Seis días después de que un terremoto de magnitud 6 sacudiera la provincia oriental de Kunar, en Afganistán, la devastación sigue siendo evidente. Más de 2.200 personas han perdido la vida, al menos 3.600 han resultado heridas y los supervivientes siguen llegando a los hospitales de las provincias vecinas. Pero el desastre ha puesto de manifiesto la realidad de las mujeres de Afganistán que sufren las restricciones del apartheid de género también durante los desastres naturales.
En la aldea de Andarluckak, Bibi Aysha, de 19 años, recuerda el momento en que aparecieron los primeros equipos de rescate, un día y medio después del terremoto. El alivio pronto dio paso al temor. “No había ni una sola mujer entre ellos”, recuerda a The New York Times. En lugar de atender a las mujeres con huesos rotos y heridas sangrantes, el equipo, compuesto exclusivamente por hombres, se centró en sacar a los hombres y los niños. “Nos reunieron en un rincón y se olvidaron de nosotras“, confiesa al diario estadounidense.

Testigos de toda la provincia de Kunar contaron historias similares. Los equipos médicos masculinos, sujetos a las prohibiciones impuestas por los talibanes sobre el contacto físico entre hombres y mujeres que no sean parientes, dudaron en sacar a las mujeres de los escombros. Algunas quedaron atrapadas bajo las casas derrumbadas durante horas, esperando a que llegaran mujeres de las aldeas cercanas para sacarlas. “Era como si las mujeres fueran invisibles”, aseveró Tahzeebullah Muhazeb, un voluntario que ayudó en Mazar Dara.
Cuando no había familiares varones presentes, algunos rescatistas arrastraban los cuerpos de las mujeres por la ropa para evitar el contacto directo. En los hospitales de la zona del terremoto, los médicos confirmaron que las mujeres a menudo esperaban horas más que los hombres para recibir atención médica.

Las organizaciones humanitarias advierten de que las mujeres y las niñas, que ya se encuentran entre los grupos más vulnerables de la sociedad afgana, están pagando el precio más alto. “Las mujeres y las niñas volverán a ser las más afectadas por esta catástrofe”, afirmó esta semana Susan Ferguson, representante especial de ONU Mujeres para Afganistán. “Debemos asegurarnos de que sus necesidades sean el centro de la respuesta y la recuperación”. Y es que como avisa Ferguson, “de lo contrario, las mujeres y las niñas podrían quedarse sin la asistencia o la información que les salve la vida en los próximos días“.
Pero la infraestructura para hacerlo es, en el mejor de los casos, frágil. Afganistán se enfrenta a una grave escasez de personal sanitario, especialmente de mujeres. Desde que los talibanes prohibieron a las mujeres matricularse en las facultades de medicina en 2023, se ha interrumpido la formación de médicas y enfermeras. En muchos hospitales visitados por los grupos de ayuda esta semana, no había ninguna mujer entre el personal de guardia.

El Gobierno talibán insiste en que las trabajadoras sanitarias participan activamente en la respuesta. “En los hospitales de Kunar, Nangarhar y Laghman, trabaja el mayor número de médicas y enfermeras, especialmente para tratar a las víctimas del terremoto”, afirmó el portavoz del Ministerio de Sanidad, Sharafat Zaman. Sin embargo, sobre el terreno, supervivientes como Aysha afirman que no han visto a ninguna trabajadora humanitaria días después del terremoto.
Para las mujeres afganas, el terremoto es solo la última crisis en un país donde la vida cotidiana se define por las restricciones. Las niñas tienen prohibido asistir a la escuela más allá del sexto grado. Las mujeres no pueden viajar sin un tutor masculino y están excluidas de la mayoría de los trabajos, incluidos los de los grupos de ayuda humanitaria. A principios de este año, las agencias de la ONU se vieron obligadas a ordenar a su personal femenino afgano que trabajara desde casa tras el aumento de los acosos y las amenazas.

El terremoto y sus mortíferas consecuencias han puesto de relieve cómo estas políticas ponen en peligro directamente la vida de las personas. En las zonas de desastre, las normas que prohíben el contacto entre hombres y mujeres que no son parientes provocan retrasos letales. Al prohibirse a las mujeres rescatadoras ayudar a los hombres y a los rescatadores tocar a las mujeres, la ayuda se divide no por la urgencia de la necesidad, sino por el género.
Afganistán sigue sacudido por réplicas, incluida una de 5,6 grados el jueves. Miles de familias siguen sin hogar, ya que las lluvias y los deslizamientos de tierra dificultan las operaciones de socorro. En la aldea de Aysha, las mujeres y los niños llevan días durmiendo al aire libre. Su marido, que trabaja en la ciudad, no ha podido regresar.

“Dios nos salvó a mí y a mi hijo”, aseguró. “Pero después de esa noche, comprendí que ser mujer aquí significa que siempre somos las últimas en ser atendidas”, concluyó Aysha.