Análisis

Jumilla: punto de inflexión del PP frente a Vox

Entre islamofobia y oportunismo político: cómo Vox redefine los límites del racismo en España y arrastra al PP hacia su terreno

La violencia contra los inmigrantes en Torre-Pacheco, la prohibición del burkini en las piscinas municipales y la prohibición de los ritos islámicos en las instalaciones deportivas del ayuntamiento de Jumilla demuestran las dificultades de convivencia que afectan a ciertos colectivos inmigrantes y/o musulmanes en la vida local.

Los medios de comunicación españoles y extranjeros parecen ignorar las tensiones interculturales existentes y cuya intensidad es cíclica, ya sea en España, en Francia, en Italia, Bulgaria o en cualquier otro lugar. Aunque estas tensiones son visibles – porque los medios de comunicación se hacen eco de ellas – en las grandes y medianas ciudades, también están presentes en el mundo rural, las pequeñas ciudades y los pueblos. La antiinmigración, el racismo y la islamofobia se extienden a cualquier colectividad territorial, local, regional y nacional.

Además, Torre-Pacheco y Jumilla – y todos los demás sucesos ignorados por los medios de comunicación – también han contribuido, por un lado, a un aumento de la intención de voto al partido VOX y, por otro, a un acercamiento del discurso del PP a este partido. Por último, dicho acercamiento ideológico, o al menos estratégico, no es nuevo en términos de experiencia europea. Formaciones políticas conservadoras de otros países han coqueteado con el discurso de partidos de extrema derecha para evitar un desplazamiento de sus electorados hacia estos últimos.

Sin embargo, como el discurso musculoso les resulta antinatural, son los partidos de Le Pen o Meloni los que han ganado la partida a la derecha conservadora clásica, que en algunos casos se ha convertido en una fuerza política media o incluso reducida. De ahí la tendencia de VOX a seguir la senda del mimetismo inspirándose en sus homólogos franceses, flamencos, búlgaros e italianos, entre otros.

Santiago Abascal
Javier Cuadrado

En efecto, el partido de Abascal debe marcar sus diferencias con el PP y, al mismo tiempo, permitir que este último adopte un discurso (casi) similar al suyo en materia de inmigración. El electorado sabrá distinguir entre un partido que, en su esencia, se opone abiertamente a los inmigrantes musulmanes, practicantes, y otro partido que se ha convertido en ello de cara a unas próximas elecciones.

El caso francés es la ilustración más emblemática del modo en que el discurso racista de la extrema derecha se ha transformado y afianzado en la última década. El Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen era abiertamente racista y antisemita. Tanto en el contenido como en la forma, estaba en continuidad directa con los movimientos fascistas de antes de la segunda guerra mundial. Pero sus sucesores – incluida su hija Marine – comprendieron que la sociedad francesa estaba cambiando, y que mantener este registro histórico les confinaría a un estrecho espacio político. La creencia en la existencia de razas biológicas estaba disminuyendo en todas las sociedades europeas. El aumento de los niveles de educación, la renovación generacional y la diversificación de las sociedades europeas vinculada a los movimientos migratorios de posguerra han incrementado la tolerancia, en particular hacia otras religiones.

En Francia y España de 2025, el racismo no ha desaparecido, pero ha cambiado de forma, se ha vuelto más cultural que biológico, y ha encontrado su nuevo anclaje en la estigmatización del islam y de las comunidades de cultura musulmana. La extrema derecha de Vox y de RN juega con la distinción latente entre “buenos inmigrantes” (de cultura europea y judeocristiana) y musulmanes (y en menor medida subsaharianos y asiáticos), a los que se critica por conservar su fe y sus hábitos alimentarios y de vestir, e incluso por pretender imponer su “forma de vida” a la de los “nativos europeos”, para mantener su registro racista al tiempo que se libran de la acusación de xenofobia.

MADRID, 01/05/2025.- El líder de Vox, Santiago Abascal, durante el acto por el 1 de Mayo organizado por Vox y el sindicato Solidaridad, este jueves en la Plaza de la Constitución de Fuenlabrada, en Madrid. EFE/ Borja Sanchez-trillo

La frontera del racismo se ha desplazado, y la integración europea ha contribuido involuntariamente a ello, al promover la libre circulación de los ciudadanos europeos y trazar una nueva línea divisoria con los “nacionales de terceros países”. Esto ha permitido a la extrema derecha poner el ejemplo de los inmigrantes italianos, españoles o portugueses, que han podido integrarse en las sociedades del norte de Europa gracias a su trabajo y al apoyo educativo dado a sus hijos, para denunciar, por el contrario, la supuesta negativa de las personas de cultura musulmana a adoptar los valores y modos de vida del país de acogida.

Aunque la desconfianza hacia el islam no perdona a ningún sector de la población, sigue siendo un claro marcador de la extrema derecha. En los países europeos en los que la socialdemocracia se ha mantenido fuerte hasta hace poco, los movimientos de extrema derecha han construido o consolidado sus bases históricas principalmente jugando con la islamofobia. En España, Vox canta las alabanzas del “choque de civilizaciones” y del “gran relevo”, y esgrime la defensa de la “civilización cristiana” como baluarte contra el peligro de la islamización de la sociedad, mientras que en Portugal, el partido Chega sigue la misma línea. Estos temas están en el centro de la retórica de los partidos de extrema derecha en los países de cultura protestante, como muestran las plataformas ideológicas del Partido Popular Danés (DFP), los Verdaderos Finlandeses, el Partido del Progreso Noruego (FrP) y los Demócratas Suecos (SD).

Abascal y los suyos tienen la oportunidad de destacar centrándose en los problemas concretos de convivencia entre ciertos grupos de inmigrantes y las localidades gobernadas por los pactos PP-VOX. Están aprendiendo rápido y en distinto grado de las estrategias electorales de sus mentores en Hungría (Orban), Francia (LePen) e Italia (Meloni). El PP de Feijóo debe contrarrestar los argumentos de VOX sobre inmigración y no limitarse a “copiar y pegar”, de lo contrario la derecha popular se convertirá en una marca blanca del partido con el logotipo de color verde.

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