“Fue como una noche de fiesta, la más bonita”, con estas palabras describieron los habitantes de la Franja de Gaza sus sentimientos tras el anuncio del alto el fuego, que abre la puerta al fin de la guerra en el territorio según el plan de paz presentado por el presidente estadounidense Donald Trump.
Para los gazatíes, el anuncio no fue solo un acontecimiento político, sino un momento en el que se mezclaron las lágrimas con el asombro después de dos años de bombardeos, desplazamientos y muerte. De pronto, se encontraron frente a un silencio desconocido, un silencio sin aviones, sin explosiones, sin noticias urgentes sobre nuevas víctimas.
Las redes sociales se llenaron de vídeos y fotos que mostraban las primeras escenas de alegría en Gaza: rostros cubiertos de polvo y lágrimas que aun así sonreían, niños agitando banderas palestinas sobre los escombros, mujeres lanzando gritos de alegría desde los refugios. En las calles, la gente salía a expresar su alivio por el fin de la guerra. A pesar de las escenas de celebración, en los rostros se percibían el cansancio y el dolor. Los gazatíes, que han vivido los dos años más duros de sufrimiento y resistencia, ven en esta tregua un respiro temporal tras una larga agonía. Durante estos dos años, la Franja de Gaza ha sufrido una campaña de exterminio que ha causado más de 67.000 muertos y unos 200.000 heridos. Además de los bombardeos y la destrucción de toda forma de vida, Israel impuso una guerra del hambre sobre los dos millones de palestinos del territorio. Ahora, al menos de momento, parece que todo eso ha terminado, pero cuando miles de personas quieren regresar a sus casas, a sus barrios, a la vida que tenían antes de la guerra, lo que encuentran es un paisaje devastado e irreconocible.
Arwa al Agha: “No queda nada”
Es el caso de la joven gazatí Arwa al Agha, de 20 años, estudiante de segundo curso de Medicina en la Universidad de Al Azhar. Había ingresado en la facultad justo el año anterior, feliz por haber cumplido su sueño de estudiar para ser médica. Pero en octubre de 2023 todo cambió y comenzó la pesadilla de intentar sobrevivir entre desplazamientos y bombardeos. Israel destruyó su casa y ahora vive en una tienda de campaña. Arwa sobrevivió a los horrores de la guerra y contó a Artículo14 cómo vivió los primeros momentos de calma después de todo lo ocurrido: “Fue algo extraño y confuso a la vez. Una sensación de alivio porque por fin habían cesado la destrucción y el sufrimiento, mezclada con un miedo profundo a que ese silencio no durase, a que fuera solo una pausa antes de que volvieran los aviones y los bombardeos. El silencio era pesado… un silencio que parecía miedo, un silencio con tristeza por los que hemos perdido. Ha llegado el momento de llorar a los muertos, y necesitaremos años para hacerlo”.

La joven habla en voz baja mientras recuerda su casa. Explica que el hogar que había resultado parcialmente dañado en la guerra de 2014 esta vez desapareció por completo. Solo quedó una montaña de escombros. “No quedan paredes que guarden recuerdos ni puertas que nos reciban al volver. Es algo más que tristeza, es desgarro. Ver tu casa, la que te cobijaba, convertida en polvo. Era el lugar de nuestras risas, donde crecimos y soñamos. No queda nada. No tenemos un sitio al que regresar. Seguimos viviendo en la tienda, echando de menos nuestro hogar cálido y querido”, dice intentando contener las lágrimas.
“Aprendimos a resistir: no había otra opción”
La vida diaria en medio de este frágil silencio sigue lejos de parecer normal. Arwa cuenta que “las instituciones, las empresas, los hospitales, todo ha sido destruido, y la gente intenta sobrevivir con lo que le queda. Algunos han montado pequeños puestos para mantener a sus familias, pero los servicios siguen colapsados como durante la guerra. Llevamos más de dos años sin electricidad. Internet va y viene, y es muy caro. Los precios se han multiplicado varias veces. Todo se ha vuelto difícil, incluso las cosas más básicas se han convertido en un sueño lejano”.

Añora los días en que la vida tenía un ritmo sencillo: una luz encendida en casa, una lavadora funcionando, un teléfono cargándose, una comida caliente sobre la mesa. Durante la guerra aprendió a adaptarse a la dureza. Cuenta que estudia con la luz del teléfono móvil dentro de la tienda y que a veces pasan días casi sin comer, que se conforman con agua un poco salada a modo de sopa, para seguir adelante. “En la guerra creábamos vida de la nada. Aprendimos a tener paciencia y a resistir, porque no había otra opción”. Arwa explica que, aunque el miedo no ha desaparecido del todo, empieza a ver en los rostros de los niños y las mujeres señales de cierta tranquilidad. “Los pequeños quieren volver a la escuela, jugar sin miedo al sonido de los aviones. Las madres respiran más profundamente, como si probaran por primera vez el verdadero sabor del silencio. Necesitan de verdad descansar y recuperar el aliento después de tanto dolor y tanta angustia”.
Los sueños de Arwa
Cuando le preguntamos por el futuro, responde sin dudar: “Espero poder volver a la universidad, que Gaza se reconstruya, que podamos vivir en casas seguras, sin miedo a los bombardeos ni a pasar hambre o quedarnos sin agua o electricidad. Que fabriquen prótesis para todos los niños a los que les amputaron las piernas, que cuiden de los huérfanos que dejó esta guerra maldita. Sueño con que nuestra vida vuelva a ser como antes: simple, normal, sin miedo”.

Como muchos otros desplazados, Arwa desea volver al lugar donde estaba su casa y reconstruirla, pero, como otros cientos de miles de desplazados gazatíes, su alegría sigue incompleta al darse cuenta de que el camino de regreso aún está cerrado. Las zonas que antes eran barrios llenos de escuelas, tiendas y mercados se han convertido en áreas de exclusión “rojas” y “amarillas”, prohibidas bajo una estricta vigilancia militar israelí. Decenas de miles de familias viven ahora bajo un nuevo tipo de asedio dentro de su propia tierra. Una vez más, los palestinos sobreviven en tiendas de campaña, intentando empezar de nuevo entre el polvo y los recuerdos.