'El asesinato de Aristóteles'

Las mujeres que Aristóteles no vio: Marcos Chicot las convierte en protagonistas

El autor reivindica a las figuras femeninas en su última novela: “Incluyo la voz de mujeres y esclavos, grupos invisibilizados en la historia oficial”

Marcos Chicot descubre a Penélope y Altea: las mujeres invisibilizadas detrás de Aristóteles
Marcos Chicot descubre a Penélope y Altea: las mujeres invisibilizadas detrás de Aristóteles. Montaje: kiloycuarto
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Marcos Chicot cierra su trilogía sobre la Grecia clásica con El asesinato de Aristóteles, una novela que ya no sólo se centra en la figura del filósofo y su relación con Alejandro Magno, sino que rescata a mujeres históricas como Penélope, la espartana jabalinista que escapa de un matrimonio abusivo, y Altea, ceramista y discípula platónica que aparece como personaje anciano en la saga.

Consciente de cómo la historia ha borrado casi por completo las voces femeninas, Chicot utiliza este nuevo libro para “incluir la voz de mujeres y esclavos, grupos invisibilizados en la historia oficial”. Además, el autor se posiciona públicamente contra el machismo intelectual heredado: también critica la ética aristotélica que solo concebía la excelencia para “varones adultos de clase alta”.

En las grietas de la historia oficial, donde solo resonaban los nombres de los grandes hombres, Marcos Chicot ha querido escuchar otras voces. “Sería absurdo escribir una novela histórica y que no haya mujeres”, afirma en conversación con Artículo14, al tiempo que recuerda que en los libros de historia “eran invisibles, pero en la realidad eran la mitad de la población”. En su nueva obra esas presencias silenciadas emergen con fuerza narrativa y profundidad psicológica: mujeres espartanas, esclavas extranjeras, ciudadanas sin derechos políticos. “La vida de una mujer en la Grecia clásica era mucho más tensa, más extrema, más plagada de obstáculos”, explica el autor.

¿Cómo surgió la idea de centrar tu nueva novela en Aristóteles?

Con El asesinato de Sócrates empecé a recrear la Grecia clásica y sus grandes pensadores. Luego continué con El asesinato de Platón, y ahora cierro ese ciclo con El asesinato de Aristóteles, que se sitúa en los dos últimos años de la época clásica. Históricamente, ese periodo termina con la muerte de Alejandro Magno, cuando empieza el helenismo. La novela recoge ese momento final, con un Alejandro en su máximo esplendor, que ha conquistado medio mundo conocido. Y, al mismo tiempo, con un Aristóteles que regresa a Atenas y se encuentra en una situación muy complicada. La mitad de los atenienses lo admiran profundamente, pero la otra mitad lo odia y lo responsabiliza de todo lo que hace Alejandro.

 

¿Qué imagen querías dar de Alejandro Magno?

No me interesa tanto el personaje histórico como la persona. Quiero mostrar quién era Alejandro, cómo era, por qué hizo lo que hizo y cómo se sentía cuando ya lo había conquistado todo. Y no el Alejandro que solemos ver en el cine o en otras novelas, sino un Alejandro muy personal, más humano y también más complejo. Era un genio intelectual, militar y político. Pero también era alguien incomprendido: ni sus amigos ni su cúpula militar compartían su visión del imperio. Él no quería un imperio de vencedores y vencidos, quería unir Europa y Asia a través de matrimonios y parentescos. Fue un precursor de la integración cultural. Es fascinante.

Marcos Chicot cierra su trilogía sobre la Grecia clásica con ‘El asesinato de Aristóteles’
Marcos Chicot cierra su trilogía sobre la Grecia clásica con ‘El asesinato de Aristóteles’

¿Y cómo aparece Aristóteles en este contexto?

Lo encontramos ya como maestro de Alejandro, pero también como una figura rodeada de amenazas. En el año 335, cuando Alejandro parte a conquistar Persia, Aristóteles decide regresar a Atenas y fundar el Liceo. Es una decisión arriesgada: Atenas ya estaba sometida por Macedonia, y la tensión era palpable. Todo el mundo griego, y especialmente Atenas, quería rebelarse contra el yugo de Alejandro, que había desaparecido hacia Oriente y del que no sabían si estaba vivo o muerto. En ese contexto, Aristóteles despierta tanto admiración como odio.

La mitad de los atenienses lo consideraban un genio, alguien cuya mente lo abarcaba todo. Le llamaban “el que todo lo comprende”. Y no les faltaba razón: Aristóteles es el gran sistematizador. Recoge todo el conocimiento anterior, lo analiza, lo organiza, y a partir de ahí lo desarrolla de una forma asombrosa. Por eso se le considera el padre de la ciencia, el de la biología, el de la lógica… incluso en la Edad Media, cuando alguien decía “el Filósofo”, sin nombre, todos sabían que hablaban de él.

¿Y la otra mitad?

La otra mitad lo odiaba profundamente. Lo culpaban, injustamente, de todo lo que hacía Alejandro. Veían en él al responsable de la opresión, del sometimiento de Atenas. Y eso lo ponía en peligro real. Querían matarlo. Así que lo encontramos como una figura bajo amenaza, preocupado por sus hijos, por su esposa, pero negándose a abandonar su proyecto vital: el Liceo, su escuela, donde había volcado toda su pasión por el conocimiento.

En ese contexto de tensión, ¿cómo mantiene el equilibrio entre el rigor histórico y la tensión narrativa?

Para mí es esencial que todo lo que cuento sea históricamente riguroso. No invento datos ni modifico fechas. La trama de ficción se construye sobre lo real. Es más, cada novela termina con una carta explicativa en la que detallo qué es documentación histórica y qué es ficción, para que no quede ninguna duda. La clave está en convertir ese conocimiento en entretenimiento. No hay largas descripciones ni explicaciones: cada dato histórico se inserta como parte de una escena, de una acción, de un giro. Siempre digo que el objetivo es que el lector aprenda sin esfuerzo, incluso sin darse cuenta. Como quien recibe pinceladas sueltas y, al final, se encuentra con un fresco completo en su cabeza.

¿Y qué papel juegan en esa estructura los personajes de ficción?

Son esenciales para lograr esa inmersión. En esta novela hay dos grandes protagonistas de ficción: Prometeo, un ateniense descendiente del héroe Perseo, y Penélope, una espartana. Prometeo arrastra un pasado muy pesado y vive bajo la presión de ser heredero de un linaje heroico. Tiene que estar a la altura, ser un campeón olímpico, un líder, y a la vez arrastra heridas profundas. Penélope, en cambio, es una mujer fuerte, dura, que busca abrirse camino en un entorno muy hostil. Cada uno representa una parte de la Grecia clásica: Atenas y Esparta, lo masculino heroico y lo femenino resistente. Se entrelazan con los personajes históricos y construyen, junto a ellos, ese tapiz narrativo.

¿Por qué es importante para usted mostrar esa doble perspectiva, la del personaje histórico y la del común?

Porque la historia no la hacen solo los grandes nombres. Y porque así puedo mostrar cómo sería vivir en esa época desde abajo, desde la calle, desde lo cotidiano. Quiero que el lector entienda qué pensaban unos de otros: qué creían los atenienses de los espartanos, cómo era la vida de un hombre corriente, de una mujer que lucha por sobrevivir. Lo que intento es que se vea esa complejidad, que no haya buenos ni malos absolutos, sino puntos de vista. Como en la vida real.

'El asesinato de Aristóteles', de Marcos Chicot
‘El asesinato de Aristóteles’, de Marcos Chicot

¿Y en este viaje histórico hay también una intención pedagógica?

Sí, aunque no lo parezca. De hecho, muchos institutos y universidades han empezado a usar estas novelas como bibliografía. No porque sean tratados académicos, sino porque todo lo esencial del personaje y de la época está contenido en ellas. Son completas y rigurosas. Pero además son novelas. Con tensión, con trama, con personajes a los que te puedes aferrar. Es un viaje al pasado, pero sin dejar de ser una historia.

¿Cómo se gestiona eso como autor? ¿No es una carga enorme escribir miles de páginas sobre filosofía, política y ciencia sin perder el ritmo narrativo?

Lo es, pero también es un reto fascinante. Yo siempre parto del rigor, y después construyo la historia. Detrás de cada escena hay mucha documentación, mucho estudio. Y al final lo que busco es que se viva, que no se lea solo con la cabeza, sino también con el corazón. Como una vivencia. Por eso los lectores me dicen que salen con ojeras… y con una idea mucho más completa de lo que fue la Grecia clásica.

De la literatura a la gran pantalla

¿Podría adaptarse al cine o hacerse una serie de tus libros?

Es difícil porque es muy costoso, ya sea por ordenador o por cartón piedra, recrear la Grecia clásica. Ese es el principal impedimento, aunque ha habido muchos intereses, muchos acercamientos. En el caso de El asesinato de Sócrates llegamos a vender los derechos, pero era por dos años. Llegó la pandemia, se pidió una prórroga, la pandemia se extendió y al final ese proyecto se apagó. No sé si se materializará alguna vez. Muchísimos lectores me dicen: “Por favor, esto lo he vivido en mi cabeza y me gustaría vivirlo en una pantalla”.

Ahora siento que tengo la obra completa, porque hasta ahora yo tenía la sensación de que no la tenía. Las tres novelas —Sócrates, Platón y Aristóteles— son un conjunto. Pitágoras queda un poco aparte porque hablamos de otro personaje, de otra época, de otra región: la Magna Grecia, las colonias griegas del sur de Italia y Sicilia, y del final de la época arcaica. Aún no habíamos llegado a la clásica.

¿En qué sentido hay una continuidad entre las tres novelas?

La continuidad está en tres planos. Primero en la filosofía: Platón es discípulo de Sócrates, y ya aparece como jovencito en la novela de Sócrates. Aristóteles es discípulo de Platón y también aparece joven en la novela de Platón. Luego, en la historia: voy narrando toda la época clásica enlazada, libro a libro. Pero cada novela trata una parte concreta y se cierra con la muerte del filósofo protagonista, con una serie de hechos que culminan la trama.

Y por último, en la ficción. Cada novela trata una generación dentro de esa saga familiar que empieza con Teánides. Hay una rama ateniense y otra espartana. En Sócrates tenemos una generación, en Platón otra, y en Aristóteles otra distinta. Algunos personajes aparecen de jóvenes en Sócrates, luego son adultos en Platón, y mayores en Aristóteles. Pero cada novela tiene tramas autoconclusivas, no dejo nada abierto de una a otra.

¿Es necesario leer las novelas en orden para entenderlas?

No. Soy muy consciente de que, cuando publico una novela nueva, y más tardando tantos años, muchos lectores ya no recuerdan las anteriores. Otros empiezan por la última. Entonces cuido dos cosas: una, que no haya ni el más mínimo spoiler, para que puedas leer esta novela sin que se estropeen las anteriores; y dos, que esté escrita para que quien lea Aristóteles por primera vez comprenda lo justo y disfrute de la historia completa. Si luego quiere ir al origen, a Sócrates, perfecto.

Los personajes, como Prometeo y Penélope, tienen una historia familiar muy rica que se menciona solo con pinceladas, con resonancias, pero suficiente para que la novela funcione por sí sola. No está planteado como una trilogía cerrada, en el sentido de tener que leerlas en orden.

‘El asesinato de Aristóteles’, el libro que no podrás dejar de leer.

¿Has querido establecer algún paralelismo entre Aristóteles y la actualidad?

Eso es inevitable. Igual que con Platón. Son filósofos que marcan el origen de nuestra civilización, pero eso no es una frase hecha: lo que somos hoy en términos de valores y pensamiento está ahí. Aristóteles reflexionó profundamente sobre la ética, la virtud, la realización personal. La Ética a Nicómaco nos habla del punto medio, del equilibrio, de cómo alcanzar la felicidad haciendo aquello que se te da bien, lo que te llena.

¿Y también sobre lo político?

Por supuesto. Aristóteles entendía al ser humano como zoón politikón, un animal político. Somos seres sociales, destinados a vivir en comunidad. Él vivió en la primera democracia, la de Atenas, y ya en su época surgían los mismos problemas que vemos hoy: corrupción, demagogia, injusticia. Y había una batalla entre quienes buscaban la verdad y quienes solo querían imponer su discurso. Esa es la lucha entre filósofos y sofistas. Los primeros buscaban la razón; los segundos solo querían ganar el juicio o la votación, aunque fuera mintiendo. ¿Te suena?

En la novela contrapones a Aristóteles con los sofistas, los demagogos y los malos políticos. ¿Qué representa Aristóteles frente a ellos?

Los sofistas eran los maestros de los malos políticos, de los demagogos. Los demagogos son los sofistas hechos políticos, o los políticos sofistas: aquellos que buscan su interés personal, que buscan imponerse, no que buscan el bien público. Aristóteles dice algo muy chocante en un momento de la novela, en una conferencia que da sobre filosofía política, y que sigue resonando hoy: “Los gobernantes tienen el deber de buscar el bien de la mayoría de los ciudadanos”. Eso es lo que debería ser dedicarse a la vida política.

Cuando vemos a Aristóteles hablar de política, de los problemas, de virtud, de justicia… está hablando de lo que entonces era un ideal, y que hoy en día sigue siendo el nuestro. Y eso es muy llamativo: el ideal no ha ido cambiando con cada personaje que ha hablado de política a lo largo de la historia. El ideal lo definieron Sócrates, Platón, Aristóteles, y así se ha quedado.

Y ese legado no solo es teórico, sino vital.

Exacto. No predican solo con la palabra, sino con el ejemplo, con su vida. Dedican su vida a ello, arriesgan su vida a ello. El asesinato de Sócrates, de Platón, de Aristóteles… El poner “asesinato” en el título tiene muchos motivos. Uno de ellos es recordarte que no estamos ante un ensayo. Esto es una novela, con toques de thriller, de intriga, de tensión, para mantenerte enganchado, para evadirte también. Tiene muchos niveles de lectura. Hay gente que la lee muy rápidamente como un thriller. Otra gente hace algo que yo recomiendo: una segunda lectura. Todo eso está en la novela y, creo, resuena. Yo soy muy consciente de eso cuando lo escribo. Me motiva mucho recalcar que estamos hablando no solo de grandes maestros intelectuales, sino también morales. Nuestros grandes maestros.

La novela comienza con un encuentro tenso entre Alejandro y Aristóteles. ¿Qué deja Aristóteles en Alejandro?

Más que ideas completas, lo que le deja es una manera de pensar. Le ayudó a desarrollarse. Alejandro era un genio intelectual, sin duda, si no no hubiera hecho lo que hizo. Tuvo al gran maestro para ayudarle a pensar de una forma determinada. A pensar antes de actuar, a pensar en lo que actuaba y después de haber actuado. Alejandro reflexionaba muchísimo, aprendía de sus actos, y creo que eso estuvo en buena parte influido por Aristóteles.

Aristóteles - Cultura
Busto de Aristóteles, que se halla en el Palacio Altemps, Roma. en mármol, copia romana de un original griego de Lisipo
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Sin embargo, sus cosmovisiones eran distintas…

Claro. Aristóteles compartía la forma de ver el mundo de los griegos: están los griegos y están los bárbaros. Y se recomendaba tratar a los bárbaros como un señor trata a sus siervos. Eso era lo normal en aquella época. La propia Atenas era básicamente un imperio dictatorial que tenía alianzas de sometimiento con otras ciudades, a las que trataba de forma brutal si no hacían lo que se esperaba de ellas. Entonces, esa influencia está en la novela: esa relación tan especial y tan difícil entre Aristóteles y Alejandro. No quiero desvelar demasiado, porque tiene importancia en la trama, pero ese hilo recorre toda la novela.

El prólogo empieza con ese encuentro desencuentro, esa separación entre ellos. El prólogo está ambientado diez años antes del resto de la trama, y vemos el momento en que Alejandro, muy joven aún, va a conquistar el mundo y le dice a Aristóteles que vaya con él. Aristóteles decide ir a cumplir su sueño. Cuando Aristóteles deja de ser el maestro de Alejandro en términos prácticos, lo seguía siendo espiritualmente. Ese hilo va desenvolviéndose y tiene importancia en toda la trama hasta el epílogo. Es una novela muy circular. Lo que aparece en el prólogo se cierra de forma resonante en el epílogo.

¿Te permites licencias con la personalidad de los personajes o también ahí eres fiel a lo que conocemos históricamente?

Mi objetivo es hacer la mejor recreación posible, a partir de las fuentes históricas y de los estudiosos de los personajes. Por supuesto, nadie aprende solo. No digo que sea la recreación más real, pero sí la mejor que yo he podido hacer en cinco años. No me conformo. Hay veces que me paso un mes entero trabajando en un párrafo que no me cuadra con la consistencia del personaje. No hay licencias históricas. Lo que hay es un nivel de ficción que lo envuelve todo, y lo aclaro: estos son los personajes reales, esta es la recreación. Pero ni un solo dato está cambiado. Nada. Ni de hechos históricos ni de la personalidad hasta donde podemos conocerla.

Aun así, hay personajes con los que el lector empatiza más. ¿No hay buenos y malos? 

Sí, claro que hay personajes muy buenos y muy malos, como debe haber en una novela. Pero lo que quiero es romper la idea preconcebida de que los atenienses eran los buenos, los espartanos los malos, o que este personaje era muy bueno o muy malo históricamente. En esos casos quiero matices. Me gusta que los personajes no sean de cartón piedra. Que este personaje, por ejemplo, a veces se porte mal, que haga cosas de las que luego se arrepiente, como nos ocurre a todos. Quiero que tengan humanidad, que te puedas identificar. Pero también mostrar que hay personas que son buenas personas… y personas que son malas personas.

Y, sobre todo en los personajes históricos, me interesa que veas algo más allá del mito. Porque a veces en el cine, por ejemplo, se hace una construcción tan idealizada de figuras como Alejandro Magno, que parecen seres inalcanzables. Pero un ídolo es una persona común recubierta de admiración ajena. Detrás de un mito siempre hay una persona común. Y esa capa de admiración suele ser tan fuerte y deslumbrante que cuesta ver a la persona que hay detrás.

Aristóteles y sus ideas revolucionarias

¿Y el título? ¿Por qué El asesinato de Aristóteles? ¿Quién lo asesina?

Hay muchas razones para ese título. Una es decir claramente: esto es una novela, no es una biografía ni un ensayo. Esto es un asesinato, es un triángulo de tensión, de ideas. En El asesinato de Platón sí puse al final una pequeña explicación del título porque mucha gente me lo preguntaba. Aquí prefiero que se entienda de forma más metafórica. Hablo del asesinato de sus ideas. Más que matar a Aristóteles como persona —aunque también lo querían matar, igual que a Sócrates y Platón—, querían matar sus ideas. Sus ideas eran revolucionarias, como lo siguen siendo hoy. Eran peligrosas. Generaban muchos enemigos, sobre todo entre gente poderosa. Aristóteles vivía en una ciudad donde muchos querían acabar con él. Especialmente los hombres poderosos que querían rebelarse contra el Imperio Macedónico, contra Alejandro. Así que sí, querían asesinarle… pero sobre todo querían asesinar sus ideas.

Entre Sócrates, Platón y Aristóteles, ¿cuál te interesa más como filósofo y cuál como figura humana?

Como filósofo político, el que más me interesa es Platón. Es quien arriesga su vida una y otra vez por hacer realidad el ideal del filósofo-rey, de un gobierno justo fundado en la moral. Platón no se limita a pensar ese modelo, sino que lo intenta llevar a la práctica. Es el ejemplo más claro de dedicación y sacrificio en busca de una forma de gobierno ética.

Desde el punto de vista más personal, me conmueve Sócrates. Fue el primero que se preguntó, de verdad, qué es la justicia. Antes de él, la justicia era simplemente lo que interesaba a uno mismo o a su ciudad. En mi novela hay una frase que expresa su pensamiento: “La capacidad otorga responsabilidad”. No impone, no obliga: te entrega un don. Si tienes una capacidad mayor que otros, si dispones de ciertos recursos, decides libremente si te haces cargo de ellos o no. Pero sabes que tu capacidad implica una responsabilidad ética. Esa idea es esencial en Sócrates, y es el hilo que sigue Platón, que sigue Aristóteles, y por eso digo que los tres son maestros morales.

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¿Es esa la raíz de tu elección de personajes en la serie de novelas?

Sí. Los escojo porque no buscan lo que les conviene, sino lo que es correcto. En la novela sobre Sócrates, por ejemplo, cito una frase escalofriante que pronunciaron unos embajadores atenienses para justificar una atrocidad cometida por su ciudad durante la guerra del Peloponeso. Dijeron: “El destino siempre ha querido que el débil quede sometido al poderoso”. El destino era la instancia moral suprema, como decir: “Si ha ocurrido, es porque es justo”. Y frente a eso, Sócrates piensa lo contrario. Él, Platón y Aristóteles se preguntan qué es justo, más allá de los intereses, del poder o de las circunstancias.

En Aristóteles, ese ideal ético se convierte en método.

Exacto. Aristóteles buscó definir conceptos universales: ¿qué es la justicia en sí?, más allá de cada caso concreto. Si defines la justicia de forma universal, la haces intemporal. Por eso su pensamiento sigue siendo vigente. Esa búsqueda de actuar éticamente en todas las circunstancias —ya sea en las que vivieron ellos o en las de hoy, como la inteligencia artificial— es lo que convierte sus reflexiones en lecciones para nosotros.

¿Qué te atrae especialmente de Aristóteles como pensador?

Me fascina cómo convierte el conocimiento en ciencia. Soy un apasionado de la ciencia, y Aristóteles es el gran sistematizador: aplica la lógica a todo, incluso a la ética. En la novela se ve cómo todo lo analiza, lo estudia, lo experimenta. Es el primer gran experimentador. Instaura la lógica como herramienta aplicable a todos los campos del saber. Sus silogismos —como el clásico “Todos los hombres son mortales. Sócrates es un hombre. Luego, Sócrates es mortal”— son estructuras de razonamiento que todavía hoy resultan esenciales.

Durante siglos fue insuperado. Hasta Galileo y Newton no se dio un verdadero salto respecto a lo que él había teorizado. Pero lo más admirable es su humildad intelectual. Él mismo dijo, con otras palabras: si las pruebas contradicen mis ideas, lo correcto es aceptar las pruebas.

¿Y cuál dirías que es el mayor lastre de la Grecia clásica? Solemos admirarla como cuna de nuestra civilización, pero también era profundamente desigual.

El mayor lastre ha sido, en parte, cómo se ha malinterpretado a Aristóteles. Él mismo dijo que sus enseñanzas no eran dogmas. Afirmó claramente que las pruebas deben estar por encima de sus ideas. Sin embargo, tuvo tanto peso que durante siglos no se le cuestionó. La Iglesia lo convirtió en una autoridad indiscutible. No se podía negar, por ejemplo, que la Tierra era el centro del universo, porque Aristóteles lo había afirmado. Cuando Copérnico y Galileo demostraron lo contrario, fueron perseguidos. Galileo tuvo que retractarse públicamente, aunque se le atribuye la famosa frase “Y sin embargo, se mueve”. Lo más paradójico es que Galileo dijo que Aristóteles le habría dado la razón, y estoy convencido de que tenía razón. Aristóteles era un científico: habría aceptado la verdad demostrada. Pero durante siglos no se le leyó con ese espíritu.

¿Y qué ocurre con su visión sobre las mujeres y la esclavitud?

Ese es otro punto crítico. Aristóteles perpetuó la visión clásica según la cual la mujer era inferior al hombre. No lo hizo con maldad, sino porque no desarrolló esa cuestión como sí hizo con otros temas. A diferencia de él, Platón sí tuvo una visión avanzada. Defendía la igualdad educativa entre hombres y mujeres. Sabemos que tuvo discípulas, incluso dos maestras en la Academia, lo que uso como referencia en la novela para crear a la protagonista femenina.

Pero es cierto: Grecia era una sociedad esclavista. No se conserva prácticamente ni un solo texto de la época que condene la esclavitud. Era un mundo en guerra constante. Se vencía a un pueblo y se esclavizaba a sus habitantes. Era el modo de subsistencia, de producción, de vida. Lo que sí cambia es cómo se trataba a los esclavos. Aristóteles, según el testamento atribuido a él, trataba de forma justa a sus esclavos: les pagaba un salario, podía liberarlos. Eso también lo muestro en la novela, en contraste con Creonte, que los trata como animales de carga.

Marcos Chicot con su anterior novela, 'El asesinato de Platón'
Marcos Chicot con su anterior novela, ‘El asesinato de Platón’

¿Qué lugar ocupan los filósofos frente a ese contexto tan desigual?

Los filósofos estaban por encima, muchas veces, de la sociedad en la que vivían. Sus ideas eran mucho más avanzadas que su tiempo. Y eso también ocurre hoy. Hemos avanzado mucho, pero no debemos olvidar que los derechos no evolucionan de forma lineal. Se ganan, se pierden, se recuperan, se vuelven a perder. Lo que hoy damos por sentado, puede desaparecer. La historia demuestra que hay que estar muy vigilantes. Y ellos —Sócrates, Platón, Aristóteles— ya advertían que había que luchar por todo esto, porque nada está asegurado.

En un momento histórico en el que regresan las guerras, se cuestionan derechos fundamentales y vuelve a hablarse de invasiones, ¿sería deseable que nuestros dirigentes tuvieran cerca a figuras filosóficas, como ocurrió en la Antigüedad?

Sería lo ideal. Platón lo propuso con el modelo del filósofo-rey: o bien que los filósofos gobiernen, o que los gobernantes se conviertan en filósofos. Pero el gran problema de nuestro sistema es que no está diseñado para que los mejores lleguen al poder, sino para que lleguen quienes son más hábiles en conquistarlo.

Y ahí está la contradicción. Las cualidades necesarias para alcanzar el poder suelen ser opuestas a las que requiere ejercerlo bien: ambición, capacidad de forjar alianzas interesadas y traicionarlas cuando conviene, ausencia de escrúpulos… No digo que todos los gobernantes sean así, pero el sistema tiende a favorecer a quienes dominan ese juego. En cambio, gobernar con justicia, con entrega, con sentido del bien común, requiere otro tipo de virtudes. Y rara vez coinciden.

¿Por eso recurres a la filosofía como guía moral en tus novelas?

Exactamente. Lo que me mueve no es solo la pedagogía, sino la dimensión ética. Transmitir estas ideas me parece fundamental. Cuando recibo mensajes de adolescentes, de estudiantes de instituto que me dicen: “Leer sobre Sócrates me ha cambiado la forma de ver la vida”, siento que todo cobra sentido. Que una persona joven se impacte por la vida y muerte de Sócrates, por su idea de justicia, es algo esencial. Porque al final la sociedad es producto de su acervo ideológico. Cuantas más ideas nobles incorporemos a ese sustrato común, más capacidad tendremos de contrarrestar las otras. Por eso escribo. Por eso es tan importante sembrar estas referencias morales.

Tu nivel de documentación es muy exigente. ¿Eso limita tu capacidad de ficción?

No es una virtud, es una obsesión. Pero no limita la ficción, simplemente la hace más exigente. Me obliga a detenerme, a pensar cómo transformar conocimiento en trama, cómo convertir filosofía, historia o matemáticas en una novela apasionante. Ese fue el gran reto con El asesinato de Pitágoras. Cuando la autopubliqué, se convirtió en el ebook en español más vendido del mundo ese año. Y fue gracias al boca a boca de los lectores.

Eso me demostró que el desafío es lograr que el lector no diga: “A pesar de que habla de filosofía, me ha gustado”, sino: “Gracias a que contiene filosofía, me ha gustado más”. Obviamente, tiene que haber emoción, intriga, acción, ritmo… Pero si además todo eso tiene un valor añadido —si el lector siente que está aprendiendo cuestiones fundamentales mientras se entretiene— entonces es una experiencia completa. Y eso exige mucho tiempo.

Has mencionado antes la visión sobre las mujeres en Grecia. No es solo una cuestión de desigualdad entre géneros, sino también de desigualdad entre culturas: mujeres espartanas, atenienses, extranjeras, esclavas… ¿Cómo has abordado esa complejidad?

Siempre digo lo mismo: en los libros de historia casi no aparecen mujeres, pero en la realidad eran la mitad de la población. Sería absurdo escribir una novela histórica y que no haya mujeres. Pero además, desde el punto de vista narrativo, me parece mucho más interesante. La vida de una mujer en la Grecia clásica era mucho más tensa, más extrema, más plagada de obstáculos. Eso genera conflicto, drama, evolución: justo lo que necesita una buena historia.

En la novela se explora a fondo esa estratificación. No es lo mismo ser ciudadana ateniense —aunque sin derechos políticos— que ser extranjera o esclava. Y mucho menos ser extranjera y esclava, que te situaba en el escalón más bajo. Todo eso lo muestro desde dentro. Porque para mí las novelas son, ante todo, novelas de personajes.

¿Te refieres al enfoque psicológico?

Sí, absolutamente. Me interesa mucho construir personajes consistentes, complejos, coherentes. Están muy trabajados psicológicamente, y trato de que el lector entre en ellos, viva la historia desde su interior. Me gusta que se experimente la vida de una mujer espartana desde su subjetividad, igual que la de un esclavo o la de un gobernante. Porque lo fascinante es precisamente ese contraste. En aquella sociedad, tus derechos, tu destino, tu valor dependían radicalmente del lugar que ocupabas. La distancia entre un estamento y otro era abismal. Por eso explorar todas esas perspectivas —y ver unas desde las otras— me parece riquísimo.

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