Ser palestino hoy significa cargar sobre los hombros un peso mayor que el propio cuerpo y vivir entre las ruinas del sueño y la ausencia de seguridad. La joven gazatí Bisan Nateel, de 29 años, se despierta cada mañana con sonidos que parecen el fin del mundo, con el olor a destrucción mezclado con sangre y con la sensación renovada de que están siendo borrados de la memoria y del presente al mismo tiempo. Bisan (llamada así por una ciudad palestina en el interior ocupado) nació en Gaza en el seno de una familia que ya en el pasado tuvo que huir de la ocupada Al-Majdal Ascalón. Escritora por vocación, intenta documentar a su manera las historias del genocidio en Gaza, centrándose en los niños, cuya cifra de muertos desde octubre de 2023 supera las 18.500 víctimas.
“No elegí mi identidad, pero elegí ser humana antes que cualquier otra cosa. Creo que la religión, la patria, los padres… muchas cosas no las elegimos, pero sí decidimos cómo queremos ser. Mi mayor miedo era dejar este legado de exilio a mis hijos algún día, que nuestra memoria quedara cargada de recuerdos de desplazamiento, de expulsiones forzadas y de agresiones continuas. Y eso es justo lo que está ocurriendo ahora”, asevera Nateel a Artículo14.

La escritora Bisan Nateel
Para ella “escribir es un intento de condensar el dolor desde la infancia hasta hoy. De niña hablaba poco y mi forma de expresar lo que me rodeaba era a través de la escritura, que se convirtió en la lengua de mis ideas y sentimientos”.
Nateel ha publicado varias obras, entre ellas el cuento infantil Luna la loca, La casa es nuestro árbol y el libro La memoria de los lugares, que recoge un diario sobre la matanza y los cambios sociales y familiares que ha provocado, cómo ha afectado a la vida cotidiana de los gazatíes y cómo ha reconfigurado los lazos humanos al reducirse los espacios personales. Con él, la autora trató de mostrar cómo la violencia constante ha transformado los patrones sociales y cómo se ha reconstruido la cohesión comunitaria.

Cómo sufren los niños las matanzas
Nacida y criada en pleno corazón del enclave bloqueado, Nateel vivió su infancia cruzándose con las guerras como el día y la noche se suceden en Gaza: unas veces como niña que intenta esconderse después de presenciar cómo el hijo de un vecino era mutilado por una explosión; otras como adolescente que observa cómo destruyen su ciudad; y luego como joven que carga un peso que supera con creces su edad. Hoy lo que más le preocupa son esos niños reducidos a cifras y estadísticas, a los que nadie pregunta su opinión ni escucha el temblor de sus corazones en medio de una guerra devastadora que ha devorado todo lo que les rodea y ha empujado a los supervivientes a limitarse a seguir vivos.
“Mi próximo proyecto trata de cómo reconstruir la historia. Aborda las vivencias de los niños y cómo la masacre ha cambiado el sentido y el significado de la vida, su relación con la casa, el mar, la escuela, la calle”, apunta Nateel.

La dificultad de ser niño en plena guerra de Gaza
“Los niños ya no juegan en los parques, ni siquiera en las calles donde solían hacerlo. El juego ha quedado condicionado por la matanza. Durante dos años han estado sin ir a la escuela, aunque existen algunas iniciativas educativas que intentan preservar lo básico“, denuncia. “Y por supuesto, no hay seguridad emocional: el peligro les lleva amenazando desde el inicio del genocidio y la tienda de campaña no los protege de la metralla. El miedo nos acompaña siempre, el miedo a los bombardeos indiscriminados. Pero también tengo mi voz y ellos la suya. Tenemos que documentar el alcance del sufrimiento y del dolor, y mostrar que, a pesar de todo, seguimos teniendo la capacidad de soñar y de tener esperanza”, explica la joven gazatí.
No es una tarea sencilla documentar las historias y emociones de los niños en medio de una guerra que les ha arrebatado a sus seres queridos, destruido sus casas, derrumbado sus escuelas, confinado en tiendas de campaña, sumido en el hambre y, en muchos casos, destrozado sus cuerpos y herido sus almas. Penetrar en su mundo cerrado y abrir las puertas del miedo y de los sueños en sus corazones requiere una mirada que los vea de cerca y un corazón que abarque todo ese dolor. Nateel tiene esa capacidad; ha visto a los niños como lo que son: niños. Y ha tocado sus corazones con sinceridad.

No se puede caer en el lamento o la depresión
Aun así, intenta mantenerse firme, porque, como dice, “no hay tiempo para derrumbarse, llorar o caer en depresión, ni siquiera para contemplar la escena trágica. Estamos en movimiento constante con la muerte. Tenemos que salvarnos a nosotros mismos y a nuestra verdad para seguir vivos”. Sin embargo, y pese a ese esfuerzo por mantenerse entera, ha vivido momentos insoportables: “El instante más duro que he vivido, que me hizo llorar de forma incontrolable cuando regresé a casa, fue cuando una niña a la que estaba entrevistando me contó que había salvado de la muerte a su padre malherido. Se desplazaban por la calle mientras el Ejército israelí disparaba al azar. Me dijo que arrastró tan rápido como pudo el cuerpo de su papá hacia detrás de un muro que los protegiera, y que si moría en ese intento, moriría con él, no sola“.
“Ojalá hubiera sido su madre. Tal vez los habría llevado a un lugar lejos de esta destrucción y esta muerte, y me habría escondido con ellos hasta que terminara la guerra”, admite con voz suave.

“De dónde proviene esta brutalidad”, se pregunta Nateel
“Es doloroso hablar de nuestra situación en Palestina. Como gazatí, vivo un exterminio que nos mata y empuja nuestras vidas hacia lo desconocido. A veces me pregunto cuál es la causa de todo este sufrimiento y de dónde proviene esta brutalidad. ¿Cómo llega el ser humano a este grado de disfrute? ¿Cómo ha logrado la humanidad fabricar estas máquinas letales y destructoras para probarlas en los cuerpos de inocentes que no han hecho más que intentar asegurar lo básico para vivir? Y lo peor es que no se detiene; no hay una fuerza mayor que ponga fin a toda esta muerte”, expresa sobre la realidad en la Franja de Gaza.
Sobre el mensaje que quiere transmitir con su iniciativa de documentar las historias de los niños reconoce que “es sencillo y cruel al mismo tiempo: son solo niños”. Para ella, “documentar es nuestra forma de decir que seguimos aquí, a pesar de todos los intentos de borrarnos. Por eso decidí reunir sus historias, para que no nos olviden ni se quemen con la matanza, y para que el mundo sepa que estamos aquí, que tenemos sueños y vida, que amamos el cielo, la tierra y los árboles”. Nateel manifiesta que “quería saber qué significa el mar para ellos, cómo ven el cielo y qué ha cambiado para ellos desde que pasaron de vivir en una casa a una tienda. Buscaba en su memoria, que se está formando ahora, lo que han visto con sus propios ojos, no con los de los adultos ni a través de los informativos. Quería que el mundo viera que un niño crece con un sueño sencillo. ¿Por qué temen a nuestros sueños? ¿Por qué insisten en deformar nuestra memoria con la matanza?”.

Entre toda la destrucción que devora Gaza, Nateel sigue aferrada al bolígrafo como quien se agarra a un salvavidas en medio de un mar de sangre y ruinas. Cree que la historia, por sí sola, puede abrir una pequeña grieta en el muro del silencio. “No puedo predecir si mi testimonio cambiará la visión del mundo ahora, pero sé que mi deber es escribir sobre sus sueños, sus vidas y sus esperanzas. Si me matan, habré dejado atrás una historia que tal vez detenga la barbarie algún día. Pero, sobre todo, escribo por el hecho mismo de escribir y con la esperanza de que el mundo deje de ser una bestia con colmillos rabiosos y se vuelva más seguro y pacífico“, concluye.