En otras páginas, en todas partes, con todos los tonos y acentos se habla de la guerra de Ucrania y de como que sea que llamen a lo que está destrozando Gaza; se hace con desgana, sin mucha esperanza, porque de las palabras grandilocuentes hay que pasar a los hechos, y que el gasto militar se eleve al 5% no gusta a casi nadie y solo conviene a unos pocos. Con la misma indolencia se habla de los niños que se mueren de hambre ante la desesperación de sus madres como si ese horror fuera nuevo y no hubiéramos crecido con las misma imágenes, otros niños pero los mismos ojos, otros países pero la misma atrocidad.
Aquí, en cambio, quiero recordar que escribir sobre estos cuestiones supone, a menudo, una acción más revolucionaria de lo que se cree, que cala más que los breves, incesantes mensajes con los que nos bombardean como si fuéramos otra ciudad mártir más. Que la calma y el análisis no se oponen a la pena y la repugnancia, pero que la emoción por sí misma no sirve de gran cosa salvo para purgarnos de lo desagradable de sentirla.
En otras páginas se habla de fontanería y de malas artes, se colocan sobre el tapete novios, amantes, mujeres, hermanos, amigos y parientes. Se ve la paja de la corrupción en el ojo ajeno hasta que, ojo por ojo, partido a partido, nos quedemos todos ciegos, en un movimiento deliberado y corrosivo para destruir al enemigo mientras se mantienen las estructuras internas íntegras, con un encalado puntual que solo engaña a quienes ya han decidido qué pensarán para el resto de su vida, qué defenderán el resto de su existencia.
Aquí, en cambio, me interesan más los individuos que los dogmas, las motivaciones que los hechos, los discursos creados sobre lo ocurrido y por qué siempre recuerdan tanto a otras historias ya contadas. Este es un país aferrado a sus raíces para lo bueno y para lo malo, que ansia el cambio pero que casi nunca lo tolera de buen grado: lo que a menudo no ha podido contar la historia lo ha narrado la literatura.
En otras páginas se habla de los Premios de la Academia de la Música, y de la emoción de Rozalén, de cómo han pulido los presupuestos, fijado las normas de participación en programas y entrevistas y quizás dado algo de esplendor mediático a la próxima edición del Benidorm Fest: las uñas mediáticas, aún enrojecidas por haber destrozado a una cantante, ansían que surja una nueva para despiezarla desde cero. No hay nada que guste más que una diva, salvo que se pelee con otra diva, y a falta de auténticas divas al menos tenemos a diario peleas auténticas: por el ego, por las audiencias. El espectáculo se contamina con la política, porque todo es ya política menos la política, que es espectáculo.
Aquí en cambio, prefiero hablar de lo que no se dice, de lo que permanece cuando se han apagado los focos y se ha barrido la alfombra roja. De porqué se habla más de los defectos de las artistas que de sus logros, de sus caídas que de su ascenso. Por qué se les mide con un rasero diferente y a diario, no vaya a ser que en algún lugar se cuele sin supervisión ni su correspondiente acoso a una mujer con un cuerpo diferente, más peso o más edad, mayor descaro real y menor pose inofensiva. De lo que nosotras contamos y de lo mucho que callamos. De cuando se cierra la feria y se han ido los lectores, si es que alguna vez llegaron, y de qué queda en ese diálogo crudo y solitario entre el creador y su creación, la autora y sus personajes.
En otras partes encontrarán los hechos. En este espacio, mi opinión. O a menudo tan solo mi mirada: encontrarán matices, y que nada es lo que parece. Porque casi todo lo que parece suele quedarse en nada si se contempla por el tiempo suficiente. Encontrarán escenas que protagonizan mujeres y otras en las que luchan por ocupar el centro del escenario, una preocupación sincera por quienes no pueden narrar su historia y una fijación casi obsesiva por el conocimiento, la curiosidad, la formación. Pasen, siéntense. Vamos a hablar de lo que se dice cuando el ruido cesa.