Mujeres no objeto

La dote

Espido Freire muestra la astucia de las mujeres y rescata un universo condenado al silencio por los historiadores tradicionales a través de 31 objetos

Imagen: Kiloycuarto

El ajuar —esas sábanas bordadas, enseres de cocina y vestidos que la novia llevaba al nuevo hogar— variaba según época y región. La dote, en cambio, aparecía escrupulosamente detallada y legislada. Se trataba de un pago —en tierras, ganado, dinero— que la familia de la novia entregaba al marido. La desproporción entre el valor simbólico del ajuar y la meticulosidad monetaria de la dote deja clara la prioridad: el matrimonio no era un asunto de sentimientos, sino una transacción con cláusulas.

En Europa, la dote pasaba al marido, que debía administrarla “en nombre de” la mujer. Si el hombre moría o el matrimonio se disolvía, ella podía recuperarla, al menos en teoría. Su cuantía solía equilibrar —aunque rara vez superar— lo que los hermanos varones recibían por herencia. Así la dote facilitaba la entrada en el matrimonio: una especie de derecho de admisión. En otras culturas, como algunas africanas o rurales, el pago funcionaba al revés: el hombre debía compensar a la familia de la novia por la pérdida de mano de obra. Una herencia residual de tiempos nómadas, cuando cada brazo contaba.

La dote no solo aseguraba el futuro de la mujer. También era una herramienta de ascenso social. Una muchacha con una buena dote podía casarse por encima de su rango, mientras que una sin ella debía conformarse o quedarse soltera.

Existía, además, una dote intangible: apellido, conexiones, reputación. Una aristócrata empobrecida aún podía interesar a un burgués recién enriquecido. Lo contaron Clarín en La Regenta —donde los indianos buscan chicas flacas pero nobles— y Galdós en Tormento, con familias desesperadas por colocar a sus hijas en brazos del rico Agustín.

Los griegos incluyeron un añadido: la parafernalia, bienes que permanecían a nombre exclusivo de la esposa. Roma heredó ese mecanismo: eran regalos de terceros que quedaban fuera de la dote, y que debían devolverse si la mujer moría o si había sospechas de que había sido asesinada. También existía el pacto de arras: una suma que el marido entregaba a la mujer en el momento del matrimonio. De ahí proviene la tradición de las trece monedas en las bodas católicas. Las arras tenían un estatus legal distinto y reforzaban el contrato, aunque no lo sustituían.

Las dotes podían pagarse en plazos. Esto permitía a la familia de la novia no arruinarse de golpe e incluso invertir parte del dinero. Pero si no se cumplía el pago, el marido quedaba liberado de su promesa de buen trato. A veces incluso se sentía con derecho a la violencia. En la India actual, pese a la ilegalidad de la dote, aún se registran asesinatos de mujeres por dotes impagadas.

La dote de Catalina de Aragón, por ejemplo, cambió la historia. Prometida al príncipe Arturo, se casó con él a los 16. Pero Arturo murió, y su suegro, Enrique VII, se negó a devolver la dote. Mantuvo a Catalina siete años como rehén diplomática hasta casarla con Enrique VIII. Más tarde Enrique usaría argumentos teológicos para anular ese matrimonio. Pero el verdadero desencadenante fue, en parte, la dote que no se devolvió.

En el siglo XIX encontramos en las novelas de Jane Austen un dato nuevo que se incorpora al cálculo de la dote: la renta que perciben sus protagonistas, decisiva en el mercado matrimonial: Jane lo sabía bien. Como joven sin dote, y sin una libra de rentas, al menos hasta que comenzó a publicar sus novelas, sus oportunidades de casarse quedaban significativamente reducidas.

Hoy la dote ha desaparecido legalmente en Occidente. Las mujeres pueden trabajar, administran su dinero y firman contratos prenupciales. Ahí persiste el eco de la dote, los restos de un sistema que relegó el amor al cálculo. 

Espido Freire, autora de La historia de la mujer en 100 objetos (ed.Esfera Libros), ha seleccionado 31 para una saga veraniega en Artículo14 donde hace un recorrido por algunos de los objetos que más han marcado a las mujeres a lo largo de su historia.

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