Explosión

“Nos prometieron que la verdad saldría en cinco días y llevamos esperando cinco años de dolor diario”

Yendi Sfeir, superviviente de la explosión del puerto de Beirut, se preparaba aquella tarde de agosto para quedar con unas amigas y disfrutar de la noche: “De repente, perdí el conocimiento”

Yendi Sfeir, superviviente de la explosión del puerto de Beirut

En un país al que le sobran traumas colectivos recientes, la explosión del puerto de Beirut, 4 de agosto de 2020, marca un punto de inflexión en su historia contemporánea de Líbano. Para los más optimistas, la fecha supuso el despertar indignado de una sociedad civil frente a la corrupción sistemática y el sectarismo que han convertido al libanés en un Estado fallido. Para los más pesimistas -¿realistas?-, la demostración definitiva de que esta franja de territorio costero del Mediterráneo oriental no tiene futuro ni solución a corto plazo.

Sin duda, por su infatigable lucha por una investigación profunda e imparcial sobre qué ocurrió pasadas las seis de la tarde de aquel 4 de agosto de hace hoy cinco años y quiénes fueron sus responsables últimos, la abogada libanesa Yendi Sfeir merece ser incluida en el primero de los dos grupos. “Nos prometieron que las investigaciones tomarían cinco días para que la verdad saliera a la luz, y aquí estamos, cinco años después, ¡y nada!”, lamenta.

Beirut tras la explosión de agosto de 2020

Herida por la deflagración aunque feliz y agradecida de haber sobrevivido, Sfeir volverá hoy lunes, como cada año, a concentrarse en los alrededores del puerto beirutí junto a los familiares de las víctimas de la mayor explosión no nuclear de la historia –235 muertos y miles de heridos de distinta consideración, incluidos mutilados- y colectivos de la sociedad civil que siguen batallando por un juicio justo. “Durante cinco años, cada día ha sido una lucha por encontrar una cierta normalidad, una resistencia frente al dolor y las pérdidas. Lamentablemente, la justicia no ha llegado, y esa espera añade un sufrimiento adicional a nuestras heridas todavía abiertas”, explica a Artículo14 desde su piso del barrio de Achrafiyeh -el distrito cristiano de la capital libanesa-, situado a poco más de 700 metros a vista de pájaro del silo donde se almacenaba el nitrato de amonio y el ácido nítrico que provocó las explosiones.

De vuelta del trabajo, Sfeir se preparaba aquella tarde de agosto para quedar con unas amigas y disfrutar de la tarde y la noche veraniega en la capital libanesa. “Recuerdo estar en mi habitación y haber oído unos ruidos parecidos a los de unos fuegos artificiales y ver a mi gato sobresaltado por lo que estaba ocurriendo y estaba por venir. De repente, perdí el conocimiento”, relata la joven jurista a este medio. “Es duro recordarlo, me sigo emocionando, pero a la vez es terapéutico, así que te tengo que dar las gracias por poder desahogarme y por darnos voz”, confiesa.

“Después de eso, herida, con cortes en los brazos y otras partes del cuerpo, recuerdo haber oído una voz grave que me dijo hasta en tres ocasiones: ve a ver a tus padres. Y le hice caso y salí de mi piso en dirección al de mis padres”, evoca. “Soy una persona creyente y atribuyo lo ocurrido a un milagro de San Charbel (venerado santo de la Iglesia católica maronita, NDLR)”, admite. “Tuve mucha suerte, tanto yo como mis padres, que viven en el mismo edificio que yo, y también salvaron la vida”, relata a Artículo14.

Secuelas de por vida

Con todo, la vida de la joven beirutí cambiaría para siempre aquel día. Las secuelas siguen manifestándose a diario. Si bien sus heridas físicas no revistieron gravedad, la jurista sigue acudiendo a varios tipos de terapia desde hace cinco años. Reconoce tener miedo a la soledad y necesita la ayuda de una luz para poder conciliar el sueño. El caso de Yendi Sfeir es el de miles de beirutíes que sufren desde entonces tanto las consecuencias físicas o psicológicas de lo ocurrido en la tarde del 4 de agosto de 2020 como el dolor y la impotencia por la falta de resultados en las fallidas investigaciones llevadas a cabo durante el lustro transcurrido.

Al margen de quienes perdieron la vida y no la recuperarán, muchos de ellos humildes trabajadores, inmigrantes entre ellos, sus familiares, los supervivientes, lamentan el abandono de unas autoridades incapaces de ofrecer apoyo en ninguna de las formas posibles. Han sido las propias víctimas a través de organizaciones no gubernamentales o la iglesia las que han suplido el vacío estos cinco años ofreciendo modestas ayudas económicas y confort humano.

Un lustro negro ha sido el transcurrido desde agosto de 2020 para un país que a las consecuencias de la pandemia del coronavirus añadiría las de la crisis bancaria -consecuencia de un esquema de estafas financieras piramidales masivo- que sus ciudadanos siguen sufriendo hoy. Miles de familias perdieron sus ahorros de la noche a la mañana.

Además, la libra libanesa se hundió y la inflación golpea sin compasión los bolsillos de los libaneses desde entonces. Después llegaría el 7 de octubre de 2023, una fecha que sacudirá por sus consecuencias toda la región, y en el otoño del año pasado el Líbano será escenario de la penúltima guerra entre Israel y Hizbulá, partido de Dios y creación de Irán, la avanzadilla del eje de la resistencia para sus partidarios, un lastre para este pequeño y malhadado país para otros. La organización política y militar de los libaneses chiíes no saldrá bien parada tras más de dos meses de dura campaña israelí, y su ocaso -gran parte de la sociedad libanesa y sus nuevas autoridades a la cabeza piden a Hizbulá que entregue al Estado el resto de su arsenal, algo que sigue sin producirse- abre en los últimos meses una nueva etapa en la historia del país levantino.

Un nuevo impulso a la investigación

El nuevo clima político libanés permitió con el cambio del año el fin del bloqueo político que venía impidiendo desde hacía más de un año la elección de un presidente de la República -a la designación de Joseph Aoun como jefe del Estado sucedió la elección de un gobierno- ha permitido reabrir el caso de la explosión del puerto de Beirut después de tres años en que la investigación estaba virtualmente suspendida.

Hizbulá, Siria e Israel

Como muchos libaneses, la jurista cree que Hizbulá, la Siria de Bachar al Asad e Israel están en distinta medida detrás de lo ocurrido, y la implicación de la organización proiraní, un auténtico Estado dentro del Estado libanés, explica en gran medida a juicio de Sfeir que los intentos de la justicia por determinar las causas de la catástrofe hayan sido hasta ahora infructuosos. El trabajo del juez Tarek Bitar, encargado de investigar lo sucedido, se vio desde el principio bloqueado por numerosas denuncias y recursos presentados en su contra por los distintos responsables contra quienes había iniciado procedimientos.

Los interrogantes

¿Qué hacía esa cantidad de nitrato de amonio y ácido nítrico almacenada en un silo del puerto de Beirut? ¿De dónde había llegado y con qué fin se almacenaba allí? ¿Por qué no se garantizaron las medidas de seguridad adecuadas en el lugar donde se acumulaban unos productos tan peligrosos? ¿Aguardaba el nitrato de amonio en Beirut antes de ser trasladado a Siria para ser utilizado para fines bélicos? ¿Sabían las autoridades libanesas lo que se almacenaba a unos pocos metros de una zona residencial? ¿Lo permitieron y lo ocultaron? “Los recientes cambios políticos en el país han generado cierta esperanza de que las cosas puedan mejorar, pero todavía enfrentamos muchos obstáculos y desafíos para lograr justicia y transparencia. Confío en que, con esfuerzo y perseverancia, se puedan en el futuro determinar las causas de la explosión y que se responsabilice a quienes corresponda. Sin embargo, todavía falta mucho por hacer”, explica Sfeir a Artículo14.

El juez Bitar retomó a mediados de enero de este año el caso al presentar cargos contra diez funcionarios y oficiales, después de que el actual primer ministro libanés, Nawaf Salam, prometiera justicia en el caso. “Se nos ha dicho que con los avances en la investigación a partir de enero, el juez Bitar se encuentra en la última fase del proceso y pronto tendremos un dictamen judicial. Nos conformamos con que no insulte a nuestra inteligencia como hasta ahora”, confiesa Sfeir. “Los libaneses queremos ser como los demás: tener un Estado de Derecho, una justicia independiente, ser un país soberano, el fin de la impunidad, ser ciudadanos”, concluye.

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