La novela de ciencia ficción que predijo nuestro presente y nadie te recomienda

Muchas antes de llegar a esta realidad tan exagerada que vivimos, hubo alguien que la imaginó y la plasmó en un libro de hace 33 años, que se parece demasiado a nuestra era

Una representación realista de Snow Crash, la novela de Neal Stephenson

Hay libros que no hacen replantearnos muchas cosas, y Snow Crash, de Neal Stephenson, es uno de ellos. Esta novela, publicada en 1992, fue tan prematura en sus predicciones que aún hoy parece ciencia ficción, aunque en realidad llevamos años viviendo dentro de su mundo. La ironía es que, pese a su carácter fundacional, pocos la recomiendan fuera del nicho de la ciencia ficción más abrupta. Y sin embargo, debería estar en la misma estantería que 1984, Un mundo feliz o Fahrenheit 451. Porque Snow Crash no solo imaginó el futuro. Lo entendió antes de que sucediera.

La gran predicción: el Metaverso 

Antes de que Mark Zuckerberg pronunciara la palabra “metaverso” con la sonrisa acartonada del marketing, Neal Stephenson ya lo había construido con una precisión quirúrgica. En Snow Crash, el Metaverso es un universo virtual paralelo al que las personas acceden para vivir una segunda vida. Literalmente. Hay negocios, conflictos, códigos de conducta, estatus social y avatares. La gente entra para escapar del caos del mundo real, pero se queda atrapada en sus propias proyecciones digitales. Stephenson lo vio todo y lo describió con una minuciosidad que asusta.

Snow Crash, la novela de ciencia ficción de Neal Stephenson

Uno de los aciertos más escalofriantes de Snow Crash es su visión del trabajo precario y privatizado. Hiro, el protagonista, reparte pizzas para la Mafia en el mundo físico y es hacker en el Metaverso. T.A., su compañera de aventura, es una adolescente korreo que reparte paquetes con un monopatín futurista y un arpón magnético. Ambos viven entre empleos freelance, riesgo extremo y salarios mínimos. ¿Ficción? Más bien una caricatura de la economía de plataformas que hoy rige el planeta: repartidores autónomos que esquivan coches, jefes invisibles, algoritmos que vigilan cada movimiento. El mañana que imaginó Stephenson es, tristemente, nuestro hoy.

Una distopía repleta de referencias que podrían ser actuales 

El mundo de Snow Crash no es un estado. Es un mosaico de corporaciones. Las naciones han colapsado y han sido reemplazadas por barclaves, microterritorios gestionados por empresas, mafias o sectas religiosas. Hay universidades de pizza, ejércitos privatizados y culto a la eficiencia. La seguridad la proporcionan compañías de vigilancia. El Estado, o lo que queda de él, ha sido enterrado bajo su propia burocracia. Hasta la religión se ha franquiciado. Una sátira tan grotesca como familiar. Basta mirar alrededor para encontrar rastros de esta lógica en todo lo que consumimos y creemos. Tiene cierto parecido grotesca con la realidad consumista en la que vivimos, aunque incluso más excesiva.

Stephenson, un visionario salvaje

Leer Snow Crash es una experiencia en si misma, pues hay muchas ideas, en muy poco espacio. Tanto que uno necesita parar de vez en cuando a respirar. Es un libro, desbordante, casi cruel.  Su estilo es rápido, sucio, lleno de humor negro y referencias técnicas que en manos de otro serían incomprensibles. Aquí, sin embargo, son parte de la experiencia.

Si no es tan conocida es porque Snow Crash exige esfuerzo y no tiene filtros, ni concesiones, ni vocación de complacer al lector. Porque es, en el fondo, demasiado visionaria. A diferencia de otros clásicos del género que se han domesticado con el tiempo, Stephenson sigue siendo incómodo. No obstante, para aquellos que disfruten de este género es un clásico absoluto y una de esas obras que traspasan el tiempo y nos ayudan a entender muchas cosas de nuestra realidad actual.

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