Los pasillos vuelven a llenarse de zapatillas que chirrían contra el suelo encerado, de mochilas cargadas, de corrillos y de abrazos nerviosos tras el verano. Septiembre trae siempre la misma postal: niños expectantes, padres apresurados y docentes con un gesto a medio camino entre la ilusión y el temor a lo que se avecina. Pero este arranque llega con una advertencia: la UNESCO alerta de que al mundo le faltan 44 millones de maestros. En España, la escasez, el desgaste y la falta de respeto social son heridas abiertas que no dejan de supurar.
La vuelta al cole es un rito colectivo. Los chats de familia se llenarán de fotos del primer día de nuestros hijos e hijas. Pero en esas imágenes no aparecerán las goteras en las aulas, las obras inacabadas o la desesperada búsqueda de sustitutos que nunca llegan a tiempo. “Empezamos siempre con falta de profesorado”, lamenta Milagros Martínez, directora del colegio público Rufino Blanco, en Madrid. “Lo ideal sería tener el equipo completo desde el 1 de septiembre, pero la realidad es otra: obras a medio hacer, limpieza deficiente y vacantes sin cubrir. Y todo con el reloj en contra, porque mañana hay que tenerlo todo listo para recibir a cientos de alumnos”.

La vocación no falta, se asfixia
La explicación fácil al déficit es culpar a la falta de vocación entre los jóvenes. Pero las maestras cuestionan ese diagnóstico. “No es que falte vocación. Lo que ocurre es que muchos docentes se queman y acaban perdiendo la que sí tenían. Llegan con ganas, con formación, con sensibilidad. Pero el aula los enfrenta a algo para lo que no siempre están preparados: sostener emocionalmente a un grupo, a las familias y a sí mismos”, afirma Silvia Giao, orientadora en la Escuela Reggio, en Madrid.

Entre la burocracia, la presión social y las exigencias desmedidas de muchas familias, la docencia deja de ser un trabajo creativo y se convierte en una carrera de resistencia. Y en esa maratón, demasiados terminan abandonado. “Lo que falta es el aire que sostenga la vocación”, insiste Giao.
El recurso más escaso: tiempo
Las estadísticas hablan de ratios, presupuestos y plantillas. Pero, además, señalan algo aún más crítico: falta tiempo. “Faltan espacios para pensar, reflexionar y coordinarse con los compañeros”, afirma Giao. Ese tiempo, sin embargo, rara vez existe. Las horas de coordinación se consumen entre papeles, reuniones de trámite y urgencias constantes. El resultado son docentes que se sienten solos en el aula, apagando fuegos sin red de seguridad. Y, como recuerda la profesora, cuando esos espacios de reflexión sí se dan, todo mejora: “Los docentes se sienten cuidados, y eso repercute directamente en los niños y las familias. Es un efecto dominó positivo”.
Entre el respeto y la queja
Si la escuela es un triángulo formado por niños, maestros y familias, uno de sus vértices cruje. El respeto hacia el profesorado ya no es el que era. “Antes se respetaba más, no solo en las casas, también socialmente. Ahora cualquiera opina sobre educación como si fuese un terreno libre, y se olvida de que los profesionales somos nosotros”, denuncia Martínez.

Giao matiza que la relación es ambivalente: “En el discurso social se dice que los maestros son fundamentales, pero luego los recursos y las políticas no lo demuestran. Eso se traduce también en las familias: cuando hay confianza, todo fluye; cuando no, surgen exigencias desbordantes que desgastan a todos”.
Ambas coinciden en la misma petición a los padres: confianza. Confianza en la institución, en los docentes y en los propios hijos. “Dejen que sus hijos se equivoquen”, pide Martínez. “La sobreprotección no ayuda a crecer”.
Lo más duro para muchos docentes es la contradicción diaria: la sociedad proclama que los maestros son esenciales, pero luego los deja mal pagados, sobrecargados de burocracia y con recursos insuficientes. “Las profesiones de cuidado no están valoradas. Se pide mucho al profesorado, pero no se le sostiene en la misma medida”, resume Giao.

A esto se suma la inestabilidad legislativa. Cada cambio de gobierno trae consigo su propia ley educativa, como si los alumnos fueran piezas de un experimento. “Necesitamos un acuerdo estable, una ley que no dependa del color político del momento”, reclama Martínez.
Septiembre, entre la ilusión y la trinchera
Pese a todo, los pasillos volverán a llenarse hoy de risas y carreras. El primer día de clase siempre trae lágrimas en la puerta, reencuentros felices y la emoción de estrenar cuadernos. Esa es la gasolina emocional que mantiene a los maestros en pie. “Cuando logramos transmitir confianza, la educación funciona. Los niños perciben de inmediato si un maestro es auténtico, y entonces el respeto es genuino”, afirma Giao.
Mientras el mundo clama por millones de profesores, los que ya están dentro luchan por no agotarse. Septiembre, con su mezcla de sonrisas infantiles y docentes exhaustos, refleja un sistema que sigue vivo gracias a la vocación, pero que no podrá sostenerse si sigue fiándolo todo a esa sola palabra.