La caída de la mujer más poderosa del Gobierno británico supone un dolor de cabeza para el primer ministro y un inquietante riesgo político para el Laborismo. En la semana en la que Keir Starmer había anunciado el arranque de la llamada ‘fase 2’, un teórico relanzamiento integral para revertir la creciente impopularidad del Ejecutivo, Angela Rayner, hasta este viernes vice primera ministra, titular de Vivienda y vice líder laborista, ha dimitido como consecuencia de irregularidades fiscales en la compra de una vivienda.
Rayner era más que una mera pieza en el organigrama gubernamental. La segunda mujer en ser nombrada vice primera ministra en la historia del Laborismo suponía un símbolo, tanto ideológico como de movilidad social en un Reino Unido tradicionalmente dominado por élites enraizadas en círculos exclusivos.
Así queda el Gobierno de Starmer tras la salida de la ‘número dos’
Su marcha ha desencadenado, como un castillo de naipes, una profunda remodelación de Gobierno. El hasta este viernes ministro de Exteriores, David Lammy, la sustituye como número dos y su rol al frente de la diplomacia británica será desempeñado por Yvette Cooper, quien ostentaba el departamento de Interior. Este, a su vez, pasa a manos de quien era la ministra de Justicia, Shabana Mahmood, cuya cartera será asumida también por Lammy.

Baluarte del movimiento sindical, con una dramática historia personal y un colorido estilo coronado por su inconfundible melena pelirroja, Rayner encarna todo lo que Starmer no es. Formaban una extraña pareja, definida fundamentalmente por el contraste entre ambos, pero el matrimonio, aunque de conveniencia, funcionaba. Prueba de ello es que Starmer la defendió hasta el final, invirtiendo un delicado capital político que, indudablemente, será capitalizado por sus rivales como flanco de ataque. El toque definitivo ha estado en la carta de tres páginas de respuesta a la dimisión, escrita, inusualmente, a mano.
Consciente del valor de Rayner en su gabinete y de la amenaza que puede representar como diputada rasa, el primer ministro había desplegado en público una estoica defensa, hasta que ya no fue posible. El informe independiente del asesor de ética gubernamental, solicitado por la propia Rayner tras admitir que había cometido un error, era concluyente: al no consultar a expertos fiscales sobre los complejos arreglos tributarios en la adquisición de su propiedad, la número dos del Gobierno vulneró el denominado código ministerial, que exige los más elevados estándares de conducta.

El desenlace era inevitable, pero lejos de cerrar la crisis, su salida pone en un aprieto al primer ministro. En la gran coalición que es el Partido Laborista, Rayner milita más a la izquierda que el centrista Starmer, y tenerla en puestos destacados garantizaba voz a una importante facción que, ahora, pierde representación en la cúpula. Impopular y a la baja en las encuestas, lo último que la formación necesita es disensión interna, pero en el proceso para resolver la sucesión podría aflorar el descontento.
El Gobierno de Starmer temía su marcha
La armonía en el grupo parlamentario es otra fuente de desasosiego, especialmente ante las complicadas decisiones que esperan al Gobierno ante unas finanzas públicas asfixiadas. Dado el desagrado generado ya en los apenas 14 meses que llevan en el poder, una figura de la trascendencia de Rayner podría actuar como acicate para la rebelión. Starmer y su equipo lo saben, y era uno de los motivos por los que, más allá del afecto personal, temían su marcha, al igual que por verse privados de su habilidad para suavizar relaciones entre el Gobierno y el cada vez más subversivo grupo parlamentario.
Su dimisión supone también la pérdida de un innegable imán electoral. Cuando en 2015 logró su escaño, Rayner se convirtió en la primera mujer en representar a la circunscripción de Ashton-under-Lyne, en el condado del Gran Manchester, a apenas 12 kilómetros de Stockport, su lugar natal. Su origen y su capacidad de conectar con el electorado importa para un partido que no se puede permitir perder de nuevo su granero tradicional de voto, el llamado ‘Muro Rojo’ (‘Red Wall’), los bastiones históricamente obreros de norte y centro de Inglaterra, que en 2019 cayeron bajo el influjo del conservador Boris Johnson.

Otro de los factores clave de Rayner era su extraordinaria biografía. De clase trabajadora, con una madre con depresión crónica a la que tuvo que cuidar de niña y un padre abusivo, fue madre soltera a los 16 años y abuela a los 37. A los 15 años abandonó los estudios, tras lo cual comenzó a trabajar en asilos y residencias. Fue allí donde tuvo su primer contacto con el movimiento sindical, la verdadera catapulta de su carrera política. Con todo aparentemente en contra, superó adversidades hasta llegar prácticamente a la cima, un ascenso que, a su pesar, la convirtió en diana de la prensa conservadora, con críticas por cuestiones ajenas a la política, como su vestimenta o sus vacaciones, tanto como por supuestas contradicciones con la pulcritud de conducta que, en la oposición, había demandado de los tories.
El error de Rayner
En última instancia, su caída se debió a un error que ella insiste fue inintencionado. Al comprar un piso, pagó menos de lo que le correspondería de la tasa sobre transmisiones patrimoniales (‘stamp duty’, en inglés), por alegar que era su vivienda principal. El problema es que poseía, junto a su ex marido, la casa familiar en la que residen sus dos hijos en común, uno de los cuales padece de una discapacidad severa, que llevó a la creación de un fideicomiso para garantizar su cuidado. De ahí la complejidad del arreglo tributario, que Rayner consultó, pero no con expertos fiscales, una decisión “altamente desafortunada”, según el informe que ha provocado su dimisión, que concluye que, pese a haber actuado “con integridad”, no fue lo suficientemente diligente.