La irrupción de la inteligencia artificial en la vida cotidiana de los adolescentes ha traído consigo un fenómeno inquietante: la manipulación de fotografías de compañeras para transformarlas en falsos desnudos. Un comportamiento que algunos jóvenes trivializan como una broma, pero que supone un delito y deja profundas secuelas emocionales en las víctimas.
El psicólogo y profesor Carlos Pajuelo es contundente: “Los jóvenes saben que la manipulación de imágenes es un delito y que puede entrañar un problema para las personas que aparezcan en esos contenidos manipulados”. Sin embargo, la presión por destacar y ser aceptado en el grupo empuja a muchos a traspasar límites peligrosos. “El deseo de subvertir el orden, de ser atrevidos, de hacer cosas que los puedan llevar a una especie, entre comillas, de aprobación social, les hace cruzar límites que son peligrosos”.
El gran problema es la falta de conciencia sobre las consecuencias. “No son conscientes de las repercusiones realmente legales que podría tener para ellos, porque tienden a minimizarlo. Con esta inteligencia artificial dicen: bueno, es que no es esa persona. Y con ello restan importancia al impacto legal y, desde luego, muestran muy poca empatía y muy poca capacidad de darse cuenta del impacto social y emocional que pueda tener esta actividad”, alerta Pajuelo.
Educación a contrarreloj
Desde los centros educativos se llevan años trabajando en el buen uso de las tecnologías, también en primaria. “Se hace un esfuerzo por sensibilizar a los alumnos, pero los centros educativos están sometidos a una presión enorme: además de enseñar el currículum, deben alertar sobre convivencia ética en una sociedad con muchas diversidades”.
El esfuerzo, sin embargo, no siempre alcanza el efecto esperado. “Hay que seguir insistiendo en que nuestro comportamiento en redes sociales tiene la misma importancia que la conducta que tenemos frente a frente. De todas maneras, estamos en una sociedad muy faltona, bastante irrespetuosa, y por lo tanto tampoco podemos pedirles a los alumnos lo que no ven en los mayores”.
El dominio de la inteligencia artificial entre los adolescentes es variado. Pajuelo destaca que “los alumnos que mejor conocen la inteligencia artificial son los que mejor la utilizan”. El problema surge en quienes buscan solo llamar la atención. “Muchos utilizan estas herramientas para hacer cosas que destaquen en sus redes sociales y obtener ‘likes’”.
En ese contexto, los jóvenes suelen ir por delante de los adultos, tanto en intuición como en habilidades tecnológicas. Una ventaja que, sin acompañamiento ético y crítico, puede convertirse en un arma peligrosa.
Profesores en formación
La escuela no ha permanecido al margen de esta revolución. “La inteligencia artificial ha entrado de manera meteórica en los centros educativos. El profesorado está recibiendo formación sobre todo para enseñar a los alumnos a sacar provecho de ella y no quedarse en una herramienta de copia, corta y pega. Pero es una formación que va un poco a remolque. Con la tecnología siempre nos pasa lo mismo: cuando nos queremos dar cuenta, ya vamos tarde”.
Aun así, existen materias específicas que abordan estos temas, como “Digitalización” en cuarto de la ESO, “Educación en valores cívicos y éticos” en segundo o la optativa de inteligencia artificial en primero de bachillerato. Además, se trabajan de manera habitual cuestiones como el uso responsable de las redes sociales, la prevención del acoso y la importancia de la privacidad.
El debate sobre la inteligencia artificial en manos de los más jóvenes es, en realidad, un reflejo de nuestra propia sociedad. Los adolescentes aprenden de lo que ven y reproducen patrones que muchas veces no nacen en las aulas, sino fuera de ellas. Como advierte Pajuelo, “tampoco podemos pedirles a los alumnos lo que no ven en los mayores”.
El reto, entonces, no es solo técnico, sino profundamente humano: enseñar a convivir con una herramienta poderosa que puede ser usada para crear o para dañar. Porque lo que para algunos adolescentes puede ser un juego de un par de clics, para las víctimas supone una herida difícil de borrar.
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