Varios expertos en comunicación política, con campañas electorales a sus espaldas en la órbita del Partido Popular (PP), siempre críticos con Alberto Feijóo y sus pretorianos, me venían advirtiendo desde hace meses de que el líder gallego debería centrar su discurso en la economía y, que para eso necesitaba un peso pesado, no un cualquiera, y que ese hombre no era otro que Alberto Nadal. Así que Alberto Nadal, a mis ojos, aparecía como la “esperanza blanca” del boxeo para enfrentarse al poderío musculado del campeón. Algo así como el Jim Jeffries que desafió sobre el ring al gigante Jack Johnson a principios del ya lejano siglo XX.
Bueno, pues todo llega. Hace unos días Alberto Nadal, ofreció su primera desayunada conferencia en el amable ring del Foro Nueva Economía, en el mismo Casino de Madrid. No había puñetazos de por medio, más bien sonrisas y complacencias por parte de una audiencia silentemente entregada al gurú económico de la derecha española. Lo presentó, para no despertar sospechas de celos supuestos, el entusiasta Juan Bravo, con unas palabras que subrayaron los méritos indudables del conferenciante. Tras desgranar sus numerosos cargos, el listado es tan largo que se me ha olvidado por completo, Bravo tiró de ingenio para decir que le hubiera gustado ser profesor de historia romana, haber estudiado Física y que pensaba peripatéticamente mientras paseaba a su perro. Se refería a Nadal, no a él.
Tras esas cariñosas palabras, subió al estrado un relajado Alberto Nadal con el aire de un profesor del Cambridge bostoniano de los años setenta: cuidada barba y corte de pelo, traje gris de hechura ochentera, pulcra camisa blanca y gafas livianas. Pero sin perro que le ladrase.
Entre el público, la nómina pepera, con Alberto Feijóo, Cuca Gamarra y Juan Bravo. También su señora, Eva Valle, economista brillante. Junto a los rostros habituales del Foro, comparecieron miembros de las relaciones institucionales y demás gaitas de empresas como Telefónica, Iberdrola, Cellnex, Santander, Solaria, Asisa, AEB, Seopan y, Acento, representado por Alfonso Alonso, para que no digan.
Había una cierta expectación por escuchar las ideas que para la economía española traía Alberto Nadal al debate público. No puedo decir que defraudó, porque no lo hizo, pero tampoco deslumbró ni sorprendió ni enamoró. Volvió a enumerar la receta clásica del PP. Una receta que sale del manual del perfecto liberal conservador, con rebaja de impuestos, reducción del gasto público e inversión en infraestructuras e innovación. El mismo, sin ambages, se definió como un “liberal conservador”. De la escuela más tradicional, añado yo.
Se extendió sin límite de tiempo ni de crítico afán en desnudar la política económica del Gobierno que, con distintas artes, dirigen el dúo Cuerpo-De la Rocha. Y, con ese tono pausado y profesoral, no dio puntada sin hilo. Sin paliativos coligió que la economía española no va tan bien como los augures y panegiristas de Moncloa cacarean. Básicamente porque nuestro crecimiento “no es sano”, pues se apoya en un gasto público desbocado y una deuda desaforada, mientras la productividad no crece. Llenó de cifras sus argumentos para concluir con que el poder adquisitivo de los españoles ha mermado en los años de Sánchez, con unos salarios devorados por la inflación y por el aumento de precios y de la cesta de la compra, al tiempo que se freía de impuestos a la sufrida clase media. No escatimó ejemplos que, aunque conocidos por todos, ponen la cosas en su sitio para medir el pulso intervencionista gubernamental. Habló de un consejero delegado de una empresa privada cesado en el mismo Palacio de la Moncloa por un personero del Gobierno y de tirar de deuda pública para entrar en el capital de empresas privadas. Aunque le di vueltas a la cabeza, no sé bien a qué casos se refería Nadal, pues no creo que esas cosas puedan pasar en la España de 2025. Por supuesto, subrayó esa anomalía democrática de que el Gobierno carezca de Presupuestos Generales del Estado y que pase como si tal cosa, pues el ejecutivo no duda en normalizar todo lo irregular.
Alberto Nadal entró a continuación a desgranar la propuesta económica popular, que busca, como históricamente añora la política española, acercar la renta per cápita al nivel de los países más ricos de Europa, con los que ahora se mantiene una diferencia de un 25%. Para ello, el país necesita que los españoles dispongan de más puestos de trabajo, con un marco fiscal que premie el esfuerzo. Y, por supuesto, un aumento de la productividad que permita una acumulación de capital para favorecer una inversión acompañada de una fiscalidad atractiva no “ideológica”. El gurú popular apostó por un gasto público eficiente, con un aumento inferior al crecimiento de la economía. Aprovechó para sacudir al Gobierno, pues en sus palabras a más gasto, “peores servicios”, con el apagón como ejemplo.
La política popular se apoyará en cinco parámetros para modernizar la economía española. En primer lugar, la vivienda, dónde se necesitan 700.000 unidades y disponibilidad de suelo público. A continuación, aligerar una regulación, pues “cada 45 minutos se aprueba una norma”, en un dato que por sí solo produce dolor de cabeza y una gran pereza. Apostó por una energía sin “ideología” en la que se produzca un mix con presencia de la nuclear y las renovables que estabilice el sistema. La formación será otra pieza de su propuesta, con especial atención a las nuevas tecnologías y a la formación profesional. Y, por último, un acento decidido en la investigación y la innovación, para garantizar una participación española en la revolución de la inteligencia artificial, con una aportación superior al actual 1,5%. Y, para rematar, recuperar la inversión en infraestructuras digitales, energéticas y tradicionales, pues nos encontramos a “la cola de Europa”.
Más pronto o más tarde, España afrontará unas elecciones generales. Junto a la corrupción, la inmigración, la influencia en el mundo, la cuestión territorial, la educación, la precariedad o la falta de horizonte de la juventud, la economía está llamada a jugar un papel principal en la decisión de voto. Por eso, es necesario que Alberto Nadal encabece una propuesta seria y solvente que ilusione y estimule a los españoles y a sus agentes económicos. El actual Gobierno, y el partido que le respalda, ya la tiene. Más de lo mismo. Así, que tendrá que sacar su perro a pasear todas las noches mientras le da vueltas a la cabeza.


