Pocas historias reales han inspirado tanto horror, fascinación y repulsión como la de Ed Gein. Su nombre, envuelto en una atmósfera de podredumbre moral y locura rural, dio forma a algunos de los monstruos más emblemáticos del cine: Norman Bates, Leatherface, Buffalo Bill. Ahora, con Monstruo: La historia de Ed Gein, Netflix revive aquel mito con una miniserie que pretende explorar no solo los crímenes del asesino de Wisconsin, sino también la mente enferma que los originó. Pero ¿cuánto de lo que muestra la serie es real y cuánto pertenece al terreno de la ficción?
La serie que reabre la herida
Monstruo: La historia de Ed Gein llega como la tercera entrega de la antología creada por Ryan Murphy e Ian Brennan. Tras Jeffrey Dahmer y el caso de los Menéndez, esta nueva entrega se adentra en la América profunda de mediados del siglo XX, donde la religión, la represión y el aislamiento rural crearon un caldo de cultivo tan opresivo como inhumano.
La miniserie de Netflix, protagonizada por Charlie Hunnam en el papel de Ed Gein y Laurie Metcalf como su madre Augusta, reconstruye la vida del hombre que aterrorizó a la pequeña localidad de Plainfield en 1957. O, al menos, la versión que la ficción permite construir. Porque si algo define a Monstruo: La historia de Ed Gein, es su ambición de mezclar lo documental con lo psicológico, y lo real con lo simbólico.
Lo que sí ocurrió: los hechos que estremecieron a América
Para entender qué partes de Monstruo: La historia de Ed Gein son ciertas, hay que remontarse a los hechos reales. Ed Gein fue arrestado el 16 de noviembre de 1957, tras la desaparición de Bernice Worden, dueña de una ferretería local. Cuando la policía entró en su granja, descubrió un espectáculo que ningún agente olvidaría jamás: restos humanos colgando del techo, máscaras hechas de piel, muebles tapizados con carne humana y una caja con genitales femeninos.
El hallazgo estremeció al país. Durante las investigaciones, Gein confesó no solo el asesinato de Worden, sino también el de Mary Hogan, una camarera desaparecida años atrás. Además, admitió haber profanado tumbas para desenterrar cuerpos recientes y utilizar sus restos en sus macabros experimentos domésticos.
Estos datos, todos documentados, son la base más sólida sobre la que se asienta Monstruo: La historia de Ed Gein. También lo es la relación enfermiza con su madre, Augusta Gein, una mujer ultrarreligiosa y dominadora que inculcó en su hijo el odio hacia las mujeres y el miedo al pecado. Tras su muerte, Ed quedó completamente solo en la granja, sin vínculos sociales y con una mente cada vez más distorsionada por la culpa y la represión.
Netflix recoge estos elementos con cierta fidelidad. La infancia marcada por la humillación. La muerte del hermano Henry en un incendio (aunque en la serie se sugiere otra cosa). Y la posterior descomposición psicológica de un hombre que, privado de toda guía moral, acabó habitando un infierno privado.
Lo que se exagera o reinventa: la frontera entre realidad y guion
Sin embargo, Monstruo: La historia de Ed Gein también juega —y mucho— con los vacíos del relato. A diferencia de otros asesinos como Jeffrey Dahmer, cuya trayectoria criminal está registrada con precisión, el caso de Gein contiene lagunas que han sido llenadas por décadas de especulación y mito.
Uno de los puntos más polémicos de la serie es la muerte de Henry, el hermano mayor. En la ficción, se sugiere de manera directa que Ed lo mató. En la vida real, no existen pruebas concluyentes. Henry murió en circunstancias confusas, pero la investigación policial no halló indicios de asesinato. Fue declarada una muerte accidental.

Otro aspecto dramatizado en Monstruo: La historia de Ed Gein es la supuesta relación romántica con Adeline Watkins, una mujer que en la serie encarna la ilusión imposible de redención. En la realidad, Watkins sí conoció a Gein, pero nunca existió una historia de amor entre ellos. Fue una conocida ocasional, no una pareja. Esa subtrama, aunque efectiva narrativamente, pertenece a la pura invención.
También es inexacto presentar a Ed Gein como un asesino múltiple en serie. Aunque su figura inspiró a infinidad de serial killers ficticios, solo se le atribuyen dos asesinatos comprobados. Los demás crímenes que rodean su leyenda no tienen pruebas documentales. En ese sentido, la serie amplifica su perfil criminal para adaptarlo mejor al molde del “monstruo americano”.
Lo simbólico: una serie sobre el miedo, no sobre los crímenes
Más allá de sus inexactitudes, Monstruo: La historia de Ed Gein funciona como una reflexión sobre la oscuridad de la mente humana y la herencia del puritanismo rural. Netflix no pretende hacer un documental forense, sino una reinterpretación cultural del horror.
La puesta en escena refuerza ese propósito. Los interiores de la casa, iluminados por lámparas agonizantes y los paisajes helados de Wisconsin son una metáfora visual del encierro mental de Gein. La dirección, sobria y silenciosa, evita los excesos gore para centrarse en la soledad y el deterioro mental del protagonista.

Ahí radica la diferencia fundamental entre la verdad y la ficción: la serie busca explicar lo inexplicable, y para ello inventa. Gein fue un hombre enfermo, con trastornos mentales profundos, pero también un producto de una sociedad que reprimía el deseo, castigaba la diferencia y santificaba el sufrimiento. Monstruo: La historia de Ed Gein no solo retrata a un asesino, sino al mundo que lo hizo posible.