Opinión

Las cosas que no se explican

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Las escaletas de los informativos de este lunes nos dan el pulso exacto de nuestro país. Me lo decía mi madre por la noche cuando hablábamos por teléfono: No cabe una vergüenza más. Vivimos en la trágica excepcionalidad, en un desaliento hiperactivo que incentiva la confusión, que marida con el desasosiego y hace que cada cual, en este laberinto de la infamia, decide escoger una galería sombría en vez de ponernos de acuerdo por intentar salir del enredo.

El lunes tuvimos la dimisión en diferido, un año después, de Mazón. Que primero dio una rueda de prensa para seguir ahondando en sus pecados y luego la oficializó en formato documento. Esto compartió portada con el inicio del histórico juicio contra el Fiscal General del Estado por revelación de secretos. Un episodio que, sin duda, define a las mil maravillas la irresponsable distopía a la que nos enfrentamos. El Estado contra el Estado. El sistema contra el sistema. La máxima autoridad, ataviada con su uniforme manchado de sectarismo, siendo juzgada por sus subordinados. La Abogacía del Estado poniendo en tela de juicio la actuación del juez. La politiquería entrando como una termita mortífera para desgastar el pilar de la independencia.

Pero la cosa no quedaba ahí, había más platos para completar este banquete de clavos que el ciudadano medio se tragó a la hora del almuerzo. En este frenético carrusel del escándalo volvió a aparecer la UCO para servirnos en bandeja, en formato informe, más elementos indiciarios sobre la trama corrupta que aprieta a este Gobierno podrido de evidencias, muerto de impotencia, vigoroso en el descrédito. Esta vez las pruebas y los mensajes apuntaban a Víctor Ángel Torres, aún ministro del Ejecutivo, y dejaban al descubierto tanto su relación con el nexo corruptor del sarao, Víctor de Aldama, como su implicación, barriobajera y mafiosa en las formas, para acelerar los pagos. Reseñable también es la comunicación fluida de Aldama con Reyes Maroto, en aquellos momentos ministra, y la comprobación del poder que ejercía Koldo en todo el tinglado. También hay mención a Globalia y a las demás ramificaciones de este conglomerado de suciedad que rodea al presidente.

De la mano de este suceso, conocimos que el magistrado de la Sala Penal, Leopoldo Puente, dictaba el auto de procedimiento abreviado contra Ábalos, Koldo y Aldama por, entre otros asuntos, los contratos irregulares de las mascarillas durante la pandemia. Pero no, aunque ya estuviéramos empachados de asco y desilusión, aunque la indigestión ya fuera irrevocable, aún quedaba un último pase. El postre fue la comparecencia en la Comisión de Investigación del Senado de la ya célebre Miss Asturias. Ésta declaró que había retomado el contacto con Ábalos cuando estalló su caso y que, el exministro y exsecretario de organización del PSOE, le había confesado en alguna ocasión que no entendía la manera de actuar de Pedro Sánchez con él, que Sánchez lo sabía todo y se estaba haciendo el loco. Y que es tan verdad lo que dice, argumentó, que cuando ella lo soltó en un programa el único reproche que recibió por parte de Ábalos fue el haberlo llamado putero.

Es imposible no sonrojarse. Es complicado tratar de seguir esta actualidad envenenada de raíz sin sentir ganas de vomitar. Porque es casi un ejercicio de bisoñez intentar desentrañar pormenores que no se explican. Sobre todo, hay dos que son especialmente difíciles de razonar. El primero es lo de Carlos Mazón. Exactamente qué esperaba el PP que ocurriera si ha alargado una decisión que se debería haber tomado desde el primer día: Apartar del control de mando a una persona que no estaba donde tenía que estar en un momento crucial para la tierra que gobernaba. Si no hubiesen alargado la agonía, no hubiesen tenido que solapar la imagen del Fiscal General del Estado en el banquillo con la de un Mazón por fin rendido a la evidencia. Si no se hubieran empeñado en el error de sostener lo insostenible, drogándose, quizás, con la ilusión de que el sanchismo se desmoronaría antes de que ellos tuvieran que cruzar ese Rubicón, no estarían ahora ante esta encrucijada ni le hubiesen dado la posibilidad al Partido Socialista de, en su repugnante deriva, intentar reescribir la historia de aquella pesadilla. Porque no, y eso hay que decirlo bien claro, Mazón no es el único culpable del desastre vivido hace un año. Y en un país sano, democráticamente hablando, el Gobierno de España también tendría que asumir responsabilidades por su inoperancia durante aquellos aciagos días. Más que nada porque ese trabajo de limpieza y asunción de responsabilidades nos ayudaría en un futuro a articular una respuesta seria después de haber aprendido de los garrafales errores que se llevaron por delante la vida de 239 personas.

Y esto nos lleva a la siguiente cuestión inexplicable. Con Mazón apartado y la Consejera de la Junta de Andalucía cesada tras su error en los cribados del cáncer de mama, a qué espera el PSOE para hacer lo propio con el sinfín de cargos salpicados por la negligencia, como la ministra Ana Redondo, o por la corrupción. Qué más hace falta para que este Gobierno sin capacidad de gobernar y ahogado en un barrizal de miserias tope con el techo de su desvergüenza y decida ponerle fin a este clima irrespirable, que lo único que consigue es complicar, aún más, un futuro en el que, a este paso, será complicado restituir la confianza de la sociedad en las instituciones.

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