Gaza, día 667 de la guerra. La secuencia de muerte y destrucción continúa. Israel vuelve a cometer matanzas contra la población hambrienta, elevando el número de personas asesinadas a más de 60.000 desde el inicio de la guerra en octubre de 2023. Los últimos derramamientos de sangre se producen en paralelo al agravamiento de la deliberada ausencia de alimentos en la Franja, que causa un creciente número de muertes por desnutrición, según fuentes del hospital Al Shifa. Desde marzo, Israel mantiene cerrados todos los pasos con Gaza y bloquea la entrada de la mayor parte de la ayuda alimentaria y médica, lo que ha provocado la propagación del hambre por todo el territorio.
En este contexto de hambre sin precedentes, muchas personas se ven empujadas a arriesgar la vida por conseguir una comida, o incluso algo que apenas pueda considerarse como tal. Incluso mujeres y niños, debilitados por la dureza del hambre y agotados por su estado de salud, caminan largas distancias bajo un sol abrasador y esperan durante horas en medio de bombardeos constantes y disparos intensos. Todo ello con la esperanza de regresar a casa con un saco de harina o algo de pasta para sus seres queridos. Pero muchos no regresan. Lo que antes eran caminos se han convertido en trampas mortales, en las que arriesgan la vida por un alimento cada vez más inalcanzable. Según el Programa Mundial de Alimentos, unos 90.000 niños y mujeres sufren desnutrición aguda, mientras que alrededor de un tercio de la población pasa varios días seguidos sin comer en la Franja de Gaza.

El testimonio de Jamalat Wadi desde Gaza
Desde uno de los abarrotados campamentos de desplazados del centro de Gaza, donde el polvo lo cubre todo, las tiendas se alinean sin orden y los llantos de niños hambrientos ensordecen, en Artículo14 hablamos con Jamalat Wadi, de 46 años y madre de ocho hijos. Israel mató a su hijo Mohamed al comienzo de la guerra. Nunca pudo recuperar su cuerpo ni enterrarlo. Su casa quedó completamente destruida por los bombardeos. Su historia representa la de muchos. Huyó con su familia y su marido enfermo desde la zona de Al Zahraa, cerca de Netzarim, hacia una tienda de campaña en un campamento de desplazados en Deir al Balah, en el centro de Gaza.
“Huimos porque dijeron que era una zona segura, pero parece que la seguridad era un engaño israelí. Los bombardeos no cesan y el hambre continúa”, explica Wadi a Artículo14. Recientemente, recuerda la gazatí, “nos amenazaron con órdenes de evacuación, pero no sabíamos a dónde ir. Siento que me consumo poco a poco, no solo por la enfermedad, sino por el hambre, la opresión, el miedo que no abandona nuestra tienda”, confiesa. En julio, el Ejército israelí realizó por primera vez en más de 21 meses de guerra una incursión terrestre en Deir al Balah, considerado un refugio por gazatíes y ONGs. “La tienda en la que vivimos ha sido bombardeada más de una vez. Tuvimos que huir, dejarla bajo el fuego. No hay lugar seguro en Gaza. No tenemos fuerzas para más amenazas ni para más desplazamientos”, admite Wadi.
“Mi cuerpo se ha vuelto frágil, débil. He perdido más de 15 kg”
Como tantos habitantes de la Franja asediada, la gazatí sufre la falta de alimentos y medicamentos: “Tengo diabetes crónica. Necesito una alimentación equilibrada y medicación regular. Pero, como miles de desplazados, ya no encuentro nada. Solo una comida miserable, si es que aparece, que no calma el hambre ni mantiene la salud“.

Wadi describe cómo nota el hambre y sus estragos. “Mi cuerpo se ha vuelto frágil, débil. He perdido más de 15 kilos desde que nos desplazamos. Siento un bajón constante, me tiemblan las manos, me da vueltas la cabeza. Y todo eso porque no encuentro ni un caramelo, ni una pastilla, ni comida”.
“Mis hijos se duermen con hambre”
La gazatí admite que su marido perdió su trabajo por la guerra “y no podemos comprar comida. Los precios son desorbitados, un saco de harina ha llegado a costar 500 dólares. Incluso las verduras y las legumbres son inalcanzables”. Wadi admite que antes dependían de las distribuciones benéficas, “pero se han detenido por completo. Mis hijos lloran pidiendo comida, aunque sea un trozo de pan. Se duermen con hambre, todos dormimos y despertamos con hambre, y caminamos agotados por el hambre constante“.

No hay lugar seguro en Gaza
Jamalat y su familia lograron salvarse de milagro cuando un bombardeo provocó un gran incendio en su tienda. Sufrió un ataque de pánico, su única preocupación era sacar a sus hijas y a su nieta de allí, vivas. “Todo se quemó. El nailon se fundía sobre nosotros y no sabíamos qué hacer. El fuego estaba por todas partes. Las llamas lo devoraron todo. No nos quedó nada. Logramos sobrevivir, pero aún recuerdo las escenas de personas quemándose vivas, sin que yo pudiera hacer nada por ayudarles”.
Wadi no cuida solo de sus hijas y de su marido enfermo, también se hace cargo de su nieta desde que el esposo de su hija murió en un bombardeo israelí contra su casa en Beit Hanoun, al norte de la Franja, hace un año. Con dolor, concluye: “Morimos de todas las formas: por hambre, por bombardeos, por falta de medicinas… Mi hijo pequeño, de cinco años, me preguntó hace dos días: ‘Mamá, ¿cuándo volveremos a comer como antes?’ ¿Qué le respondo? ¿Qué aquel tiempo se acabó? ¿Qué Gaza muere de hambre? ¿Qué soy incapaz incluso de protegerles o de conseguir comida para ellos? Hasta la insulina, que es fundamental para mi enfermedad, es cada vez más escasa o está caducada. A veces renuncio a comer para comprar medicinas, pero ya ni eso es posible. No hay dinero, ni medicamentos, ni alimentos”.
Y es que Wadi, como tantas madres en Gaza, no espera un milagro. Solo pide un trozo de pan, una dosis de medicina, un lugar donde las tiendas no sean bombardeadas y los niños no se quemen vivos mientras duermen.