“Mi cuerpo no está para gustar, sino para confrontar”: Angélica Liddell, Premio Nacional de Teatro 2025

La dramaturga y performer, galardonada con el Premio Nacional de Teatro 2025, reivindica la libertad creativa frente a las normas del mercado y el patriarcado, y recuerda que “el arte no está para agradar, sino para incomodar”

Angélica Liddell, en 'Liebestod. El olor a sangre no se me quita de los ojos. Juan Belmonte'
Angélica Liddell, en 'Liebestod. El olor a sangre no se me quita de los ojos. Juan Belmonte'

Angélica Liddell (Figueras, 1966) ha sido galardonada con el Premio Nacional de Teatro 2025, otorgado por el Ministerio de Cultura a través del INAEM, en reconocimiento a una trayectoria que es, al mismo tiempo, reclamación y exorcismo, desgarro y belleza. El jurado ha subrayado la repercusión de su obra Dämon. El funeral de Bergman, pieza que “sintetiza una forma de trabajar crítica, que no hace concesiones e invita a la reflexión y el debate”.

Liddell ha construido desde hace décadas un teatro de riesgo, uno que no negocia con la comodidad femenina tradicional ni con las expectativas sociales. Su trabajo explora la violencia familiar, el deseo, el cuerpo como espacio de resistencia, la locura, la pena y la muerte, sin edulcorantes. Obras como Vudú (3318) Blixen, Terebrante o Dämon no solo muestran mujeres, madres, hijas en crisis: muestran la fuerza de quienes enfrentan el dolor sin pedir permiso.

“Meterse con la crítica francesa es como ponerse bombas al pecho”

En una reciente entrevista, Angélica Liddell afirmó: “Meterse con la crítica francesa es como ponerse bombas al pecho. Son el poder… Hay que reunir mucho valor para inaugurar el Festival de Aviñón y echarse encima a toda la crítica, te lo aseguro.”

Esta declaración no es solo una provocación: es una reivindicación del derecho a la disidencia estética, del arte que rasga y cuestiona lo que se da por aceptado. En un mundo artístico en el que muchas mujeres sienten que deben limar aristas para ser tomadas en serio, Angélica Liddell insiste en su forma descarnada y sin concesiones como una práctica política feminista.

La artista catalana, directora y actriz Angelica Liddell.
EFE/Marta Pérez

Feminismo, cuerpo, dolor y testimonio

Angélica Liddell no rehúye lo grotesco ni lo incómodo. Su estética pone en primer plano cuerpos rotos, infancias heridas, amores imposibles, traiciones familiares, violencia callada. Su literatura y sus escenarios exponen aquello que suele ser silenciado: la herida de la mujer, la mirada de la mujer que no encaja en los cánones de la belleza agradable, la mujer que no sonríe si no le nace, la que está lejos de lo amable. En palabras suyas, no busca “que la mujer sea un objeto de belleza” sino “usar el cuerpo como instrumento de verdad”.

Además, su obra confronta los discursos de poder patriarcal, religioso, académico: transparenta cómo muchas instituciones no toleran la molestia estética, la confrontación de los mitos sanadores, el enfrentamiento con lo que la tradición presenta como perfecto. Y esa confrontación feminista no es ornamental: es radical.

Angélica Liddell en 'Vudú (3318) Blixen'
Angélica Liddell en ‘Vudú (3318) Blixen’

El Premio Nacional de Teatro no solo reconoce una obra concreta, sino la coherencia de una vida dedicada a no callar. Que el jurado haya valorado su “lenguaje de enorme riesgo y calidad” es un gesto político: visibilizar la necesidad de que existan creadoras que no cedan a la comercialidad, al aplauso fácil o a lo políticamente cómodo. Este premio abre espacio para que otras voces extremas, incómodas, rupturistas también sean reconocidas sin suavizar su filo.

Además, Angélica Liddell inaugura el Festival de Aviñón con Dämon, algo histórico para una mujer española: no solo pisa escenarios de prestigio, sino que los inaugura, lidera, irrumpe. Eso desmonta silencios y empodera.

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