La Comisión Europea ha cruzado una línea que durante más de dos décadas nadie se atrevió a tocar. Bruselas quiere suspender parte del acuerdo comercial con Israel, un pilar central de su relación bilateral desde hace más de 20 años. Lo hace en nombre de los derechos humanos y con el telón de fondo de Gaza. Y lo hace con un coste político calculado: será el Consejo de la UE, por mayoría cualificada, quien decida si convierte el anuncio en realidad.
Israel no ha tardado en responder. El Gobierno de Benjamin Netanyahu ha advertido de que las medidas “perjudicarán los intereses europeos” y amenaza con represalias. El choque está servido. Lo que queda por despejar es su alcance: económico, diplomático y estratégico.

El golpe económico
El impacto inmediato no es menor. Según el analista Bernardo Navazo, director de geopoliticalInsights.eu, “unos 5.800 millones de euros en exportaciones israelíes perderán su acceso preferente al mercado europeo y pasarán a pagar aranceles”. Es cerca de un tercio de todo lo que Israel vende a la UE.
Los sectores más expuestos son la maquinaria y los equipos de transporte, que concentran el 44% de las exportaciones; los productos químicos y farmacéuticos, en torno al 18%; y otros manufacturados de valor añadido.
Si se aplican tarifas medias del 5% al 15%, el coste adicional para los exportadores oscilará entre 300 y 800 millones de euros al año. “La cifra es significativa teniendo en cuenta el contexto de déficit creciente, presión inflacionaria y guerra prolongada”, explica Navazo.

No es sólo dinero. Es también reputación. “La señal de Bruselas puede tener un efecto multiplicador si alimenta un movimiento de desinversión o congelación de nuevos proyectos, mucho más dañino a medio plazo que los aranceles en sí”, advierte Navazo en conversación con Artículo14. Europa es el primer socio comercial e inversor de Israel, con más de 72.000 millones de euros en inversiones. La erosión de confianza es el verdadero riesgo.
Coste controlado para la UE
En Europa el golpe será más tenue. Israel es apenas el socio comercial número 31 de la UE. La asimetría es evidente: Tel Aviv necesita más a Bruselas que al revés.

Habrá tensiones en nichos concretos: maquinaria especializada, componentes electrónicos, tecnologías biomédicas, productos de defensa e inteligencia. Pero el mercado europeo tiene capacidad de diversificación. “La medida genera un riesgo controlado para las empresas europeas en el corto plazo, pero también un potencial codazo empresarial”, resume Navazo. Allí donde Israel pierda cuota, compañías europeas podrán ocupar su espacio.
El tablero político
La propuesta europea está dividida en dos frentes. Por un lado, la suspensión parcial del acuerdo comercial, que entra en la lógica de la política comercial común y se decide por mayoría cualificada. Por otro, las sanciones individuales contra ministros israelíes y colonos violentos, que requieren unanimidad.

El pronóstico es desigual. “Lo más probable es que haya números suficientes para la suspensión comercial”, sostiene Navazo. España, Irlanda, Bélgica, Luxemburgo, Francia y los nórdicos empujan en esa dirección. “Alemania, que es el que más dudas tenía, parece que también se sumará”, augura Navazo.
Distinto es el escenario de las sanciones personales. Ahí cualquier veto basta. Y hay países, como Hungría, que parecen dispuestos a usarlo. El resultado previsible: una suspensión comercial con fuerte valor simbólico y unas sanciones diluidas.
La reacción israelí
El Gobierno de Netanyahu no disimula su irritación. El Ministerio de Exteriores avisó que “responderá con medidas que dañarán a Europa” si el plan se confirma. Su discurso es de sobra conocido en Bruselas: la UE estaría “castigando a la víctima” y “recompensando a Hamás”.

En la práctica, el efecto disuasorio será limitado. “El Gobierno israelí ha demostrado resiliencia económica y política; tampoco es previsible que cambie ahora el rumbo por esta medida europea”, apunta Navazo.
¿Es suficiente la respuesta europea?
El verdadero alcance está en otro plano. Bruselas activa por primera vez la cláusula de derechos humanos del acuerdo de asociación. Rompe un tabú. Y lanza el mensaje de que su relación con Israel ya no es intocable.
La gran pregunta es si la decisión europea puede considerarse un castigo duro. Para Bernardo Navazo, “dado el contexto, es bastante audaz”. El analista añade que “claro que la Unión Europea tiene más arsenal, pero dado el contexto es una respuesta muy seria”.
Es decir, no se trata del embargo total que algunos pedían, pero sí de un movimiento de gran calado político que rompe con la tibieza de décadas pasadas. Kaja Kallas lo resumió: “El objetivo no es castigar a Israel sino mejorar la situación humanitaria en Gaza”.
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