La abuela Florencia comparaba el impacto de la muerte de Franco en la vida cotidiana de la mujer con el deshielo. Casi imperceptible, pero imparable. “Fue bonito reordenar el mundo”, decía. No se refería a grandes proezas, sino a las cosas corrientes. “La revolución la hicieron otras mujeres. Ellas nos allanaron el camino hacia la democracia y el resto lo emprendimos ocupándonos de que ya no hubiese retorno. Dejamos de ser los ángeles del hogar”.
Hubo muchos nombres que, cincuenta años después del fin de la dictadura merecen un lugar prominente en cualquier crónica. La abuela hablaba con admiración de Carmen Díez de Rivera, hija del ministro de Franco Ramón Serrano Suñer. Dirigió el Gabinete de Presidencia de Adolfo Suárez entre 1976 y 1977, antes de las primeras elecciones democráticas, y defendió la legalización de los partidos políticos, incluido el Partido Comunista.

Mencionaba a Soledad Becerril, la primera mujer en acceder a un ministerio tras la Segunda República, con Leopoldo-Calvo Sotelo, o a Carlota Bustelo, impulsora del Frente de Liberación de la Mujer, que abogó por la legalización de los anticonceptivos, la igualdad constitucional y la Ley de Divorcio. Aplaudió a la diputada María Teresa Revilla, la única mujer entre 39 hombres en la Comisión Constitucional creada para elaborar la Carta Magna. Revilla hizo una brillante defensa de la plenitud de derechos femeninos en el artículo 14 de la Constitución de 1978 que da nombre a este periódico. Y escuchaba con entusiasmo a las abogadas Francisca Sauquillo, Cristina Almeida y Cristina Alberdi, referentes del feminismo, solo tenía palabras.

Pero la abuela insistía en la metáfora del deshielo. Bajo la capa que estas “primeras espadas” rompieron, en cada casa crujieron placas enteras cambiando por completo la geografía de toda una sociedad. En cada fisura se colaban yugos, prejuicios y prohibiciones. “Desde arriba hacían la revolución, la vergüenza la pasamos nosotras”, recordaban sus hijas con humor a propósito, por ejemplo, de la llegada de los preservativos. Su uso se legalizó en España el 10 de agosto de 1978, pero antes circulaban de forma clandestina.
¿Cómo impusieron el uso del condón?
Casualidad o no (nunca preguntamos), el último de los hermanos llegó cuando el caudillo agonizaba. Fue el fin del baby boom. En nuestra familia y en el resto. No es necesario explicar cómo sería convencer a aquellos maridos del uso del preservativo, cuando, todavía hoy, las parejas andan enzarzadas en esa discusión.
Encajar en la cotidianeidad cada hito político en aquella recién estrenada democracia suponía un esfuerzo magnífico por parte de las mujeres y también de los hombres que acogían los cambios, aunque fuese a regañadientes. En cada hogar, en cada dormitorio, en cada aula, en cada espacio público, seguía habiendo al menos una réplica del dictador que se resistía a acatar los nuevos estándares. Se acabaron las palizas de Don Fidencio, un maestro de escuela rural que dejó marcada a toda una generación de varones. Se acabó cantar el “Cara al sol” antes de empezar la clase. Se acabaron las clases de corte y confección mientras los niños hacían deporte…
Una gran mayoría de mujeres desplegó esas cualidades innatas que le permitían mostrarse líder, firme y a la vez empática en cualquier circunstancia. Con estos rasgos fue fácil convencer al abuelo de que sus hijas solteras no necesitaban ingresar en el convento o que había más opciones en la Universidad que la carrera de Magisterio, la más habitual en la época para la mujer. “Con gestos muy simples, había que romper la rigidez, aprovechar cada posibilidad para que el agua fluyese y se reordenase la vida. Nadie tenía que marcarnos el camino de la independencia. Simplemente necesitábamos las llaves para abrirlo. Y esto es lo que nos dio la democracia”, continuaba la abuela al recordar, años después, cómo vivió la muerte de Franco.
La vida sin la tutela marital
Murió con la pena de no haber conducido. Las mujeres podían conducir en España oficialmente desde 1925, cuando Catalina García se convirtió en la primera en obtener el carnet. Sin embargo, hasta 1975, para poder presentarse necesitaban el permiso del marido. La primera mujer en conducir un automóvil fue Emilia Pardo Bazán en 1904, antes de que se exigieran pruebas para obtener el permiso.
Conquistar la independencia suponía ejercer los derechos y libertades que traía la democracia. Un momento de inflexión fue la rebaja de la mayoría de edad a los 18 años, según estableció el Código Civil el 17 de noviembre de 1978. Supuso el reconocimiento de una serie de derechos civiles y políticos que hasta entonces no poseían en igualdad con los hombres, como el derecho al voto y a la capacidad laboral plena.
Este cambio legal, que se consolidó con la Constitución de 1978, marcó el fin de la tutela marital y dio lugar a una mayor autonomía en aspectos como la capacidad jurídica y la participación en la vida pública y económica. Las viudas, por ejemplo, dejaron de estar tuteladas por el padre o el suegro, que, hasta entonces, podía decidir incluso si daba a los hijos en adopción sin consentimiento de la madre.
Cuando las mujeres de la familia escuchan la palabra empoderamiento, su memoria iba directa a aquel día en el que abrieron una cuenta bancaria sin permiso de nadie. Esta igualdad financiera llegó con la aprobación de la Ley 14/1975 del 2 de mayo, durante los últimos coletazos del franquismo. El fin de la licencia marital abría también paso a la firma de contratos, gestión de bienes, aceptación de herencias o apertura de negocios. Una abrió un taller de costura, otra una floristería… La igualdad iba llegando, pero aún con timidez. Lo de disponer del salario libremente era harina de otro costal.

En 1978 se despenalizó el adulterio, pero es conveniente recordar que la moral nunca fue, ni siquiera lo es hoy, uniforme y los hombres disfrutaron de una impunidad realmente escandalosa. Al menos los cambios profundos en cuanto a la autonomía femenina permitieron el auge de los movimientos feministas que alzaban la voz en este y otros asuntos. Hasta 1981 no se aprobó la Ley de Divorcio, que permitía el divorcio por mutuo acuerdo y suprimía la necesidad de culpabilidad.
Dejó de ser frágil, débil, inexperta…
En toda esta progresión femenina, la conquista definitiva fue la recuperación del derecho al voto. “Cuando anunciaron las primeras elecciones democráticas tras la dictadura, me sentí ciudadana de verdad”, recordaba la abuela. Gracias a la reforma del Código Penal, la mujer dejó de ser “un ser frágil, quebradizo, débil, inexperto, inmaduro e irreflexivo”.
El sufragio femenino se aprobó el 1de octubre de 1931 y se hizo efectivo en las elecciones generales de 1933. El 19 de noviembre de ese año, las españolas votaron por primera vez, gracias a la lucha que representaron, en dos bandos enfrentados, Clara Campoamor (a favor) y Victoria Kent (en contra).

Con la entrada en vigor de la actual Constitución, las mujeres españolas recuperaron su derecho al voto. Nombrado presidente en julio de 1976, Suárez convocó a las urnas a los 23 millones de españoles con derecho de voto. De los 5.359 candidatos que se presentaron al Congreso, 78 eran mujeres y solo 21 obtuvieron acta de diputada en los 350 escaños del hemiciclo.
“Aunque apenas fuimos a los mítines, vivimos aquello como una explosión de alegría, júbilo y debates en la calle. Aquel 15 de junio de 1977 había inquietud. No dejaba de ser algo desconocido y casi cuarenta años de democracia habían dejado un poso de miedo”. La UCD de Suárez ganó con 165 diputados, por delante del PSOE liderado por Felipe González, que cosechó 118.



