TECNOCULTURA

Ava nos mira desde 2050 o la distopía estética del mundo influencer

Un modelo digital llamado “Ava” muestra cómo podrían lucir los creadores de contenido en 2050 si persisten los excesos estéticos, la vida frente a las pantallas y la presión constante de las redes

Ava no sonríe. Su silueta encorvada, marcada por una joroba incipiente, recuerda al peso de años de trabajo frente a pantallas brillantes. La piel muestra inflamación crónica, fruto del maquillaje constante y la exposición a focos artificiales. Su cabello, debilitado y escaso, delata un abuso de extensiones y tratamientos estéticos extremos. Ava no es real: es un modelo digital diseñado como advertencia, un retrato que condensa lo que podría ser el cuerpo de un influencer en 2050 si nada cambia.

La iniciativa, difundida por el New York Post, no busca predecir el futuro con exactitud científica, sino provocar una reflexión cultural. Ava es una metáfora visual del precio de una vida hiperestilizada, una figura que expone las huellas que los filtros no pueden disimular. La llamada “joroba digital” no es ya un chiste de oficina. Fisioterapeutas en países como Australia o Estados Unidos alertan de un aumento de casos de “cabeza adelantada”, una alteración postural vinculada al uso excesivo de pantallas que, según la National Spine Health Foundation, se ha duplicado en menores de 30 años en la última década.

La Royal Society for Public Health en el Reino Unido ha identificado a Instagram como la red social con mayor impacto negativo en la salud mental de los jóvenes

Los dermatólogos también observan un patrón inquietante: el abuso de cosméticos y tratamientos invasivos provoca irritaciones, inflamaciones y envejecimiento prematuro. La American Academy of Dermatology señala que el 30 % de las consultas en menores de 25 años están relacionadas con daños cutáneos derivados de peelings y exfoliaciones mal aplicadas. Al mismo tiempo, tricólogos documentan un incremento de alopecia cicatricial asociada al uso continuado de extensiones y decoloraciones agresivas, un tipo de pérdida de cabello que puede ser irreversible.

Fotografía Casino.org

El precio del like no se limita al cuerpo

La mente también acusa las consecuencias de un estilo de vida basado en la exposición constante. Ser influencer implica estar siempre disponible, producir contenido de manera ininterrumpida y sostener una narrativa aspiracional sin grietas. Ese ritmo desemboca en ansiedad, insomnio y burnout. La Royal Society for Public Health en el Reino Unido ha identificado a Instagram como la red social con mayor impacto negativo en la salud mental de los jóvenes, aumentando la depresión y la fatiga. Estudios de la Universidad de Melbourne demuestran que la luz azul de las pantallas retrasa la producción de melatonina hasta en 90 minutos, un desfase que deteriora la calidad del sueño y consolida la fatiga crónica. Dormir mal, vivir encorvados y depender de la validación online son rutinas que dejan cicatrices invisibles.

Lo que hace perturbador al retrato de Ava no es su carácter grotesco, sino su cercanía. Quien mire con atención reconocerá en ella síntomas que ya forman parte de la vida contemporánea: jóvenes que acuden a consultas por dolor cervical, creadores que confiesan la caída de cabello tras años de extensiones, influencers que se ven obligados a desaparecer de las redes por agotamiento emocional.

Ava exagera, pero no inventa. La reacción en redes sociales lo demuestra. Para algunos, se trata de un meme exagerado que genera risas. Para otros, un recordatorio incómodo de que ni los filtros ni las cirugías pueden tapar para siempre el desgaste real. Ese vaivén entre burla y alarma es precisamente lo que la hace viral, porque las plataformas prosperan en los extremos y nada resulta más fascinante que un espejo deformado en el que aún podemos reconocernos.

Su aparición coincide, además, con un momento cultural en el que la autenticidad comienza a ser revalorizada. El auge del movimiento body positive, las campañas de belleza sin retoques y la búsqueda de estilos de vida más sostenibles intentan contrarrestar la presión estética del algoritmo. Sin embargo, la lógica de la atención sigue premiando la perfección artificial, el cuerpo intervenido y la narrativa aspiracional sin fisuras. En ese contexto, Ava surge como una paradoja: más honesta, en su crudeza, que la mayoría de las imágenes perfectas que pueblan los feeds.

El mensaje es claro. Si no replanteamos nuestra relación con la autoimagen digital, podríamos estar construyendo una generación marcada por cicatrices físicas y emocionales. Ava no es un destino inevitable, pero sí una advertencia visual de que la validación online puede convertirse en una deuda impagable para el cuerpo y la mente. Mientras tanto, Ava permanece en nuestro horizonte, recordándonos que la belleza digital tiene un precio, y que ya hemos empezado a pagarlo.

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