Apartheid de género

15 de agosto: el día que los talibanes apagaron la voz de las afganas

Cuatro años después de la caída de Kabul bajo el régimen talibán, las afganas ya no pueden ir a la universidad, trabajar fuera de casa, salir solas y hasta hablar en público

Afganistán
Niñas afganas en una escuela religiosa en Kabul, Afganistán
Efe

La fecha estará permanente marcada en el calendario: tal día como hoy hace ya cuatro años, el 15 de agosto de 2021, Afganistán cayó bajo el velo talibán. Con su regreso, se impuso un silencio -sobre todo para las mujeres, obligadas a permanecer en silencio en público- que todavía asfixia a Afganistán. Cuatro veranos después, la efeméride recuerda no solo la retirada de las tropas internacionales, sino el inicio de un régimen que borró de la vida pública a más de la mitad de su población.

La fecha es recordada por la huida del presidente Ashraf Ghani y de otros altos funcionarios, por el colapso de un estado sostenido durante dos décadas por la presencia militar internacional. Pero también por el comienzo de un nuevo orden que, en apenas semanas, desmontó la Constitución, derogó leyes vigentes y colocó a las mujeres bajo un sistema de control que combina represión jurídica, violencia física y empobrecimiento calculado.

Entre detenciones arbitrarias, desapariciones forzadas y torturas, ellas se han convertido en el objetivo principal de un poder que entiende la desigualdad como el principio de gobierno.

Afganistán
Una mujer con burka y su hija mendigan en plena carretera en Kabul, Afganistán
Efe

Una economía hundida (y profundamente machista)

La marginación económica es uno de los pilares del control talibán. Según los últimos datos recogidos por Naciones Unidas, tan sólo el 24% de las mujeres forma parte de la población activa, frente al 89% de los hombres. Afganistán ostenta la brecha de género más alta del mundo, con un 76% de diferencia en sanidad, educación, inclusión financiera y toma de decisiones.

Testimonios como el de Batol, informática y activista, recorren internet: “La educación en sí misma es poder. Y ese poder nos lo quieren arrebatar”. Antes de la llegada de los talibanes trabajaba en proyectos de formación tecnológica para mujeres. Hoy, como muchas otras, vive exiliada en España y sostiene que la economía no es solo cuestión de salarios, sino de “arrancar de raíz la posibilidad de decidir sobre la propia vida”.

Mujeres afganas caminan por una calle en Kandahar, Afganistán
EFE/EPA/QUDRATULLAH RAZWAN

Pero en Afganistán, la prohibición de trabajar fuera del hogar ha destruido esa posibilidad. Apenas unas pocas doctoras y enfermeras conservan empleo en hospitales para mujeres y niñas, siempre que no puedan ser sustituidas por hombres. El resto ha sido expulsada de sus puestos o confinada a empleos clandestinos mal pagados.

Protesta

Mujeres afganas frente a la Biblioteca Pública de Nueva York en protesta por los derechos de las mujeres a estudiar después de que los talibanes tomaran el poder en Afganistán

Apartadas (también) de la educación

La educación femenina se ha reducido a la enseñanza primaria. La segregación por sexos fue el primer paso; el cierre total de las aulas para mujeres y niñas, el definitivo. Zainab, profesora de matemáticas, sobrevivió a tres atentados suicidas antes de que su propia escuela quedara vacía: “Las niñas son apartadas de la educación cuando apenas han aprendido a leer y escribir. Se les está negando la posibilidad de soñar con un futuro distinto”, afirmó en el evento ‘Las mujeres afganas hablan‘, organizado por la ONG Rescate

En diciembre de 2024, el veto alcanzó incluso la educación médica. Ni siquiera la urgencia sanitaria ha servido de argumento para mantener abiertas las aulas de formación.

Sin deporte femenino

Arozo, abogada y exjugadora del equipo nacional de voleibol, conoce de primera mano cómo se desmantelan las oportunidades: “Miembros de mi propia familia veían mal que practicara un deporte”. Hoy, ese rechazo se ha convertido en ley: las mujeres no pueden entrenar, competir ni siquiera asistir como espectadoras a eventos deportivos.

Manifestarse bajo techo

La protesta femenina apenas se ve ya en las calles. Según el equipo de investigación independiente Afghan Witness, el 94% de las manifestaciones se realizan en interiores, lejos de las patrullas y de la policía moral que tienen autoridad para detener y enjuiciar.

Zaheda, exmaestra, recuerda cómo las marchas de 2021 se fueron apagando a medida que la represión se hizo más violenta: “La gente dejó de salir no porque quisiera, sino porque sabía que no volvería a casa”. Desde entonces, la resistencia se refugia en salones, en redes sociales y en fotografías que clandestinas, contamos en el extranjero.

La pobreza, la restricción de movimientos y el aislamiento social actúan como un cerco que asfixia lentamente. Las leyes no sólo delimitan el espacio físico, también el intelectual.

Cuatro veranos sin retorno

Hoy, las niñas que deberían estar en las aulas y las mujeres que antes ocupaban despachos, canchas o talleres se encuentran confinadas en un espacio que no eligieron. El burka, convertido en norma obligatoria, es más que una prenda.

Mujeres de Afganistán cosen en Kandahar
Tres mujeres afganas cosen en la ciudad de Kandahar, Afganistán
Efe

Afganistán sigue siendo uno de los lugares más hostiles del mundo para ser mujer. Este aniversario, advierten los expertos, ya no puede limitarse a la nostalgia de un país que fue distinto. Exige acciones concretas: sanciones que no se diluyan, apoyo sostenido a quienes resisten y presión diplomática que no sólo dependa de la actualidad informativa.

TAGS DE ESTA NOTICIA