María García (nombre adaptado) ha querido proteger su identidad por su hijo, pero sin dejar de contar su historia, la de una madre que luchó siete años contra muchos obstáculos médicos, administrativos, geográficos y económicos para sacar las fuerzas para poder serlo.

María sufrió su primer aborto en el año 2012, con treinta y tres años. Estaba en la séptima semana de gestación. Para su sorpresa, el mazazo sería doble. “Me detectaron miomas en el útero, por lo que me tuvieron que operar para extirpármelos. Mi ginecólogo me aconsejó volver a intentar un embarazo. Eso hice, pero volví a sufrir otro aborto”.
Su problema ginecológico afectó gravemente a su salud. “Estos miomas me producían muchos sangrados que terminaban muchas veces en un ingreso para transfundirme sangre o hierro. Ahí entré en una rueda de transfusiones y de operaciones, hasta que recurrí a la fecundación in vitro“.
En los programas de reproducción asistida, todos los ginecólogos a los que consultó coincidían en una cosa: en su útero quedaba descartado gestar.
Fue en la propia sanidad pública donde le dieron a conocer la gestación subrogada.
“Me llamaron de la Seguridad Social y tras analizar las pruebas concluyeron que ya no me podía quedar embarazada. Que era imposible“, recuerda. “Allí me podían aconsejar pero no ayudar, porque no estaba regulada en España. No era ilegal, sino alegal, por lo que podían atenderme con las ecografías y acompañarme en todo el proceso que yo debía realizar en el extranjero.”
Los requisitos de Ucrania
Después de cuatro años desde ese primer embarazo, María y su marido comenzaron a informarse y, a través de algunos conocidos, recurrieron finalmente a iniciar el proceso en Ucrania. Cuando llegaron a Kiev, se encontraron un país que tenía hasta el más mínimo detalle regulado por ley. “Tenías que ser una pareja heterosexual, estar casados, acreditar la imposibilidad de gestar de la mujer y aportar el semen del padre“, recuerda. Eso en cuanto a las familias que recurrían a la gestación, pero para la gestante también había requisitos al respecto. El fundamental: haber sido ya madre. “Así pretenden garantizar que si en el proceso hay algún problema, que ella no se quede sin poder concebir biológicamente”, aclara.
“Allí necesitas una agencia que es la que te va a poner en contacto con una gestante y con una clínica”, mantiene María.
Ella y su marido viajaron a Kiev donde a través de una entrevista personal eligieron a la gestante. Su historia fue determinante. “Nos explicó que ella había tenido muchos problemas para quedarse embarazada cuando se casó y que cuando dio a luz se prometió a si misma que ayudaría a otras madres que no pudieran serlo y que por esa razón estaba allí sentada”, relata María.
Volvieron a España con muchas indicaciones para comenzar el tratamiento de fertilidad, puesto que su caso médico le permitía poder aportar sus propios óvulos sin tener que recurrir a los de una ovodonación. (En ningún caso se recurre a los de la gestante)
Además, debían hacerse multitud de pruebas médicas para garantizar que ambos progenitores estaban sanos. “Radiografías, escáneres, un análisis de hormonas, un TAC, todo para demostrar que tanto mi marido como yo estábamos sanos, que no le podíamos transmitir ninguna enfermedad a la gestante“, afirma.
Una vez que cotejaron que ambos estaban sanos y que el tratamiento de fertilidad había resultado exitoso, realizaron un segundo viaje a Ucrania para la extracción de óvulos tras la cual se hacía la transferencia a la gestante. El tercero ya sería par ala ecografia 4D “de hecho fue la única que vimos, con el bebé ya formadito”, recuerda María con emoción.
La relación con Polina
Desde el primer día de embarazo la relación con la gestante, Polina, fue diaria. “Nos escribíamos cada día, nos iba mandando fotos, nos contaba como estaba“. Un vínculo decidido por ambas partes, porque hay agencias en Ucrania que no permiten esa comunicación. “Nosotros le mandábamos además un dinero de manutención, de 400 euros mensuales, para cualquier cosa que necesitase durante el embarazo, aunque ella nunca nos pidió nada”.
Días antes del nacimiento, el matrimonio español realizó el tercer viaje, a finales de diciembre, y se quedó ingresado en la maternidad donde el último mes ya estaba Polina. Carlos nació en los primeros días de enero de 2017. Cuando tenía un mes de vida, volvieron a España. “Fue muy emocionante, toda nuestra familia estaba en el aeropuerto esperándonos, con pancartas, pero también muchos nervios porque era un bebé de solo un mes“.
A pesar de lo que muchos puedan pensar, Polina y María generaron un vínculo tan estrecho que decidieron que su relación no acabaría ahí. Prometieron volver a verse en España. Así fue.
Polina viajó con su hijo y pasó quince días con ellos. “Fueron unos días preciosos“, recuerda María. Aunque hayan pasado casi ocho años desde que se conocieron, aún mantienen contacto por whatsapp. “Cuando estalló la guerra, lo primero que hicimos fue ayudarla a que viniese a España con nosotros. Para mí ella es como un familiar cercano”.
“No es un negocio”
A María y a su marido en el año 2016 los gastos de esta decisión les supusieron unos 40.000 euros, incluyendo la parte de viajes, medicación y la tarifa de la agencia, de la que aproximadamente un 25% lo recibió Polina.
Para el matrimonio era esencial rechazar agencias con prácticas con las que no estaban de acuerdo. “Hay quienes apartan a las gestantes nueve meses de sus familias, las aislan en casas, otras agencias que te hacen un precio cerrado en el que tienes posibilidades ilimitadas. Nosotros huíamos de eso“, asegura María, “nos parecía inhumano”, apunta.
En estos días en los que el debate de la gestación subrogada está más agitado que nunca, María comparte una reflexión dirigida a quienes aseguran que se utiliza a las mujeres. “Por supuesto que hay dinero de por medio, ¿Cómo no va a haberlo? Solo faltaba que la ayuda que ella me está suponiendo a mí fuese gratuita”, reflexiona.
“A mi me ha dado lo más grande que nadie podía darme. Ni con todo el oro del mundo voy a poder pagarle lo que ha hecho por nosotros”, sentencia, “pero ni es un negocio ni se utiliza ni se mercantiliza con las personas”, añade.
Las trabas burocráticas
Con el cambio de gobierno, las familias que recurren a la gestación subrogada han visto como cada vez su situación es más difícil de regularizar. “Yo cuando llegué con mi hijo tuve que iniciar un proceso de adopción, quien figuraba como padre biológico era únicamente mi marido, pero hace ocho años a mi sí me dejaron cambiar en el registro el lugar de nacimiento de Carlos para que no figurase Kiev. Eso ahora ya no se permite”, nos explica.
Ahora las trabas burocráticas pasan también por conseguir la nacionalidad española para esos niños. “Muchas familias lógicamente se echan para atrás, lo que hacen es poner palos en las ruedas”, asume María.
Hoy, rememorar todo el proceso que supuso llegar a ser madre reaviva sus recuerdos y refuerza su convicción del gran gesto de amor que aquello fue.