En el corazón de Galicia, concretamente en Santa Marta de Ribarteme, en la parroquia de As Neves (Pontevedra), se celebra cada 29 de julio una de las romerías más insólitas y fascinantes del mundo: una procesión en la que personas vivas desfilan dentro de ataúdes para agradecer haber sobrevivido a experiencias cercanas a la muerte. Un evento que mezcla fervor religioso, tradiciones centenarias y una simbología tan potente que ha llamado la atención de medios internacionales como The Guardian, que la catalogó como una de las fiestas más extrañas del planeta.

Un homenaje a la vida
Esta singular celebración está dedicada a Santa Marta, la patrona de los imposibles y de aquellos que estuvieron al borde de la muerte. La devoción a esta figura cristiana se remonta a siglos atrás. Cuenta la tradición que Marta, hermana de Lázaro, fue testigo del poder de Cristo al devolverle la vida a su hermano. Desde entonces, se la considera una poderosa ayuda en momentos críticos, y en Galicia ha arraigado una forma de agradecimiento tan original como impactante: recorrer el pueblo en procesión metido en un ataúd.
La romería comienza con una serie de misas que se celebran desde primera hora de la mañana. A lo largo del día, los llamados “ofrecidos”, es decir, quienes superaron una enfermedad grave, un accidente o una situación límite, acuden al santuario para cumplir sus promesas. Lo hacen vestidos con mortajas blancas, descalzos, de rodillas… o directamente tumbados en un féretro que familiares y amigos cargan a hombros por las calles.
El momento cumbre tiene lugar al mediodía, cuando se celebra la procesión principal. La imagen de Santa Marta encabeza un cortejo en el que no faltan los cánticos de los “romeros cantores”, que entonan plegarias tradicionales mientras acompañan a los ataúdes. El silencio respetuoso de los asistentes se mezcla con la emoción palpable de los que marchan para rendir homenaje a la vida que conservan.
El origen de la fiesta
Este ritual, de raíces medievales, se enmarca dentro de una tradición más amplia que incluye otros elementos igualmente curiosos. Antiguamente, durante el recorrido se realizaban las llamadas “poxas”, subastas públicas de animales o enseres donados a la santa como ofrenda. Aunque esta práctica ha perdido fuerza, todavía se conserva parte de su espíritu en el fervor de quienes luchan por llevar los banzos (las varas de los pasos procesionales) en momentos clave, sobre todo al regresar la imagen al templo.
Además de su carga simbólica, la fiesta tiene un componente social y festivo importante. Durante varios días, el pueblo se llena de actividades paralelas como verbenas populares, pasacalles, conciertos, partidos de fútbol, y una famosa churrascada que congrega a vecinos y visitantes. La programación de este año arranca el 27 de julio y se extiende hasta el día 30, con celebraciones religiosas y musicales que combinan lo tradicional y lo popular.
Pese a lo peculiar de la imagen de ver a personas vivas en ataúdes recorriendo las calles, lo que se puede sobrentender en esta romería es una profunda expresión de gratitud, espiritualidad y resistencia. No es una celebración de la muerte, sino de la vida que se ha recuperado, de la segunda oportunidad. Para muchos gallegos y curiosos de todo el mundo, es también un recordatorio de lo frágil que es la vida y del poder de la fe como motor para seguir adelante.