Hace una década, la imagen del pequeño Aylan Kurdi tendido sin vida en una playa de Turquía sacudió la conciencia de Europa. Aquella imagen, brutal en su silencio, logró lo que informes y estadísticas no habían conseguido: humanizar el drama migratorio. Fue entonces cuando muchos comprendieron que mirar hacia otro lado ya no era una opción, que la dignidad y la humanidad no pueden naufragar ante discursos xenófobos y fascistas.
En Canarias lo teníamos claro desde mucho antes. Aquel 2 de septiembre de 2015 en que Aylan falleció, la mortífera Ruta Canaria de migración llevaba ya 20 años cobrándose víctimas. La primera patera arribó a nuestras costas el 28 de agosto de 1994 en Fuerteventura. Desde entonces más de 300.000 personas se han jugado la vida lanzándose el Atlántico en busca de una vida mejor. Por desgracia, miles han perecido en el intento como ocurrió este mismo jueves en Mauritania.
Durante estas tres décadas Canarias ha dado ejemplo de solidaridad acogiendo a esas personas, una humanidad que en el archipiélago se defiende cada día. En nuestras costas, en nuestros centros de acogida, en nuestras aulas y en nuestros hospitales. Porque si algo ha demostrado Canarias es que se puede ser frontera sin ser muro.
En estos 30 años también miles de menores migrantes no acompañados han llegado en pateras y cayucos a nuestras islas. Niños y adolescentes que huyen del hambre, de la violencia, de la desesperanza. Y Canarias los ha acogido. No como una carga, sino como un deber. Lo ha hecho sola, sin un sistema estatal de reparto que funcione, sin una respuesta europea que esté a la altura. Pero lo ha hecho con el corazón abierto de un pueblo que sabe que la solidaridad no se delega. Se practica.
Este esfuerzo no ha sido solo institucional. Ha sido social. El modo canario de afrontar la migración no es una fórmula administrativa, es una actitud. Es la implicación de los ayuntamientos, de los cabildos, de las entidades del tercer sector, de los profesionales sanitarios y educativos, de los vecinos que han abierto sus brazos, sus puertas e incluso se han lanzado al mar. Es la certeza de que cada menor migrante es, ante todo, un niño o niña, por lo que su protección no puede depender de su nacionalidad ni del color de su piel.
Desde el Gobierno de Canarias hemos reclamado, una y otra vez, una respuesta de Estado. No por comodidad, sino por justicia. Porque no es razonable que una comunidad autónoma asuma en solitario la tutela de más de 5.000 de menores sin un sistema de corresponsabilidad. Porque no es sostenible que la infancia migrante dependa del azar geográfico.
La reciente aprobación del decreto de contingencia migratoria por parte del Consejo de Ministros es un paso importante. Pero llega tarde y tras demasiadas peticiones ignoradas. Canarias no ha esperado a que se le reconozca. Ha actuado. Ha protegido. Ha cuidado. Y lo seguirá haciendo. Porque no se trata de cifras, sino de rostros. No se trata de competencias, sino de conciencia.
Ahora llega el turno de que el Estado y el resto de las comunidades autónomas estén a la altura. Hay un marco legislativo en vigor que debe cumplirse y acatarse, un sistema que garantiza una respuesta de país a estos niños y niñas. Ya no hay excusas para seguir dejando a Canarias sola con una respuesta a la infancia migrante que debe ser de todos, una respuesta que Canarias ha exigido y luchado con una sola voz y, sobre todo, con humanidad.
El décimo aniversario del fallecimiento del pequeño Aylan Kurdi nos recuerda que Europa también tiene una deuda pendiente con estos menores migrantes y con Canarias. Canarias no es una región más. Es frontera, es puente, es refugio. Y necesita que esa condición se traduzca en políticas y en recursos de la UE.
La muerte de Aylan nos enseñó que la indiferencia mata. Que la política sin alma es solo gestión. Desde entonces muchas cosas han cambiado. Pero muchas otras siguen igual. Las rutas migratorias se han desplazado, los perfiles han variado, pero el dolor sigue llegando en patera o cayuco. Y la esperanza sigue buscando orilla.
Canarias ha demostrado que se puede ser eficaz sin perder humanidad. Que se puede ser frontera sin renunciar a la acogida. Lo ha hecho durante más de treinta años. Lo sigue haciendo hoy y lo hará mañana. Porque aquí sostenemos la humanidad.