Tras casi dos semanas de tensión constante, sirenas y encierro en refugios antibombas, Julieta Kriger, maestra israelí-argentina radicada en el sur Tel Aviv, intenta retomar su rutina. Lo hace con esa mezcla tan particular de pragmatismo y resignación que caracteriza a tantos israelíes, después de un conflicto regional que causó daños sin precedentes. Los ataques de Irán mataron a 30 personas, cientos resultaron heridas, y barrios enteros quedaron reducidos a escombros.
Julieta retoma la vida con un ojo puesto en el presente y otro en lo que pueda venir mañana. “Es todo muy a lo israelí”, dice entre risas nerviosas. “Como a las 8 de la noche (del lunes), determinaron que al otro día hay colegio y que todo vuelve a la normalidad”. Durante la “Guerra de los 12 días”, tal y como apodó Donald Trump el conflicto que podría reconfigurar Oriente Medio, todo el estado judío quedó paralizado.
Regreso abrupto a la normalidad forzada
Julieta resume en esa frase lo que miles viven ahora mismo en Israel: el regreso abrupto a una cotidianeidad forzada, mientras en el sur del país continúa la guerra en Gaza, donde aún permanecen unos 50 rehenes israelíes y gazatíes mueren diariamente bajo las bombas. Aunque el frente de larga distancia con Irán parece haberse silenciado temporalmente, la sensación de vivir en un estado de guerra no desaparece.

“No sabes cuánto va a durar, o si es verdad o no, pero por lo menos da un alivio muy grande. No lo voy a negar. Saber que dormí una noche entera es de agradecer”, remarca. Cuando Donald Trump anunció la tregua por redes sociales, horas después Irán volvió a disparar misiles balísticos. Cuatro personas murieron por un impacto directo en Beer Sheva, al sur del país. Estaban dentro de los cuartos blindados.
Un hogar sin refugio
Durante los días más tensos del conflicto, Julieta –como millones de israelíes– se refugió repetidamente mientras sonaban las alarmas. Ni en su casa ni en su barrio disponía de refugio, por lo que pasó la guerra en casa de una amiga en Givatayim. En su relato recuerda la escena con una mezcla de incredulidad y resignación. “Nos dijeron que nos refugiáramos. Y después de 20 minutos, que ya volvemos a la vida normal”, prosigue.

Como profesora, también vivió la guerra desde su aula, aunque esta vez digitalmente. “Durante los 12 días, cuando entendimos que pasábamos a una situación de guerra total, las clases se dieron por Zoom”, cuenta. “Teníamos en cuenta que los chicos están en su casa y que nada es cómodo. Era para que tengan un poco de rutina y no pierdan los estudios”, matiza.
La incertidumbre persiste
Este lunes, sus alumnos volvieron físicamente a las aulas, aunque las emociones están lejos de haberse calmado. “Hoy a la mañana era demasiado temprano para estar en el colegio y organizarse. Es como que no pasó nada”, lamenta. Pero las secuelas persisten: los boom de los impactos y las intercepciones de las baterías antiaéreas retumbaron en todo el país. Calmar a los niños en estas circunstancias es tarea imposible.
La incertidumbre persiste, incluso tras el anuncio de un alto el fuego. “¿Cuánta confianza te da?”, se pregunta Julieta. En tertulias de radio y televisión se valoran los logros militares del Ejército israelí, la capacidad de Irán de esconder su uranio enriquecido, o el papel jugado por EE UU en el conflicto. Pero a pie de calle, los civiles lidian con la compleja tarea de seguir adelante con la vida tras 21 meses de guerras en todos los frentes.

Julieta reconoce el conflicto interno entre su deseo de creer en la paz y la desconfianza que le deja la experiencia. “Hay una parte de mí que quiere tener confianza. Para poder sentirme que estoy en coherencia, que tengo una vida, que estoy bien, que estoy a salvo. Y hay otra parte que tiene muchísima desconfianza. Que sabe que hoy es A, mañana es B, y pasado es E”, continúa.
La conversación tiene un tono más sombrío cuando recuerda lo vivido estos días. “Nunca pasó que aquí tumbaran edificios enteros. Hubo muertos dentro del territorio de Israel. Cada uno conoce por lo menos una familia que tuvo que dejar la casa, o que el misil cayó cerca suyo”, precisa. Algunos de los impactos no fueron reportados por la prensa.

Como muchos, también sintió el encierro como algo más que físico: “Fue una situación muy rara. Saber que no tienes dónde ir, y que no hay dónde huir”. El espacio aéreo israelí quedó totalmente cerrado, y solamente algunos civiles lograron salir con barco hacia Chipre o por las fronteras terrestres con Jordania y Egipto.
Pese a todo, Julieta conserva una chispa de esperanza, de que todo terminará. Israel vive momentos complejos: con un conflicto latente con Irán, la guerra eterna en Gaza y una sociedad fracturada que intenta sostener la rutina. El claro vencedor es el primer ministro Benjamin Netanyahu, reforzado ante sus bases por el duro golpe atestado a los enemigos de Israel. Como millones de israelíes, Julieta oscila ahora entre el miedo y la resiliencia. A marchas forzadas, toca volver a una supuesta normalidad.