Tras sorprender en 2023 con el lanzamiento de su primera novela, La Sangre del Padre, Alfonso Goizueta lanza su nuevo libro. La publicación viene cargada de expectación: hablamos del finalista más joven en la historia del Premio Planeta. El escritor, especializado en novela histórica, nos traslada al siglo XIX con El Sueño de Troya para narrar la aventura que supuso el descubrimiento de las ruinas de la mítica ciudad griega. Pero la novela no es solo eso. El novelista madrileño reflexiona sobre la Historia, sobre cómo está necesariamente alterada por nuestras vivencias y cómo eso hace de nuestra memoria un agente constructor de historias. En la que según él es su novela más personal, también tiene espacio para sincerarse sobre su relación con la escritura, para hablar de obsesión, y de uno de sus temas favoritos, la fuerza irresistible del destino. La novela ya ha llegado a los estantes de las librerías de todo el país.
¿Cómo acaba un estudiante de Historia y Relaciones Internacionales siendo novelista?
Yo creo que uno tiene un novelista dentro, y no lo puede resistir. Cada día me considero menos historiador. La historia historiográfica, en ese sentido, en el plano más académico, dedicarme profundamente a ella desde el punto de vista científico, cada vez va quedando más atrás y forma casi parte de una vida anterior, sobre todo en tanto que a mí lo que verdaderamente me mueve es la literatura y la novela. Nunca sabía si iba verdaderamente a salir de una manera profesional, pero yo siempre sabía que iba a escribir novelas.

Con tu anterior novela fuiste el finalista más joven de la historia del Premio Planeta, ¿Cómo se encara después de eso una segunda novela? ¿Sentiste presión?
Sí, hay presión. Pero no es que nadie te la ejerza, es una presión más ambiental de uno mismo. Yo venía de un mundo donde jamás pensé que mis novelas fueran a ser leídas, ni que las fuera a publicar una editorial grande. La Sangre del Padre, además, tuvo muy buena acogida entre los lectores, mucho más de lo que yo jamás pensé, de lo que pensó nadie, la verdad. Y de repente, la expectativa está alta y quieres seguir en esto y hay una parte de ti que te dice, “¿escribiré una buena novela?, ¿gustará o no gustará?”, siempre está ese rumrum en la cabeza. Pero al final, yo creo que como todos los trabajos, llega un momento donde tienes que simplemente recordarte a ti mismo por qué lo estás haciendo y tirar.
En el prólogo, cuentas que es una novela muy personal para ti, que requirió, cito, “excavar en las ruinas que hay en mi interior”. ¿Cómo ha sido el proceso de escritura?
Esta novela me ha obsesionado durante mucho tiempo porque no salió de manera fácil ni fluida. Es una novela que escribí cinco veces, en cinco ocasiones la escribí de principio a fin, desechando muchas versiones, luego reciclando partes en versiones siguientes… Y verdaderamente es una novela que durante muchos momentos muy sombríos me hizo pensar y decir, pero yo, ¿Qué estoy escribiendo? ¿Qué historia quiero contar? ¿Qué quiero escribir en general en la vida? ¿Qué tipo de escritor quiero ser? Al principio yo quería escribir una novela comercial, una novela sencilla, donde hubiera un protagonista heroico inconfundible, pero esas ideas se me iban pudriendo en la cabeza, no me interesaban nada. Me daba cuenta de que lo que yo estaba escribiendo no obedecía a los motivos por los que yo quería escribir. Puede que al principio adoleciera de más presión circunstancial por el premio, y entonces sí me venía un poco a decir, “para, vuelve al escritor anterior al premio, vuelve al escritor anterior al éxito para acordarte de qué es lo que te gusta escribir a ti y qué es lo que necesitas escribir”. Diría que cualquier pasión en la vida no se revela como pasión a menos que te hayas peleado con ella.

Precisamente, en la novela hay temáticas que tienen que ver con cómo la pasión, la obsesión y el destino mueve a los personajes, ¿Cómo lo has abordado y qué tienen estos temas que te interesen tanto?
Creo que es una historia muy humana, tiene por un lado esa pasión, que es la parte bonita, por así decirlo, de cuando algo te mueve a seguir el sueño que tienes desde niño. Pero también se tiene el reverso oscuro de la obsesión, casi de la monomanía. Los propios personajes, cada uno lo representa de una manera. También hay algo de mí. Recuerdo momentos en los que pensé en abandonar esta novela, pero sabía que no podía, había algo dentro de mí que decía “no la puedo dejar”.
Una cosa que está desde la primera página de la novela es cómo hablar sobre el pasado de uno es hablar sin poder verlo de manera histórica, tal cual como pasó, sino que los propios recuerdos alteran lo que has vivido.
Sí, totalmente. La novela, de hecho, empieza con una frase de Borges que dice que uno tiene el deber de inventarse su vida. Esta es una novela donde la invención, la realidad, el recuerdo, lo que uno pone de su propia imaginación o lo que simplemente el tiempo le hace olvidar es todo parte de ese mismo juego. Aquí está todo adulterado por la experiencia humana porque no se sabe exactamente qué es lo que se fue a encontrar Schliemann, el arqueólogo protagonista. Hay tantas versiones encontradas contradictorias de lo que sucedió que a mí me parecía que la única forma sincera de contar esta historia era mintiendo a través de los personajes.
Esa manera de conectar ficción y realidad, parece convertir a la novela en un homenaje a la propia literatura, al hecho de contar, ¿lo hiciste de manera consciente?
Sí, de forma consciente pero también porque estaba saliendo de forma inconsciente. Yo me di cuenta de que estaba escribiendo una historia sobre escritores. Los protagonistas son arqueólogos, pero no dejan de ser gente que cuenta historias, que narra distintas versiones de la realidad a fin de que esta refleje cosas que ellos quieren. Son personajes que están contando mentiras, que están contando cuentos, que están contando historias y, sin embargo, eso está reflejando una realidad mucho más oscura de lo que jamás se habría podido contar en cualquier ensayo que fuera totalmente verídico. Al final aquí estamos hablando de la obsesión por encontrar un significado a la vida.

El personaje de Sofía Schliemann históricamente había sido relegada a la “mujer de” pero en realidad su papel fue esencial en las excavaciones y la conservación del tesoro. ¿Cómo querías abordar esa mirada femenina y que te interesaba rescatar de su figura desde una perspectiva contemporánea?
Sofía Schliemann es una mujer desgraciada, porque con ella sucede un destino verdaderamente cruel, que es que su marido la condena a ser en la ficción lo que no le ha dejado ser en la realidad. Sofía, que tiene 18 años, se enamora de este hombre porque hablan de Homero y de arqueología y parece que hubo un cariño genuino entre ellos. Luego se da cuenta de que su marido es una persona obsesiva que no le está dando todo el sitio que ella esperaba. El mundo pensó que había sido una arqueóloga estupenda y que su marido le había ayudado, pero la realidad es mucho más triste, muy frustrante. Para mí en la novela Sofía representa el desencanto de una niña con sueños a la que, de repente, la realidad le da una bocetada. Eso fue lo que me llamó de ella. Contar la frustración de esa mujer que también, yo creo, representa la frustración de muchas mujeres.
¿Por qué siempre volvemos a esos mitos fundacionales y qué papel, qué responsabilidad crees que tienes tú como novelista a la hora de abordarlo?
Yo vuelvo a esos mitos por lo que volvemos todos, porque son mitos que nos explican y nos fascinan porque nos vemos reflejados en ellos. Y también por algo que les sucede a los personajes, porque un mundo mágico, un mundo mitológico, un mundo donde pueda haber honor y aventura y heroísmo, es más atractivo que un mundo donde te asomas al vacío. Y eso es lo que les sucede a los personajes, están deseando que la troya que van buscando sea la de Homero, porque si no lo es, ¿Qué significa todo esto? ¿Por qué estamos creyendo en un mito? ¿Por qué estamos creyendo en una fantasía? Es esa necesidad de contarse una historia para darse un significado.