Charlotte recibió una carta del poeta Southey, quien le advirtió: “la literatura no debe ser el centro de la vida de una mujer”. Irónicamente, Southey ha sido olvidado; Charlotte, no.

El siglo XIX fue prolífico en escritoras que se ocultaron tras identidades masculinas. George Sand —nombre adoptado por Amantine Aurore Dupin— escandalizó a la sociedad francesa no solo por sus novelas como Indiana, que abordaban el adulterio y la sexualidad femenina, sino también por su vestimenta masculina y sus hábitos considerados impropios, como fumar o frecuentar círculos intelectuales. Rica y aristócrata, Sand no necesitaba la aprobación ajena, y lo demostró.

George Eliot, en realidad Mary Ann Evans, escribió Middlemarch, una de las grandes novelas del siglo XIX. Louisa May Alcott, autora de Mujercitas, firmó sus primeros relatos como A. M. Barnard para poder tratar temas como el incesto o el adulterio sin escándalo. Más tarde, usó su nombre real y convirtió a Jo, su heroína, en una escritora que juega también con la identidad.

En el siglo XX, la ocultación persistió. Violet Page se transformó en Vernon Lee para esconder su homosexualidad. A Sidonie-Gabrielle Colette, sus primeros textos le fueron robados por su marido, quien los firmó como propios. En España, María de la O Lejárraga escribió con el nombre de su marido, Gregorio Martínez Sierra, y solo mucho después fue reconocida como autora real.

No faltan ejemplos en la literatura española: Fernán Caballero era en realidad Cecilia Böhl de Faber; publicó La gaviota tras enviudar. Carmen de Burgos, Colombine, utilizó alias como Gabriel Luna o incluso Perico el de los Palotes. María Luz Morales, primera directora de La Vanguardia, firmaba como Jorge Marineda. Y Teresa de Escoriaza recurrió puntualmente al nombre de Félix de Haro.

Incluso hoy, el uso de pseudónimos persiste. J.K. Rowling fue aconsejada por sus editores a firmar Harry Potter con iniciales neutras para no espantar a lectores varones. Cuando decidió adentrarse en la novela negra, lo hizo como Robert Galbraith. La jugada funcionó.

En sentido inverso, algunos hombres han adoptado nombres femeninos, especialmente en el ámbito de la novela romántica, o, más recientemente, negra, ya sea por anonimato o por estrategia de mercado. La crítica ha cuestionado si este tipo de suplantaciones son éticamente válidas, dado el largo y doloroso camino que las mujeres recorrieron para conquistar su derecho a firma.

Espido Freire, autora de La historia de la mujer en 100 objetos ed.Esfera Libros, ha seleccionado 31 para una saga veraniega en Artículo14 donde hace un recorrido por algunos de los objetos que más han marcado a las mujeres a lo largo de su historia.

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