El conflicto en Cachemira es una disputa territorial de larga duración entre India y Pakistán, con China también involucrada en algunas partes. Comenzó en 1947, tras la partición del Imperio británico en India y Pakistán. Cachemira, un estado de mayoría musulmana gobernado por un maharajá hindú, decidió unirse a India, lo que desencadenó una serie de guerras entre ambos países.
Desde entonces, Cachemira ha sido dividida en tres partes administradas por India, Pakistán y China, pero tanto India como Pakistán reclaman el territorio en su totalidad. La región ha sido escenario de varias guerras, insurgencias y tensiones militares.
Debido a este conflicto, las mujeres de Cachemira han soportado las consecuencias, enfrentando violaciones sistemáticas de derechos humanos, exclusión política, precariedad económica y un fuerte estigma social. Sufren una doble violencia: por parte del Estado y de su propia comunidad.
La militarización del territorio, patrullas y operativos armados restringen la movilidad, que aumentan los riesgos de acoso y violencia sexual. Las fuerzas de seguridad han sido acusadas de emplear la violación como arma de guerra para castigar a comunidades enteras. Uno de los casos más emblemáticos fue el de Kunan y Poshpora en 1991, donde más de 20 mujeres denunciaron haber sido violadas por militares indios durante un operativo. Pese a las denuncias, los responsables no fueron juzgados, y las víctimas siguen siendo marginadas por su entorno.

La impunidad es la norma
Este tipo de violencia no es un hecho aislado. Durante más de dos décadas, los registros policiales han documentado miles de casos de violación y acoso sexual. Solo entre 1990 y 2013, se reportaron más de 5.000 casos de violación y casi 15.000 de acoso en la región. La impunidad es la norma: el porcentaje de condenas por estos delitos ha sido inferior al 4%. En muchos casos, las propias víctimas son culpabilizadas o abandonadas por sus familias, especialmente en una sociedad patriarcal donde la “honra” femenina se asocia a la castidad.
Además de las fuerzas estatales, también se han denunciado violaciones por parte de grupos militantes, quienes utilizan estas agresiones como herramienta de control y castigo. Algunas mujeres fueron secuestradas, forzadas a “matrimonios” o atacadas por no seguir normas impuestas de vestimenta o conducta. En muchas ocasiones, las familias afectadas por estas agresiones optan por el silencio, por temor a represalias o al estigma social.

“Medias viudas”
El conflicto también ha llevado a la desaparición de miles de hombres. Estas ausencias han generado la figura de las llamadas “medias viudas”: mujeres cuyos maridos desaparecieron sin dejar rastro, y que no pueden acceder legalmente a beneficios como herencias, subsidios o pensiones al no contar con un certificado de defunción. Estas mujeres, atrapadas entre la desesperación, afrontan la crianza de sus hijos en soledad y se encuentran bajo un fuerte escrutinio social. El Estado, por su parte, ofrece pocas respuestas ante esta tragedia.
A la violencia externa se suma la violencia doméstica. En los últimos años, los informes oficiales y encuestas han documentado un alarmante incremento de casos de violencia intrafamiliar en Cachemira. Muchas mujeres son víctimas de abusos físicos y psicológicos por parte de sus maridos o familiares. Las causas incluyen factores como tensiones económicas, trastornos mentales, adicciones y un entorno cultural que normaliza el control masculino sobre las mujeres. A pesar de la existencia de leyes como la Ley de Protección contra la Violencia Doméstica, su implementación en la región ha sido limitada y deficiente.

Desigualdad
En el ámbito económico, el conflicto ha reducido drásticamente las oportunidades laborales. Las mujeres se ven obligadas a adoptar la responsabilidad económica cuando sus maridos desaparecen o mueren. Algunas se han incorporado a la artesanía o la agricultura, mientras otras intentan crear pequeños emprendimientos. Sin embargo, enfrentan barreras como la falta de acceso a créditos, la inseguridad y la presión social para permanecer en el hogar.
La educación es otro terreno en disputa. Aunque Cachemira cuenta con acceso gratuito a la educación pública, la tasa de alfabetización femenina sigue siendo considerablemente inferior a la masculina. En zonas rurales, la diferencia es aún más marcada. Factores como la pobreza, la inseguridad y la falta de docentes mujeres dificultan el acceso y la permanencia de las niñas en las escuelas. A pesar de los avances, muchas familias priorizan la educación de los varones.
Alzan la voz
Las mujeres de Cachemira no solo han resistido, sino que también han alzado la voz. Han roto el silencio, organizando protestas, buscando justicia y documentando los abusos sufridos. Algunas se han convertido en periodistas, activistas, abogadas o líderes comunitarias. Po ejemplo, el libro Do You Remember Kunan Poshpora?, escrito por cinco mujeres cachemires, denuncia las violaciones masiva.
Su participación es muy importante para construir una paz duradera, pero siguen siendo excluidas de los procesos formales de negociación y toma de decisiones.