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‘Fashion murder’, la actriz que interpreta a Carolyn Bessette-Kennedy en la próxima serie de Netflix no convence

La primera imagen del personaje en la serie de Ryan Murphy desata un vendaval de críticas que ha puesto en jaque a la ficción

Es curioso cómo algunas mujeres no se marchan nunca. Ni siquiera cuando todo se termina de golpe. Carolyn Bessette-Kennedy era una de ellas. Lo sigue siendo. Con su andar casi flotante, sus camisas blancas con el cuello bien abierto, su melancolía de Upper East Side y esa manera suya, impecablemente discreta, de desafiar el artificio. No hablaba casi nunca, pero vestía como si el silencio fuera su lengua materna. Y ahora, veinticinco años después de su muerte, alguien ha intentado traducirla.

El estreno del primer vistazo a la serie American Love Story, que retrata la relación entre John F. Kennedy Jr. y Carolyn, ha provocado una reacción inmediata y virulenta. Las redes sociales, ese nuevo campo minado donde cualquier recuerdo es diseccionado hasta volverse objeto de culto o de linchamiento, se han llenado de voces ofendidas.

No es solo que la actriz Sarah Pidgeon no se parezca lo suficiente. Es el abrigo mal elegido, el peinado demasiado brillante, el bolso demasiado pequeño… Una legión entera de devotas de Carolyn -sí, porque ella tiene devotas, no fans- ha considerado todo esto un sacrilegio. Fashion murder, lo llaman con precisión despiadada. Es decir, el crimen estético de representar a alguien cuya fama se basaba, precisamente, en la armonía sutil de los detalles.

Ryan Murphy, productor de la serie, no es ajeno al exceso. Es el hombre de los trajes dorados de Versace y los relámpagos dramáticos de Feud. Pero aquí, quizá por primera vez, ha tocado algo que se le escapa entre los dedos: una mujer que no encajaba en la narrativa de fuegos artificiales.

La indignación ha sido tan feroz que Murphy ha tenido que salir a decir que la producción está aún en marcha, que se están haciendo ajustes, que los estilismos se revisarán. Incluso ha traído a veinte expertos para asesorar cada pieza, cada gesto. Porque no se trata solo de vestirse como Carolyn: se trata de entenderla. Y eso, parece, es mucho más difícil.

La periodista Liana Satenstein lo resumió con una lucidez que pocas veces aparece en estos debates digitales: “No es solo estética; es actitud. Y esa actitud era radicalmente anti-televisiva”. CBK no era extravagante ni alegre. No era “aspiracional” en el sentido convencional. Su lujo era íntimo, callado, una resistencia bellísima frente a la época del exceso. Sus elecciones -desde el moño deshecho al abrigo camel- eran decisiones morales.

Pero la ficción necesita conflicto. Necesita gritos, líneas memorables, frases que suenen bien en un tráiler. ¿Cómo retratar a una mujer que, según cuentan, se negaba a decirle a Calvin Klein lo que quería vestir y solo se limitaba a señalar discretamente una percha? ¿Cómo traducir la profundidad de alguien que nunca buscó brillar, pero que sin quererlo se convirtió en un faro?

A veces la memoria necesita fallar un poco para dejar espacio al mito. Pero esta vez, la memoria digital no olvida nada. Los archivos de sus looks están en Instagram, en Tumblr, en blogs obsesivos donde se analiza cada sandalia como si fuera un tratado de arquitectura. Allí vive aún Carolyn, multiplicada, perfectamente silente.

Y por eso duele tanto verla traicionada. No por el guion, no por la ficción -que, al final, puede jugar a lo que quiera- sino por esa falta de respeto al gesto esencial que la hizo inolvidable: su negativa a participar del espectáculo.

El libro ‘Carolyn Bessette Kennedy: A life in Fashion’

Ahora, la producción intenta rectificar. Buscarán asesoría en diseñadores que la vistieron -como Narciso Rodríguez, que creó su vestido de novia- o en figuras cercanas como su hermana Lisa. Pero la pregunta ya está sobre la mesa: ¿se puede narrar la vida de una mujer que rechazó ser narrada?

La serie se estrenará en febrero de 2026. Y todos la veremos. No por morbo, sino porque, pese a todo, seguimos buscándola. Queremos entender de dónde viene ese magnetismo suyo. Esa tristeza sofisticada. Ese silencio que hablaba más que mil discursos. Aunque sepamos que tal vez ya no haya forma de encontrarla. Porque algunas mujeres, como Carolyn, no se interpretan. Se intuyen. Se sienten. Y luego se extrañan para siempre.

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