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Carmen Polo: la “guardiana” de la rectitud femenina

Cincuenta años después de la muerte de Franco, trazamos la figura de su esposa, imprescindible para entender el andamiaje íntimo del régimen. Ni el mismo dictador intuyó la magnitud de su sombra

Carmen Polo acude a emitir su voto en las elecciones generales de 1979
Efe

Rescatar la figura de Carmen Polo (1900-1988) en el 50º aniversario de la muerte de su esposo, Francisco Franco, puede resultar incómodo, pero al mismo tiempo revelador. Fue la anfitriona del régimen de sonrisa inquietante y gesto imperturbable, la señora de mantilla, misales, collares y un boato que olía a naftalina bendecida por la sotana de algún arzobispo. Al morir Franco, se desveló una verdad que habría irritado sobremanera al caudillo: él mandaba, pero la que dirigía era ella.

Marcó los cánones de la decencia femenina y también el paso a la élite franquista. España no tenía una primera dama al estilo de Estados Unidos, como la activista Pat Nixon o la elegante Jackie Kennedy, pero ella se erigió como guardiana del régimen con devoción casi mística.

Franco “era poca cosa” para ella

Nació en el seno de una acomodada familia ovetense y se quedó huérfana de madre a los trece años. Desde entonces, ella y sus tres hermanos, Felipe, Isabel y Ramona “Zita”, quedaron al cuidado de su tía Isabel, que les aseguró una educación exquisita en colegios religiosos, rematada por los aires distinguidos de una institutriz francesa. Ahí forjó Carmen ese carácter soberbio y almidonado que exhibió hasta el final de su vida. Y con él fue consiguiendo que España entera, más por temor que por veneración, le rindiese pleitesía.

La familia no recibió con buen agrado su noviazgo con Franco, un pobre aventurero en busca de una buena dote, según describió su padre. Era “poca cosa”. Su opinión cambió a medida que el futuro caudillo fue saciando sus ambiciones militares y personales. En octubre de 1923 se casaron en una espléndida ceremonia con Alfonso XIII como padrino de boda.

Imagen tomada en el interior del Palacio de El Pardo
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El 14 de septiembre de 1926, nació su única hija, María del Carmen, a la que apodaron Nenuca. En julio de 1936, al estallar la Guerra Civil, Carmen se refugió con la niña en Bayona, en la casa de su antigua institutriz. En septiembre de ese mismo año, con Franco como jefe de Estado, caudillo y generalísimo, se reencontraron y se instalaron en el Palacio Real de El Pardo. A partir de entonces, en su entorno doméstico fue La Señora; oficialmente, Carmen Polo de Franco.

Con el lecho conyugal custodiado por el brazo incorrupto de Santa Teresa, no es extraño que Franco rompiese la costumbre castrense de peregrinar en camas ajenas. Las crónicas cuentan que fue hombre de un solo amor, y no demasiado efusivo. Con Carmen logró un extraño equilibrio: ambos se moldeaban mutuamente. Absorbió de ella un conservadurismo aún más acentuado y una religiosidad que hasta entonces no se le había conocido.

El 10 de abril de 1950, su hija se casó con Cristóbal Martínez- Bordíu. El joven matrimonio, acompañado de Carmen Polo, fue recibido en audiencia por el papa Pío XII solo unos días después. En 1951, nació Carmen Martínez-Bordiú, que devolvería la vida familia del clan al primer plano social cuando contrajo matrimonio con Alfonso de Borbón Dampierre el 8 de marzo de 1972.

La Señora intentó favorecer que el casamiento abriera la puerta a una sucesión distinta en la Corona, pero la maniobra fue desbaratada por el propio Franco. Según contó Carmen Enríquez, cronista real, en Carmen Polo, Señora de El Pardo (Ed. Esfera de los libros), fue una gran instigadora. “Era influyente hasta el punto de que llegó a doblegar la voluntad del dictador a la hora de nombrar presidente a Arias Navarro”. En sus páginas recuerda también la intensidad con la que vivió la ceremonia de investidura de su marido como Caudillo de España y cómo, al volver su nieta Carmen de su luna de miel, recibió en el aeropuerto dirigiéndose a ella como “Alteza”.

Mano ejecutora

Sin abandonar jamás su papel de esposa devota y guardiana inflexible de la rectitud doméstica, fue acumulando parcelas de influencia. Desde la intimidad del hogar, susurraba a su marido quién merecía ser apartado según la pulcritud en su vida privada. Su mano, a veces manejada por confesores y capellanes, se dejó sentir en el cierre de ciertas publicaciones y en el veto a obras teatrales o películas que incluso habían superado la censura oficial.

La viuda de Francisco Franco, Carmen Polo; el jefe nacional de Fuerza Nueva, Blas Piñar (sosteniendo el megáfono) y otros asistentes entonan el “Cara al Sol”, a la salida de la basílica del Valle de los Caídos
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Carmen Polo desarrolló una notable destreza para reunir en torno a sí a una pequeña camarilla, una corte propia que no tardó en prestarse a velar, con discreción, por ciertos caprichos suyos, incluidos los relacionados con joyas que tomaba como obsequio obligado. Puede que haya en ello parte de leyenda, pero los joyeros gallegos, especialmente de Vigo, temblaban cada vez que recibían su visita. Mientras Franco salía a navegar a bordo del Azor, su esposa daba rienda suelta a su afición por las alhajas. Miraba la vitrina y escogía. También en Madrid, “los mejores joyeros cerraban sus puertas porque ‘se olvidaba’ de pagar las facturas”, reveló el periodista Mariano Sánchez Soler en su libro “La familia Franco S.A”.

Un epílogo nefasto

Cuando Franco falleció, el 20 de noviembre de 1975, la fortuna de los Franco era inmensa, especialmente en propiedades inmobiliarias. Ya viuda, Carmen Polo recibió del rey Juan Carlos una merced real al concedérsele el señorío de Meirás, con carácter de Grandeza de España. El 31 de enero de 1976, abandonó el palacio de El Pardo y se instaló en la calle Hermanos Bécquer. Su salud se fue agravando. Murió a causa de una neumonía mientras dormía, el 6 de febrero de 1988. Su entierro tuvo lugar en el panteón familiar del cementerio de Mingorrubio, en El Pardo, donde permanecen también, desde 2019, los restos exhumados de Franco.

El Pardo (Madrid), 20/11/1975.- Carmen Polo de Franco y su hija la marquesa de Villaverde, asisten a la misa “corpore insepulto” por el jefe del Estado, Francisco Franco, en la iglesia del Palacio de El Pardo. EFE
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Tras la muerte del Caudillo, a Carmen Polo se le empezó a desmoronar su mundo. Mientras veía cómo España mudaba de piel, cualquier esfuerzo por congelar la memoria del régimen o mantener la unidad familiar se le escurría entre sus ancianos dedos. “Quienes la trataron en su última época afirman que La Señora aceptó resignada, no sin dosis elevadas de amargura, el desmantelamiento del régimen franquista y vio cómo, a pesar de lo que decía su Paco, nunca está atado y bien atado”, escribió en su libro Enríquez. Cincuenta años después del fin de la dictadura, no hay otro epílogo posible.

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