Imaginen una escena cotidiana en tantos hogares. Esa en la que dos menores ven tranquilamente un programa de televisión infantil, en el salón de casa, en el que debería ser un espacio seguro. Alrededor se percibe cierto desorden. Nada que no pueda atribuirse a la convivencia de una familia numerosísima, con ocho menores de edades comprendidas entre los 4 y 15 años. Aunque la Guardia Civil tampoco fue indulgente en su percepción cuando entró en la vivienda. Antes de ese momento, en marzo de 2023, tendrían que producirse más episodios como el que sigue, en el que la tranquilidad del hogar la interrumpe un padre embistiendo violentamente a sus hijos: “Los llevó la cocina donde los desnudó y los golpeó con el rodillo y otros útiles mientras les advertía que ‘no sobrevivirían a ese día'”. Esta amenaza la recoge el escrito de acusación al que ha accedido Artículo14. Durante 56 páginas se relata un “clima de terror” que transcurre con encierros en el sótano, golpes con rodillos y hasta atenciones hospitalarias a lo largo de los años. Pero nadie dio la voz de alarma.

La bestia, el padre, estaba en casa, pero además era quien ejercía los cuidados de las lesiones que él mismo ocasionaba. Médico de profesión en el Gregorio Marañón, Domingo S. recurría al hospital La Paz cuando no le quedaba otra. Por ejemplo, el día que golpeó a su tercer hijo por romper un juguete y necesitó que le cosieran la herida del labio y la hemorragia en la cabeza, después de golpearlo con tal fuerza que terminó empotrado contra una barandilla. El niño tenía 5 años. Dos años antes faltó al colegio porque lo golpeó “en la cabeza con una maza”, delante de su mujer. La madre del pequeño aparece reseñada como mera espectadora en numerosas agresiones a sus hijos. “Como en otras ocasiones, observó la escena impasible”, destacan en el escrito por aquella vez en que el padre se abalanzó sobre la quinta de sus hijas. A sus cuatro años, había olvidado cerrar la boca al masticar.
“Hacedme una ‘chupaína’”
El horror no cesaba con la edad. Mutaba. “Desde su teléfono móvil reproducía secuencias de sexo hasta altas horas de la madrugada”. Las espectadoras eran sus hijas de 13 y 14 años, a las que obligaba a mirar si giraban la cabeza. El paso siguiente era representar “los vídeos guarros con él”. En concreto les pedía “chupaínas”. Todo con un fin coercitivo, el de conseguir generarlas un rechazo a cualquier relación sexual. Le obsesionaba que sus hijas se mantuvieran vírgenes, con lo que las sometía a periódicas explotaciones vaginales. Él mismo les introducía “los dedos en la cavidad vaginal mientras las llamaba putas y les exigía el nombre del ‘varón que más había desvirgado’”. No tenía ningún límite. Llegó a pedirles que le tocaran el pecho y el pubis a su madre, por encima de la ropa y sin que esta se opusiera.
La madre nunca mostró objeción alguna. Nunca protegió a sus hijos de la bestia que tenían en casa. Por eso, aunque la violencia no fue a iniciativa suya Mercedes P. se enfrenta a una petición inicial de 185 años de cárcel. Es lo que pide para ella la Comunidad de Madrid, a la espera de lo que solicite la Fiscalía y de lo que alega la defensa. Domingo, marido y padre, se enfrenta a una petición de casi tres siglos, 266 años simbólicos en su cumplimento pero que reflejan una larga cadena de hechos punibles. “Los procesados, de manera sistemática y con la voluntad de menoscabar la integridad moral de sus hijos los sometieron a actos de desprecio y humillación, aislándolos del entorno, tanto familiar como de posibles amistades”.
Entre el rodillo y el sótano
De los ocho, tres eran niños; los dos más pequeños del supuesto clan maltratado quedaban más lejos del foco paterno. Pero sobre el primero de los tres, que nació hace catorce años, en noviembre de 2011, el patriarca habría exacerbado “sus métodos, dejando un profundo terror a la figura del padre”. Sobre él descargó el rodillo hasta el punto de dejarlo con tres años tan magullado como para no ir al colegio. Aunque no siempre lograba ocultar la huella del maltrato. En dos ocasiones, en el centro escolar detectaron moretones en muñecas y dedos, así como “enrojecimiento del pene y hematoma en los glúteos”, según habría alertado la enfermera, en 2018.
El pequeño tenía seis años y no fue apartado de sus padres hasta cinco años después. ¿Qué falló? ¿Nadie denunció antes? Son las preguntas inevitables que sobrevuelan lo ocurrido durante años tras los muros de la llamada “casa de los horrores” de Colmenar Viejo, en Madrid. El chalet lo tenían alquilado y el matrimonio se mudó a un piso meses después de que les retiraran la tutela de sus hijos. Juntos, pese al proceso y la contundencia de las acusaciones, en este tiempo han solicitado infructuosamente recuperar tanto visitas como el cuidado de los más pequeños. “A los tres mayores los dan por perdidos”, revelan sottovoce fuentes cercanas al caso.
Precisamente, los mayores del clan eran sus principales víctimas, destaca el escrito de acusación de la Comunidad de Madrid. Con ellos empleó el rodillo indistintamente; si los pillaba viendo la televisión sin su permiso, cuando intentó que se culparan entre ellos para descubrir quién estaba viendo internet o al descubrir que una de sus hijas guardaba en la mochila escolar un libro que él consideró inapropiado. En esa ocasión, “mientras la golpeaba, la llamaba puta”. Otro de sus modus operandi. Como el de usar el sótano para llevar a cabo encierros de horas. Al mayor de sus hijos, al que frecuentemente usaba como cabeza de turco, lo castigó de esta forma “en un número indeterminado de ocasiones”. El encierro lo intercalaba con salidas intermitentes para que observara cómo mientras seguían jugando el resto de sus hermanos.
El garbanzo negro
Sometidos, acostumbrados a ser reprendidos de forma abrupta y agredidos sin control, los pequeños callaron durante años hasta que la segunda de sus hijas se atrevió a contarlo. Su denuncia en el juzgado recibió esta réplica demoledora de su madre: “No te perdonaré nunca lo que has hecho, eres un garbanzo negro”. La menor había hecho caso omiso de la amenaza con la que habían crecido: “Os mataré si contáis lo que pasa aquí”. Quién sabe dónde estarían de haber cumplido aún más tiempo con la dictadura del silencio impuesta por sus padres. “No te quiero volver a ver, nos has traicionado”, le espetó su progenitora, que se sentará en el banquillo de los acusados a mediados de 2026, junto a su marido. Su defensa, ejercida por Juango Ospina y Beatriz Uriarte, prepara también su relato de los hechos de cara a la siguiente fase del proceso. Hasta ahora, los acusados siempre han negado las acusaciones y las han atribuido a simples fabulaciones de unos menores resentidos, como si en el fondo se tratara del caprichoso acto retador de unos hijos en lugar del efecto rebote de un supuesto maltrato infantil.
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