La niña que sobrevivió a la oscuridad para contar el horror en un campo de concentración japonés

En tiempos donde las guerras y los desplazamientos vuelven a ocupar titulares, la voz de Dacia Maraini suena con una claridad necesaria

Dacia Maraini - Cultura
Una fotografía en blanco y negro de la escritora Dacia Maraini.
Literatur Festival Berlín

Hay infancias que nunca debieron existir. La de Dacia Maraini fue una de ellas. Tenía apenas seis años cuando el mundo se desmoronó a su alrededor y la obligó a mirar la oscuridad de frente. En 1943, mientras Europa ardía en los últimos estertores del fascismo, sus padres —Fosco y Topazia— se negaron a jurar lealtad a la República de Saló, el régimen títere de Mussolini sostenido por los nazis. Por aquel gesto de dignidad, fueron declarados traidores y deportados a un campo de concentración japonés.

La historia de Dacia Maraini no es una novela, aunque podría serlo. Es un testimonio. Una memoria escrita muchos años después por aquella niña que, sin entender la guerra, aprendió lo que significaba resistir el hambre, el miedo y el silencio. Su libro, Vida mía. Memorias de una niña en un campo de concentración japonés, reconstruye esos años de cautiverio en el campo de Tempaku, en Nagoya, donde el ejército imperial japonés confinó a decenas de familias europeas.

El hambre, el frío y la palabra

Durante más de dos años, Dacia Maraini vivió junto a sus padres entre alambradas improvisadas, techos de madera y noches sin fuego. No había suficiente comida, el agua escaseaba y las enfermedades se propagaban con rapidez. Aun así, su familia logró mantener una forma de humanidad que el horror no pudo borrar: la lectura, los cuentos, la enseñanza.

Su padre, etnólogo y escritor, la educó entre rejas. Le leía fragmentos de El Lazarillo de Tormes, le hablaba de libertad y de la fuerza de las palabras. De ese modo, la literatura se convirtió en una trinchera invisible. Allí, entre el hambre y la humillación, nació la escritora. En su memoria, las historias no eran una distracción, sino una forma de sobrevivir.

Vida mía - Dacia Maraini
Portada de la novela ‘Vida mía’, las memorias de Dacia Maraini.
Altamarea

Cuando Dacia Maraini escribe hoy sobre aquel tiempo, lo hace desde la claridad del recuerdo y la lucidez del análisis. No busca compasión, sino comprensión. Su relato no es solo la crónica de una infancia arrebatada, sino un recordatorio de lo que puede ocurrir cuando la dignidad se enfrenta al poder.

Un campo japonés que casi nadie recuerda

La Segunda Guerra Mundial dejó incontables campos de concentración en Europa. Pero pocos saben que Japón también tuvo los suyos. En Nagoya, los Maraini compartieron cautiverio con otras familias italianas y europeas que se habían negado a rendirse ante el fascismo. Las condiciones eran duras, pero lo más devastador era la sensación de olvido: estaban atrapados en un rincón del mundo del que nadie hablaba.

Dacia Maraini ha recordado en numerosas entrevistas que no había héroes allí dentro. Solo personas cansadas, enfermas y asustadas que intentaban no morir de hambre. Sin embargo, entre ellas había también gestos de bondad, momentos breves de solidaridad que la memoria rescata como destellos en la oscuridad. Su obra ilumina esa parte de la historia que rara vez aparece en los manuales, un capítulo incómodo pero necesario.

Dacia Maraini - Cultura
La italiana Dacia Maraini habla en la 37 edición de la Feria Internacional del Libro (FIL) 2023, en Guadalajara, Jalisco (México).
EFE/Francisco Guasco

El libro no es solo un acto de memoria personal. Es también una forma de reparación. Con su escritura, Maraini devuelve a aquellos prisioneros la voz que la guerra les arrebató.

El valor de recordar

El tiempo del olvido es cómodo, pero injusto. Por eso Dacia Maraini insiste en que recordar es un deber. La escritora entiende la memoria como una herramienta moral, una forma de devolver sentido a lo vivido. En Vida mía no hay dramatismo gratuito ni sentimentalismo, sino una mirada serena y honesta. Esa serenidad duele más que cualquier descripción de violencia.

Cuando escribe sobre la niña que fue, Maraini no busca indulgencia: busca verdad. Describe la rutina de los prisioneros, la obsesión por una ración de arroz, la fiebre, la piel que se pega a los huesos. Pero también describe la esperanza, la imaginación como refugio, la ternura de unos padres que protegían la mente de su hija mientras todo lo demás se derrumbaba.

La fuerza del libro reside precisamente en su equilibrio: en cómo combina la inocencia de la mirada infantil con la reflexión adulta. La autora no escribe para ajustar cuentas con la historia, sino para rescatar del silencio aquello que el mundo olvidó.

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