Hay historias de amor que se tachan directamente y no porque no lo merezcan, sino porque nunca llegaron a despegar. Fueron un gesto, una promesa a medio hacer.
Como aquella noche de 1989 en la que Christina Applegate, estrella juvenil de Matrimonio con hijos -también hizo un cameo en Friends y se convirtió en la hermana de Rachel (el personaje interpretado por Jennifer Aniston, curiosamente la mujer de Brad Pitt en ese momento), acudió a los MTV Movie Awards acompañada por un tal Brad Pitt. Nadie lo sabía aún, pero estaban viendo al futuro rey de Hollywood, tan recién horneado que todavía olía a casting.

Iban como pareja y él iba ilusionado; pero en algún momento de esa noche, la actriz decidió irse con otro y dejó plantado a Brad Pitt. Durante décadas la anécdota flotó por Hollywood como una leyenda urbana a medio confirmar, alimentada por entrevistas crípticas y guiños de late night. Hasta ahora.
Christina Applegate ha vuelto a hablar de ello en su pódcast, MeSsy, donde entre risas y silencios reveló que no se arrepiente de lo que hizo, aunque tampoco quiso dar nombres. “No quiero decir con quién me fui. Lo dejaré así”, confesó. Pero en 2015, durante una entrevista con Andy Cohen, ya había dejado caer que el misterioso tercero en discordia era Sebastian Bach, cantante de la banda Skid Row. Rockero, desaliñado, puro exceso de laca y cuero. El reverso oscuro del Pitt de entonces.

Imaginad el contraste. Por un lado, un joven Brad Pitt, futuro protagonista de Leyendas de pasión, vestido como si lo hubiera recogido una brisa de verano. Del otro, Bach, con su melena salvaje y esa energía de huracán de camerino. Y Christina, en el centro, tomando una decisión que tiempo después haría historia.
Ella, que lleva décadas bailando sobre el alambre de la comedia y el drama sin despeinarse, ha tenido en su vida amorosa una especie de reparto secundario que, sin robar cámara, ha marcado escenas cruciales. Primero fue el actor Johnathon Schaech, de esos galanes de los noventa que sabían más de poses que de paz, con quien compartió un matrimonio breve, elegante en las fotos pero incómodo como unos zapatos nuevos en una boda. Se separaron sin hacer ruido, como dos personajes que se cruzan en una serie y saben que no están escritos para durar más de una temporada.
Luego llegó Martyn LeNoble, músico holandés de mirada serena y manos de bajo eléctrico, que apareció como esas canciones que no sabías que necesitabas hasta que las escuchas en un momento exacto de tu vida. Con él encontró un compás distinto, más paciente, más de quedarse a ver los créditos hasta el final. LeNoble ha sido compañero en las escenas más difíciles, como el diagnóstico de esclerosis múltiple que le ha tocado vivir a Applegate. Y ahí sigue, sin efectos especiales ni grandes diálogos, pero con la quietud que solo tienen los que entienden que el amor también es saber estar en silencio.