El vencedor del acuerdo entre la Unión Europea y Reino Unido sobre el futuro de Gibraltar ha sido el pragmatismo. Cuatro largos años de negociaciones, estancamiento, retrocesos y avances han concluido este miércoles con un entendimiento que prioriza la fluidez de movimiento, a cambio de concesiones por parte de todos los implicados, aunque más de los británicos, a juzgar por la prensa conservadora al norte del Canal de la Mancha. El hecho de que el Ejecutivo de Keir Starmer haya aceptado la presencia de agentes comunitarios en el aeropuerto del Peñón ha sido interpretada por algunos medios como entregar el control de la frontera a Europa.
Como es habitual, la realidad es más compleja. Si bien es cierto que habrá oficiales españoles, los controles serán duales, puesto que también serán asumidos por agentes del peñón. Tampoco se trata de un modelo sin precedentes, puesto que, en la actualidad, hay una fórmula similar en el sistema operativo del Eurostar, el tren que conecta a Reino Unido con la Europa continental y que implica oficiales de inmigración británicos y franceses en la estación londinense de St Pancras.

“Lo próximo serán las Malvinas”
El problema con Gibraltar es la extremadamente sensible carga emocional que supone cualquier solución que sugiera un mayor control para la otra parte. En el caso del arco político británico, los conservadores, quienes hasta el año pasado habían asumido las conversaciones, o Reforma, la formación liderada por el ultra Nigel Farage, han censurado ya los términos anunciados en la tarde del miércoles en Bruselas como una “rendición”. “Lo próximo serán las Malvinas”, condenó la ex ministra de Interior Suella Braverman.
Para comprender quién tiene razón es necesario observar cómo se han tomado en Gibraltar el acuerdo y la satisfacción expresada por Fabian Picardo, el jefe de la administración del peñón, que evidencia que más que sometimiento, lo que ha primado es la seguridad económica. Cada día, unas 15.000 personas cruzan la frontera, por lo que la facilidad de movimiento es clave para la prosperidad. Hasta ahora, las autoridades de ambos territorios han actuado de manera práctica, casi mirando para otro lado en la circulación rutinaria: los gibraltareños mostraban su carné de residencia y a los españoles les bastaba con enseñar su DNI.

La clave del acuerdo, evitar una frontera dura entre el peñón y España
Pero la inminente imposición de controles de entrada y salida por parte de las autoridades comunitarias, prevista antes de final de año, amenazaba con reventar la armonía tácita reinante, ya que a España no le quedaría más remedio que aplicar lo establecido por Bruselas. Esta perspectiva, por sí sola, ayudó a centrar mentes lo suficiente como para romper el bloqueo y, crucialmente, evitar una frontera dura entre el peñón y España. Tanto personas como bienes podrán cruzarla sin controles, lo que elimina el riesgo de largas esperas que, según el Gobierno británico, habrían costado millones cada año e impuesto una severa presión financiera sobre el erario británico, que tendría que ofrecer apoyo económico.

La soberanía británica no se toca
Consciente de por dónde vendrían las críticas en casa, el Ejecutivo de Starmer ha querido subrayar, ante todo, el tríptico que lo ha guiado en la negociación: la soberanía británica no se toca; Reino Unido mantiene la autonomía militar, un aspecto clave, dada la base naval y las instalaciones con las que la Real Fuerza Aérea (RAF, en sus siglas en inglés) británica cuenta en la zona; y Gibraltar se asegura el futuro económico, dada su constante interacción con el otro lado de la frontera.
El caso de Gibraltar siempre ha sido único en la Europa actual, pero el Brexit exacerbó su peculiaridad. Como único de los territorios británicos de ultramar que comparte frontera con la UE, la solución tenía que ser, inevitablemente, específica para el peñón. Como consecuencia, el modelo de intercambio de bienes y el sistema de aduanas acordado es específico para la zona, con el objetivo de evitar controles, sin que Gibraltar sea parte del mercado único, o de la unión aduanera.
Gibraltar entra en Schengen
Lo que sí cambia es que pasa a formar parte de Schengen, el territorio de libre circulación de personas, para mantener la frontera con España abierta, un estatus que puede escocer al norte del Canal de la Mancha, puesto que, en última instancia, entrega a las autoridades españolas la última palabra a la hora de decidir quién entra, o no, en el peñón, incluidos los ciudadanos británicos. En plena euforia colectiva este miércoles, el ministro de Exteriores español, José Manuel Albares, admitió a quién pertenece este poder: “Por supuesto, el agente europeo garantizará la plena integridad del espacio Schengen”.
Lo que parecen meros tecnicismos burocráticos tienen un profundo impacto en la vida de miles de personas a ambos lados de la frontera. De ahí la precisión de los términos, para evitar abrir flancos de ataque y puntos concretos alumbrados, fundamentalmente, como escudo, como la cláusula que ha logrado Londres, firmada por todos, que declara explícitamente que el tratado que formalizará lo pactado no implica soberanía.