En Madrid se dice mucho eso de que en agosto se está muy bien si eres de aquí. Hay noches en las que (en Chamberí) se escuchan los grillos en algún árbol. Grillos tan intoxicados de CO2 como lo estamos nosotros. Grillos que conviven con pájaros que no distinguen el día de la noche porque las farolas les desorientan. Grillos un poco infelices, como nosotros. Ellos, encima, no tienen las ventajas que a nosotros nos producen estos inconvenientes.
Toda esa gente que abarrota el transporte público en hora punta se ha ido a la playa, o quizás a algún lugar exótico donde aumentar la brecha de la desigualdad con su presencia. Al pueblo creo que ya no vuelve casi nadie, entre otras cosas porque los pueblos de la gente no son precisamente bucólicos. El mío sí, porque tengo la suerte de tener las raíces en Candelario (Salamanca), pero eso no es lo normal.
Somos tantos en el mundo que todo lo que hacemos crea un problema. Las aguas residuales, la escasez del agua potable (esa que se está malgastando en alimentar programas de inteligencia artificial), la desaparición del fondo marino, y la desertificación de zonas antaño fértiles. Antes nos llevábamos una piedra del camino. Ahora es mejor que no lo hagamos, porque dejamos el camino sin piedras. Antes podíamos coger orégano en el monte; ahora no podemos, porque hay gente que se ha llevado orégano para tres o cuatro vidas. Hace años te podías bañar en las lagunas de Peñalara. Ahora es mejor no hacerlo, porque tantos somos que espantamos a toda la fauna. Las sombrillas que clavamos en la playa son un problema. Las toallitas húmedas que utilizamos son un problema. Las latas, las botellas con la tapa pegada, los arandeles de plástico, los tampones, la crema solar, los restos de hormonas en la orina que va al río, los aparatos de aire acondicionado, la moda del chocolate de Dubai, los batidos con mango, el valor estético de los aguacates. Todo es un problema.
Coachsurfing nació en 2004 como intercambio gratuito de alojamiento entre gente abierta, acogedora, con ganas de conocer el mundo. Tuve un amigo que recorrió Europa entera de sofá en sofá, y al mismo tiempo acogió a decenas de viajeros en el suyo. Forjó vínculos y conoció rincones secretos en los tiempos en los que esos rincones no salían en redes sociales. Luego llegó AirBnB y pervirtió el concepto hasta el punto en el que los nativos de cada ciudad son expulsados de sus casas para que vengan nativos de otras ciudades a pasar unos días en sitios secretos que no son secretos, playas desiertas que acaban masificadas, rincones tranquilos que parecen las rebajas, y lugares con sabor que, por no saber, no saben ni a glutamato. Viajas para encontrarte con la nada. Con los no lugares que definió Marc Augé. En el lado contrario tenemos los sitios desolados fruto de poblaciones que no pudieron darle de comer a nadie. Pueblos sin apenas servicios básicos donde hay sitio en una fábrica que, de cerrar, deja en el paro a ese 40% de población en edad de trabajar.

Les advierto que en Madrid ya no se está tan bien en agosto. Se nos ha llenado esto del tipo de turismo que hemos sido en tiempos mejores. Gente que grita, que exige, que se solivianta cuando las cosas no son como ellos quieren. Gente que sale de su país y soborna a todo quisqui a golpe de billete para saltarse colas, cerrar sitios, y recibir un trato preferente para comprar cinco colonias mientras tú esperas para comprar unos rollos de papel higiénico. Los grillos los escuchamos cuando no hay fiesta en alguna de las decenas de pisos turísticos que hay en la manzana. Y todo porque somos demasiados. Porque la natalidad es alta en los países muy pobres (en esos que se vienen aquí a tener, por lo menos, agua potable y algún pantalón) y negativa en los países más desarrollados y boyantes. Algo hemos hecho muy mal. Algo ha fallado en las administraciones, las grandes empresas, y la población general. La molicie de unos, la avaricia de otros, y la falta de foco de la mayoría.
Hemos conseguido que no se esté bien en ningún sitio. Y agosto es sólo un síntoma.