Aragón

Soy de Zaragoza y este es el rincón del Pirineo que elegiría para mudarme: un paraíso que no ha colapsado el turismo

Mi lugar preferido de Aragón es el mejor ejemplo de que aún existen rincones donde la vida se vive de verdad, sin artificios

Valle de Chistau - Sociedad
Una fotografía panorámica del Valle de Chistau tomada desde Señes
Artículo 14/ David Lorao

Soy de Zaragoza, una ciudad donde la vida transcurre al ritmo del cierzo y las avenidas siempre parecen dispuestas a tragarse a la gente que corre de un lado a otro. Me gusta mi ciudad, no lo voy a negar. Pero también me pesa su rutina, su ruido, su asfalto interminable. Por eso, cada vez que necesito recordarme que la vida puede ser otra cosa, pongo rumbo al Pirineo. Y si alguna vez tuviera que mudarme para empezar de nuevo, elegiría sin dudar el Valle de Chistau, ese rincón escondido que todavía se resiste al colapso del turismo masivo.

El Valle de Chistau no es un lugar cualquiera. Es un refugio. Un espacio donde las montañas no solo dibujan un horizonte perfecto, sino que parecen custodiar el tiempo. Allí, la prisa no existe, y la modernidad llega apenas con lo justo, como si se hubiera detenido a las puertas del valle para no estropearlo.

En mis visitas, siempre me invade la sensación de estar entrando en un mundo que se protege a sí mismo, donde los pueblos siguen oliendo a leña y la vida tiene el mismo compás que la naturaleza.

El lugar donde el silencio habla

La primera vez que descubrí el Valle de Chistau, me sorprendió su silencio. No era un silencio vacío, sino uno lleno de matices. El rumor de los ríos, el canto de las aves, el viento que se cuela entre las paredes de piedra. Un silencio que dice más que cualquier ciudad. Allí entendí que no hacía falta nada más para sentirse pleno.

Valle de Chistau
Una fotografía de las ruinas de la antigua Casa Lanzón, una de las familias de Señes.
Artículo 14/ David Lorao

El valle está formado por pequeños pueblos que parecen pintados con acuarela. Plan, San Juan de Plan, Gistaín, Sin, Saravillo, Serveto, Señes. Todos conservan esa arquitectura tradicional que te recuerda que el Pirineo no necesita reinventarse.

Basta con caminar por sus calles empedradas para sentir que estás pisando siglos de historia. En Zaragoza, uno vive siempre mirando hacia adelante, persiguiendo lo nuevo. En el Valle de Chistau, en cambio, se mira hacia atrás sin miedo. Porque la memoria se convierte en parte del presente.

Un paraíso sin avalancha de turistas

Una de las cosas que más valoro del Valle de Chistau es que todavía no ha sido devorado por el turismo masivo. Mientras otros rincones del Pirineo aragonés se han visto saturados de visitantes, aquí aún puedes caminar por senderos solitarios, cruzar bosques sin encontrarte con nadie y mirar al cielo sin que una masificación te estropee la postal.

Valle de Chistau
Una vista general de la localidad oscense de Gistaín, en el Valle de Chistau.
Huesca La Magia

No hay grandes hoteles ni urbanizaciones desmedidas. La vida se organiza en casas rurales, en pequeños alojamientos familiares que mantienen la autenticidad del lugar. Y eso lo cambia todo. El Valle de Chistau no es un decorado para turistas: es un hogar. Lo fue siempre para sus gentes. Y quienes llegamos de fuera lo sentimos así desde el primer momento.

Naturaleza indómita y cercana

Si algo convierte al Valle de Chistau en un destino único es su naturaleza. Desde allí se puede acceder a algunos de los paisajes más sobrecogedores del Pirineo, como el Parque Natural Posets-Maladeta, con sus cumbres nevadas y sus lagos glaciares.

He recorrido senderos que parecían inventados para recordarnos nuestra pequeñez. He subido hasta prados donde los caballos pastan libres. Y he sentido que esa libertad era contagiosa.

En Zaragoza el horizonte siempre está interrumpido por edificios. En el Valle de Chistau, en cambio, la vista se abre hasta donde el ojo alcanza. Cada día comienza con la certeza de que la montaña marcará el pulso, y no una agenda apretada ni un calendario laboral.

¿Una vida posible?

A veces me sorprendo imaginando cómo sería mudarme allí de manera definitiva. No como turista, sino como vecino. Vivir en el Valle de Chistau implicaría aceptar un ritmo distinto, aprender a mirar la vida desde otro ángulo.

Quizá dedicarme a escribir en una casa de piedra, con la chimenea encendida en invierno y el rumor del río como música de fondo. Quizá acostumbrarme a que las distancias son otras, a que no todo está al alcance de un clic ni de una compra inmediata.

Valle de Chistau
Una fotografía panorámica del Valle de Chistau tomada desde Señes.
Artículo 14/ David Lorao

Lo pienso y me doy cuenta de que lo que perdería es ruido, y lo que ganaría es tiempo. Tiempo para mí, para mi familia, para lo que de verdad importa. Porque en lugares como el Valle de Chistau uno descubre que la vida no se mide en productividad, sino en intensidad.

Sé que mudarse al Valle de Chistau no es sencillo. La ciudad ofrece comodidades que allí no existen. Pero cada vez que regreso a Zaragoza, con el coche cargado con la carne que he comprado en la Carnicería Modesto de Escalona y el alma llena, siento que ese valle me guarda. Como si supiera que algún día terminaré quedándome para siempre.

TAGS DE ESTA NOTICIA