El primer spoiler de este artículo está en el titular: C. Tangana quiere volver a hacer música. El segundo, y realmente más importante –pues a nadie termina de sorprender que Pucho quiera volver a explotar aquello para lo que parece que nació, juntar melodías y palabras–, es que La guitarra flamenca de Yerai Cortés no es una película sobre flamenco. Ni sobre música. Es, como dice su protagonista, sobre “una pena”.
La pena que el guitarrista lleva dentro la mantendremos en secreto; Antón Álvarez la conoció, la custodió, la acunó y decidió sanar las heridas que había ido infligiendo en el alma de su amigo a través de una película. ¿O es un documental? No, él lo tiene claro: es una película de no ficción. “Conocí a Yerai en una fiesta y me quedé impresionado por cómo tocaba, pero sobre todo por su personalidad. Es alguien que puede juntarse tanto conmigo como con los puristas del flamenco. Esa cualidad me llamó mucho la atención”.
Gitano, flamenco, moderno: un conflicto identitario
Era una promesa que C. Tangana había hecho cuando presentó su propio documental, Una ambición desmedida. Si se atrevía a dirigir, sería para hablar de Yerai. Y mientras todos esperábamos sumergirnos en el flamenco, en la primera vez que al alicantino le pusieron una guitarra española en las manos y en su trayectoria en tablaos como tablaos Las Carboneras, Villa Rosa, Casa Patas o el Corral de la Morería, C. Tangana nos sorprende con una reflexión sobre la identidad. “Yo he tenido un problema con mi identidad toda mi vida. Cuando trabajo con modernos, me llegan mensajes de mis amigos, avisándome de que por ahí no. Yo soy flamenco, soy gitano. Soy esto. Pero quiero lo que no tengo. Y cuando vuelvo a mi casa, aunque vuelva con otras pintas, quiero que me reconozcan. Quiero que me quieran”.
Yerai Cortés es puro, es tierno. Es un gitano con una garra muy matizada; no es impositivo, en parte porque se fue a Madrid “con la Tania”, que también se dedica a la música. Aquella novia paya con la que se mudó a la gran ciudad le separó, por su propio camino personal, de sus amistades previas, y a la vez le hizo vivirlas más de verdad, más a fondo que nunca. En la pena que arrastra el guitarrista Tania tiene un peso, o un contrapeso en realidad: el de ser afecto seguro mientras él consigue explorarla. Ella le toma de la mano a lo largo de esas curvas, pero se hace valer: sabe cuál es su lugar.
“Nosotros somos muy tóxicos. Queremos hacer cosas pero no queremos que las mujeres las hagan”. El machismo de las dinámicas gitanas sale también a la luz en la película sin tapujos: los amigos de Yerai Cortés no entienden, en primer lugar, que eligiera a una paya; en segundo, que ella exija igualdad tanto dentro como fuera de casa; en tercero, que las mujeres tengan amistades masculinas, que salgan a bailar, que se diviertan, que hagan su vida. Yerai, y a través de la cámara, Antón Álvarez, son honestos al reflejar este conflicto, el de vivir entre dos mundos.
“Enhorabuena porque estáis en un preestreno antes de mi propio preestreno. Estoy encantado de que la gente venga a ver esta película al cine”. Es el propio C. Tangana el que habla a un pequeño grupo de elegidos que han acudido al “pre-preestreno” en los Cines Verdi de Madrid. Llega justo de tiempo, pero viene con ganas de hablar, aunque está “completamente agotado”. “Cuanto más cansado estoy, más chapas pego”, dice. Por debajo (o por encima, como un escudo) de todas esas capas de arrojo y chulería tan madrileña hay una verdad: se siente agradecido de que estemos aquí, con él, dispuestos a ver lo que quiere mostrarnos.
“Es un sueño hecho realidad haber terminado una película, y es una pena, ahora que os veo a todos con los móviles, que sea una pantalla pequeña. Es maravilloso cómo el cine se ha convertido en esto… Antes parecía que era el entretenimiento absoluto. En su momento era una especie de lo que luego hemos llamado la caja tonta con la tele. Parecía que mucha gente hablaba del cine en sus orígenes como el circo, como esta especie de entretenimiento. ¡Cómo ha cambiado! El cine se ha convertido en una oportunidad para prácticamente ser revolucionario con tu estilo de vida. ¿Qué te mantiene durante una hora y media quieto, sin mirar el móvil, pendiente de un solo hilo conductor? Ya abrir un libro es una locura… una cosa prehistórica. Pero me empieza a parecer revolucionario con el estilo de vida que llevamos que la gente se siente a atender una sola cosa”.
Un relevo generacional
C. Tangana acostumbra a hablar sobre el cambio generacional, sobre cómo ha crecido él y su entorno y cómo han cambiado las formas en las que nos relacionamos con la cultura. “Mi generación es una transición, pero la gente más joven que yo está acostumbrada a escuchar la música siempre reproducida. Pero para mi abuelo lo normal era que fuera producida en el momento: la gente tocaba, la gente cantaba, había instrumentos, y así se hacía la música. Creo que hay algo de la música en directo, y hay muchos fenómenos contemporáneos que son una buena prueba de ello, como el concepto del tiny desk (y acaba de volver a pasar con Ca7riel y Paco Amoroso): los músicos vuelven a tener un boom porque los escuchamos tocar en directo. Estamos hartos de ver videoclips y música plana, y hay algo de la música en directo que vuelve a ser sugerente”.
Por eso él quiso lanzarse a hacer una película en la que la música se viviera desde otro lugar: uno está allí, en la plaza Argel de Alicante, en la que Yerai Cortés tocaba de pequeño y en la que junta a sus series queridos (incluidos sus padres, que llevan años sin verse ni hablarse) y a La Tana & El Remache, tocando palmas, zapateando, golpeándose el pecho con ellos. “Estas letras las escribí para mis padres y ojalá ‘el tiempo ponga cada cosa en su lugar’, como dice el tema”, dice el guitarrista, que también incluye a “una pila gitanos de la Virgen del Remedio”.
También se sitúa el espectador en el campo en el que montan una juerga con su tío Antonio, su primo ‘El Gordo’, su primo Juanma y su Jose de Mode, con Rubén Amador al organillo y su familia de Málaga a las palmas. “El acceso que le hemos dado a la música en mi película es distinto: no vas a escuchar la música como si fuera un videoclip, que es lo que todo el mundo puede esperar de C. Tangana. La vas a escuchar como si estuvieras ahí dentro, y hay a quien incluso le molesta, porque obliga a escuchar la música desde el punto de vista de la cámara, de tal forma que el espectador es un agente activo, aunque no decida nada. La música varía en función de dónde está la cámara”, explica Pucho.
“La música en directo, la música orgánica, tiene un punto de fascinación, por lo acostumbrados que estamos a que todo esté reproducido y no haya nada real en nada. Estamos acostumbrados al reguetón y a los videoclips… aunque en realidad yo soy plenamente partícipe de esto, así que no sé de qué me quejo”, se autocritica y autoparodia Antón Álvarez, que es quizá el artista más sincero y que más expone sus incongruencias del panorama artístico español actual.
“Soy un culo inquieto”
La pregunta se repite constantemente desde que acabó la gira de El Madrileño, un gran disco y una de las mejores giras que ha hecho un artista en la historia de los conciertos. ¿Volverá Puchito a hacer música? “Es verdad que el proceso de hacer una película me acerca un poco más a hacer música, porque llevo mucho tiempo inmerso en esto, y como soy un culo inquieto y además me aburro rápido, y si estoy mucho tiempo en un mismo sitio pierdo la inspiración, hay algo de hacer la película que me lleva a querer volver a hacer música. También haberla grabado de forma distinta, haberla rodado de forma distinta, me da ideas para cosas mías. Pero de momento… no tengo ningún tema”.
Mientras decide si sigue en esto del cine o vuelve a la música, o si (Dios lo quiera) se convierte en el artista total que está llamado a ser y combina todas las artes, explica cómo no ha sido nada fácil introducirse en “el séptimo arte”, una expresión que, reconoce, le disgusta. “Para mí lo más difícil ha sido dominar la estructura narrativa: que una cosa lleve a otra y que todo se desenvuelva con un cierto ritmo, con una lógica parecida a una canción o a un discurso; que se entienda, saber contar la historia. Para mí ha sido muy difícil y me ha traído de cabeza. Normalmente eso se hace en guion, pero en este caso el guion iba después de las pruebas que hacíamos en montaje. La estructura narrativa la hemos construido en montaje, y ha sido difícil que la historia se mantenga, que no diga vaguedades o se vaya por las ramas”.
Efectivamente, es algo que se puede percibir en La guitarra flamenca de Yerai Cortés: la pena que sus protagonistas quieren contarnos se descubre hacia el final del metraje, y aunque tiene cierto golpe efectista, no ha sido capaz de sostener esa tensión narrativa entre calles y plazas, palmas y guitarras, conversaciones y movimientos temblorosos de cámara. En sí, profundidad y trascendencia suplen cualquier tipo de altibajo en el guion, pero no en vano Pucho duda de la estructura narrativa del largometraje. Los secretos que esconde la familia de Yerai Cortés revolotean alrededor de dos monstruos escénicos: sus padres, María Merino de Paz y Miguel Cortés, conocido por su nombre artístico, Maikel Nay.
“Poder contar mi historia a través de los ojos de este hombre ha sido como una terapia. Ha sido sanador, para mí y para los míos. En general para todos, porque ha sido enfrentarnos a cosas nuevas, que no sabíamos cómo eran. Una cosa que representa a Antón es que está vivo todo el rato, nunca se encasilla”, explicaba en la presentación de la película el músico alicantino, que ha depositado su vida y su imagen en manos de C. Tangana.
Los referentes: de Saura a Josefina Molina
“Siendo honestos, son muy pocas las referencias que he manejado para esta película. Cuando se habla de referencias normalmente todo el mundo piensa en la dirección de fotografía más que en otra cosa. He intentado que sea una película de no ficción, y esto es importante: hoy se llama documental a muchas cosas, pero para mí hay un punto que diferencia un reportaje, un documento que te informa, de una película, que trata de ser una experiencia estética en sí misma por lo que te cuenta y por cómo te lo cuenta: hay una intención que es la misma cuando haces una canción que cuando haces una película de ficción. Eso es lo que yo he intentado, ‘meterte en el cuento’ y me he fijado en toda una tradición de documentales que intentan eso: no son documentales informativos, sino que están haciendo una película utilizando cosas que suceden en la vida”, explica Antón Álvarez, para quien es importante delimitar el género cinematográfico de su primera obra.
“He leído un artículo de Frankie Pizá, que sabe mucho de música pero no tanto de cine, que dice que hay una obsesión de los artistas de sacar documentales cuando todavía no tienen carrera para hacerlo, como si el documental fuera un género que simplemente sirviese para que cuando alguien esté a punto de palmar le demos su crédito y contemos todo lo que ha hecho. Creo que la no ficción no tiene por qué ser eso, no tiene por qué ser informativo. En ese sentido, hay un documental que me encanta, al que por supuesto no he llegado, pero en el que me he inspirado: Honeyland. Es una historia muy real, en la que no hay nada impuesto; a mí me hubiera gustado tener esa fotografía y contar todas esas historias sin palabras, pero no he llegado”.
Las referencias de C. Tangana son legendarias, y probablemente vayan mucho más allá de la relación verbal que pueda hacer de ellas, pero merece la pena interrogarle sobre su imaginario y su universo creativo. “A nivel de fotografía, hay dos referencias claras: una es una ‘referencia inversa’, es decir, no intentar hacer lo que ya hizo Saura, con los mismos materiales y con un perfil muy parecido. La otra es un programa de TVE que es muy didáctico, Rito y geografía del cante, de los años 70, que es una barbaridad como documento. Prácticamente he calcado todo de ahí; como es de dominio público y lo han hecho con los impuestos de todos, es la copia más legal que se ha hecho nunca. Y por eso no me importa decirlo”.
“Cuando ya he visto la película, otras personas me han hablado de otras películas de las que yo no tenía ni idea. Me dicen: ‘Cómo se nota esta influencia, esta referencia’, y entonces yo las incluyo como si fueran mías. Una es Función de noche, una película que se ha convertido en una de mis favoritas y que se parece muchísimo, y la otra es El desencanto, un género de no ficción donde no es tan importante la acción como la historia, los personajes, las cosas que les suceden, las emociones”. Da igual lo que haga, porque tiene una visión sobrenatural que no tiene nada que ver con “lo que copia”, sino con lo que mira, con lo que respira, con lo que vive. “Buena chapa os acabo de soltar”. Gracias a Dios, Pucho.