Generación conectada

Cuando los robots se hacen cada vez más humanos

La empresa china AheadForm ha desarrollado robots humanoides con rostros hiperrealistas, un avance hacia la nueva era en la que las máquinas comienzan a convivir con las personas

ChatGPT Image 3 oct 2025, 08_05_38

AheadForm es una empresa china especializada en el desarrollo de robots que integran algoritmos de inteligencia artificial y una sorprendente actuación biónica. Sus humanoides cuentan con unos rostros de gran semejanza humana, ofrecen unas expresiones faciales hiperrealistas y transmiten unas emociones cada vez más cercanas a las de los mortales.

El efecto puede llegar a ser tan hipnótico como perturbador. Las cabezas de estos inventos son capaces de sonreír, parpadear o mover los labios como cuando hablas con tu amigo más cercano. Su piel de silicona imita nuestras imperfecciones y poros, sus ojos tienen un ligero toque húmedo que se asemeja a nuestro permanente brillo y cualquier pequeño detalle nos recuerda una de nuestros cientos de muecas. Reaccionan y contestan en tiempo real a cualquier comentario, adaptando su rictus a la emoción esperada.

Sin embargo, detrás de esa carcasa plástica, está todo un entramado de minúsculos motores y cientos de cables. Una maquinaria que nos recuerda sin duda las escenas de la saga de “Terminatores”.

La frontera entre lo robótico y lo biológico es cada vez más delgada. No estamos hablando únicamente de conocimiento y procesamiento de datos, sino también de similitudes físicas y comportamientos. Y me pregunto siempre lo siguiente: ¿por qué nos empeñamos en que los robots se parezcan tanto a nuestra gente?

El hombre como máquina perfecta

Desde que, en 1495, Da Vinci diseñara su primer caballero mecánico (una armadura completa con engranajes y poleas para conseguir un movimiento automatizado de brazos y piernas) la humanidad ha querido replicarse a sí misma. No únicamente para crear unos guerreros invencibles o asistentes, sino para eternizar nuestra propia imagen de seres únicos y especiales. Llevamos siglos intentando fabricar versiones de nuestros cuerpos de bípedos con madera, metal o aluminio, convencidos de que nada podrá lograr ser más funcional que lo que somos ya.

Recuerdo cómo, en la Guerra de las galaxias, R2D2 y C3PO encarnaban esa dualidad robótica y fisionómica. Uno era más persona, dorado y dotado de la palabra. Representaba la torpeza del ser humano frente al otro más pequeño, sin rostro ni piernas, pero armado de picardía y eficiencia. Curiosamente, el robot menos agraciado de los dos, el más parecido a una lavadora con ruedas, era el que más habilidad e inteligencia transmitía.

Nuestra obsesión por el antropomorfismo no nace de la creatividad o ingeniería, sino del espejo en el que nos vemos cada día. Queremos que los villanos se parezcan a unas bestias y que los superhéroes tengan nuestros gestos y destreza. Seguimos viéndonos como la máquina perfecta, y toda forma de vida que no se parezca, parece adulterada o incompleta.

El humanoide aumentado

Esta semana pasada presenté Potencial Digital en Extremadura. El evento congregó a decenas de expertos en ciberseguridad, inteligencia artificial y robótica. Sin embargo, una conferencia captó especialmente nuestra atención. Dos robots, un perrito y un “humano” y Javier Sirvent, su amo, conquistaron el escenario. Nos abrieron los ojos sobre lo cercano de tener mascotas y ayudantes en nuestros domicilios.

Dichas máquinas caminan por sí solas, reaccionan a las muestras de cariño y se mueven ya como si fueran uno de nosotros. Aún se parecen a “cacharros mecánicos”, pero verlas en acción impresiona.

En agosto de 2025, las primeras Olimpiadas de robots en Grecia fueron todo un símbolo. Humanoides venidos de todo el planeta compitieron en las pruebas inspiradas en nuestros milenarios Juegos Olímpicos. Ya no se caen “tanto” en las carreras como antes, consiguen dar saltos y hasta lanzan, con cierta fiabilidad, la jabalina. Como en otras áreas de la tecnología, Asia fue claramente quien lideró todas las pruebas.

Tras la era del “humano aumentado” y sus tecnologías destinadas a mejorar nuestras capacidades, entramos en la era del “humanoide aumentado”, donde lo mecánico va cobrando vida y aspecto.

La nueva generación de robots chinos, con esas cabezas tan realistas, no solo se nos parece cada vez más, sino que empieza a superarnos. Ya son algo más que simples máquinas: son la metáfora de una especie futura. No serán copias, sino versiones mejoradas.

El miedo a mimetizarnos

Cada avance tecnológico de este tipo, con sus rostros parecidos a los nuestros, resulta tan admirable como inquietante. Entramos en lo que el ingeniero japonés Masahiro Mori denominó “valle inquietante”: un espacio psicológico donde convivimos con las máquinas y sentimos rechazo por su semejanza

En 1982, en la visionaria Blade Runner de Ridley Scott, un joven Harrison Ford se enfrentaba a replicantes tan parecidos a los humanos que solo un test podía distinguirlos. Era una prueba emocional, casi una prueba del algodón para detectar sentimientos auténticos y su alma.

Hoy, la realidad ha alcanzado esa ficción. Desaparecen lentamente las personas de las call centers, llegan actores virtuales a los filmes y también hay robots como la japonesa Erica o Sophia de Hong Kong, que conceden entrevistas en televisiones.

Artificracia: cuando humanos y robots deberán aprender a convivir

No construimos robots con forma humana solo por productividad o eficiencia, sino por cultura y esencia. Cegados por nuestra obsesión de alcanzar la perfección, edificamos un futuro en el que ya no estaremos solos.

Desde Pigmalión —aquel escultor que se enamoró de su estatua y la vio cobrar vida— hasta Asimov y su Robots e Imperio, el ser humano necesita verse reflejado en lo que crea. Un robot sin rostro nos inquieta; uno con ojos y sonrisa nos tranquiliza.

Cuanto más se nos parecen, más tememos que puedan algún día reemplazarnos. Esto ya no es ciencia ficción: es una realidad. El parecido que nos reconfortaba es también el que ahora nos acecha.

Amazon ya entrena robots bípedos para entregar paquetes a domicilio, decenas de empresas chinas han prescindido del 100% de su plantilla para operar con máquinas las 24 horas. Los algoritmos ya no solo buscan parejas, sino también candidatos laborales, y en Albania existen incluso ministros virtuales. ¿Qué pasará con la gestión de nuestra seguridad nacional o nuestra política?

Entramos en una era que David Vivancos denomina la Artificracia. Un tiempo en el que nuestro día a día, nuestros valores, decisiones y emociones comienzan a compartirse entre inteligencias y humanas y virtuales. Los robots salen del entorno de nuestras casas y coinciden con los seres vivos en líneas de producción, en nuestras tiendas y oficinas.

En esta nueva democracia mixta, los robots dejarán de imitarnos y empezarán a redefinirnos. Ya no necesitarán cara ni ojos, porque lo que más importará no será su semblante, sino su pensamiento. Lo inquietante no es que ellos se parezcan cada vez más a nosotros, sino que nosotros hayamos empezado, sin darnos cuenta, a parecernos a ellos.