Profesiones imposibles

“Te dedicas al fallecido para alegrar a los vivos”

Eva María García, tanatoesteticista, maquilla y prepara a los fallecidos: un oficio invisible y duro que ella asume como dedicación para aliviar el duelo de las familias

Eva. Tanatoestética
Eva. Tanatoestética
Javier Cuadrado

Eva María García ve a diario cosas que el común de los mortales no veremos jamás. Incluso el nombre de su profesión es desconocido para la mayoría: tanatoestética, es decir, maquilla y arregla a las personas fallecidas para el velatorio. Pero no es un suplicio para ella: es un trabajo completamente vocacional. “Para trabajar en esto tienes que tener vocación y haber tenido una llamada interior por alguna experiencia personal.” Tiene 37 años y, después de trabajar en varios sectores, se decantó hace seis años por la tanatopraxia, el mundo de los muertos que no solemos ver pero que existe. Ella se encarga de trasladar los cuerpos al tanatorio, donde los preparan, los maquillan y arreglan para la familia.

Eva. Tanatoestética
Javier Cuadrado

“Estuve trabajando de otras cosas —en guarderías, campamentos, en el comedor de un colegio— hasta que estudié la tanatoestética. Ahora empiezo un grado medio en emergencias sanitarias”, explica. En su caso, no se limita solo a los muertos. Eva atiende a los familiares de las personas fallecidas para que su paso por el tanatorio sea lo menos traumático posible. “Yo en el tanatorio veo entrar y salir a mucha gente y se piensan que no te afecta, y no es verdad: no te acostumbras, es imposible acostumbrarse. Hay jóvenes, hay bebés, hay suicidios, accidentes de tráfico, y son muchos casos. Te dedicas al fallecido, pero para que lo vean los vivos; tu trabajo está en hacer que la familia esté mejor. En realidad te encargas del fallecido, pero el objetivo último es la familia, porque la persona fallecida ya no necesita nada, pero esa primera impresión y ese recuerdo son fundamentales para los seres queridos. Esa última imagen te transmite muchísimo, y que tú lo hagas bien ayuda a la familia a avanzar en el duelo”.

Coordinación para el último adiós

Forma parte de un equipo de unas veinte personas que habitualmente no vemos, pero cuyo trabajo, en esos momentos tan difíciles, es crucial. “Podemos ir a un hospital, al domicilio, a la carretera… a cualquier sitio donde esté la persona fallecida. Nos lo traemos al tanatorio y empezamos a trabajar con el cuerpo. En unas cuatro horas suele estar todo listo.” Y, en ese tiempo, los preparan para el último adiós. “Les lavamos, les taponamos, y, si el cuerpo lo necesita, también les maquillamos. A veces nos piden que les vistamos con algo especial, que les maquillemos como lo hacían en vida; algunos te dan una foto para que queden parecidos. Y, cuando hemos terminado, les ponemos en la cámara fría, el túmulo, a unos 11 grados. Les peinamos e intentamos que se parezcan lo más posible a como estaban con vida.”

Eva. Tanatoestética
Javier Cuadrado

Motivación por causas personales

Eva supo que quería dedicarse a este mundo cuando vio a su abuela fallecida. “Fue el primer fallecido que vi en mi vida. Observé que tenía un moratón en la cara; no la vi bien maquillada, no la vi tranquila, no estaba bien peinada. Y eso me dejó descolocada. Cuando falleció su hermano, que era como mi abuelo, sí que transmitía paz. El duelo de mi abuela me costó pasarlo por la última imagen que yo me llevé: ahí no hubo dedicación. Por eso, con 15 años, ya decidí que me quería dedicar a esto; sabía que tenía que ayudar a las familias.”

Pero una cosa es la teoría y otra, digerir ese momento tan doloroso, aunque sea ajeno. “Recuerdo el primer día con el primer fallecido con el que trabajé. Llevaba un pijama de cuadros y la primera impresión es un saco cerrado encima de la mesa, y ahí te replanteas: ¿qué hago aquí? Y, en el momento de abrir la cremallera, no sabes lo que hay dentro. Nunca te acostumbras a abrir la cremallera porque no sabes lo que vas a ver.”

Trabajar con el dolor ajeno

La exposición emocional es continua: “Yo veía a un niño y lloraba con las familias. Llegaba un señor mayor y lloraba igualmente. Cada fallecido tiene su historia; conocemos un montón e intento que les sea más llevadero.” Un trabajo duro. “la gente que entra no viene por vocación: se encuentra el trabajo, la presión, las gestiones que tienes que hacer con los familiares y contigo mismo cuando llegas a casa. Hay muchas vacantes, mucha rotación; somos pocos los que aguantamos, pero los que estamos es porque realmente nos gusta. Nos sentimos pagados por las familias. Y algunos se acercan antes de irse y te dan las gracias: por la atención, por estar ahí. Ese día ya me has pagado. Yo me voy pagada porque he cumplido con mi objetivo.”

Las últimas voluntades, a veces, le han sorprendido: “Una familia me pidió que le metiera en el féretro un pico y un martillo, por si, en un imposible, se despertaba y necesitaba salir del hoyo. Otras familias meten un paquete de tabaco, peluches, dibujos, cartas.”

Un oficio invisible —y duro para muchos— que ella, sin embargo, no cambia por otro más terrenal. “Tu trabajo está en hacer que la familia esté mejor…en el fondo, te dedicas a los vivos.”

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