Según el diccionario de la Real Academia Española, lujo es aquello “que no está al alcance de todos”. En 2025, esa definición encaja a la perfección con el alquiler en España. Acceder a una vivienda completa se ha convertido en un lujo, no en una opción, ante la escasez de oferta y unos precios disparados. Los últimos datos de Fotocasa indican que un piso de 80 metros cuadrados cuesta ya 1.150 euros al mes de media, una cifra que en las grandes ciudades supera ampliamente esa cantidad.
“La tensión entre oferta y demanda, especialmente en grandes ciudades y áreas metropolitanas, continúa empujando los precios al alza. La escasez de oferta disponible, sumada a una demanda creciente, está acelerando el encarecimiento del alquiler en España”, explica María Matos, directora de Estudios de Fotocasa.

Este escenario ha disparado el alquiler de habitaciones, una fórmula que permite repartir gastos entre compañeros de piso. Pero no es una opción voluntaria para muchas mujeres, que arrastran salarios más bajos y más obstáculos para emanciparse. Según la Fundación de Estudios de Economía Aplicada (FEDEA), una mujer con el mismo puesto, sector y estudios que un hombre cobra de media 3.500 euros menos al año. Esta diferencia marca la frontera entre poder pagar una vivienda individual o seguir compartiendo piso incluso a partir de los 30.
El Observatorio del Mercado de Trabajo de FEDEA sitúa la brecha salarial ajustada en el 15,9 % en 2022, con un descenso de casi seis puntos en dos décadas. Sin embargo, persisten grandes desigualdades: la brecha es del 4% entre jóvenes, pero supera el 15% en mayores de 59 años. En el empleo a tiempo parcial —ocupado en un 70% por mujeres— el diferencial es del 9,6%. Y son ellas, las mujeres, las que se ven obligadas a vivir como estudiantes en pisos compartidos cuando ya no les toca por edad.
Radiografía del alquiler compartido
El estudio de Fotocasa Research refleja un cambio de perfil entre quienes comparten vivienda. El 72% tiene menos de 35 años, un 40% está en la franja de 18 a 24 años, mientras que el 32% tiene entre 25 y 34 años, un salto desde el 25% registrado en 2024. Además, sorprende que la mitad de los inquilinos pertenece a niveles socioeconómicos alto o medio-alto, lo que evidencia que este modelo no es exclusivo de rentas bajas: el mercado expulsa también a perfiles con ingresos medios y altos. Es como si la vivienda se hubiera convertido en un Ferrari inalcanzable para la gran mayoría de la sociedad española.

Por otra parte, encontrar una habitación no suele ser un proceso largo: el 53% la consigue en menos de un mes; el 30%, en menos de dos semanas; y el 23%, entre dos y cuatro semanas. Solo un 10% reconoce haber esperado mucho más de lo previsto.
Estas dificultades obligan a sentarte con calculadora en mano y hacer números. Para quienes cobran el salario mínimo (1.184 euros en catorce pagas), alquilar una habitación implica dedicar un tercio de los ingresos mensuales a la vivienda. Según Idealista, el precio medio nacional es de 420 euros al mes: en Madrid y Barcelona supera los 500 euros, y en Valencia o Málaga ronda los 400. Hace una década, esa cifra bastaba para alquilar una vivienda entera. Hoy, el mismo presupuesto alcanza apenas para habitar cuatro paredes con cama y escritorio.
“La vivienda compartida se ha consolidado como la principal vía de emancipación para muchos jóvenes, muchas veces por obligación, en vez de por decisión propia. Lo llamativo es que continúa siendo una alternativa incluso pasados los 30 años”, apunta Matos. “Esto se debe, en gran parte, a la debilidad económica que impide a muchos dar el salto hacia una vivienda en solitario o en propiedad. Compartir piso se convierte en la opción utilizada para reducir el esfuerzo salarial que supone acceder al alquiler, especialmente en un contexto de precios máximos como el actual”.

La normalización del alquiler compartido esconde historias como la de Elena, de 44 años, que se plantea mudarse a una ciudad más pequeña como única forma para equilibrar ingresos y gastos. Su caso refleja una realidad cada vez más común: profesionales cualificados que, pese a su experiencia, se ven obligados a convivir con desconocidos porque el mercado inmobiliario les ha cerrado las puertas de la independencia.