¿Es el Nobel de Literatura un premio ‘woke’?

Para algunos críticos conservadores, prevalecen criterios que no tienen que ver con lo literario, devaluando así el prestigio del premio

Nobel woke

Es el evento literario del año. Los libreros se frotan las manos, las editoriales revisan bien sus catálogos y los lectores hacen sus quinielas. Hay hasta quien lo celebra como si fuera un gol de su equipo, o como si le hubiese tocado el gordo de Navidad. El Nobel de Literatura es algo más que un premio literario, es la consagración de una carrera, el reconocimiento a un autor desconocido, o el descubrimiento de una nueva obra maestra. Pero también es un premio cuyas implicaciones políticas, sociales y circunstanciales van más allá de la literatura.

En este sentido, el Premio Nobel no deja de ser un termómetro capaz de medir ya no solo el espíritu moral e intelectual de cada época, sino también una forma de señalar la tendencia y los sesgos que una institución con el calado internacional de la Academia Sueca demuestra a la hora de subrayar las voces que deben ser escuchadas.

Una vez que el canon literario occidental ha volado por los aires, cada vez resulta más complicado acertar con las previsiones sobre quién lo merecerá. Algo que se vio el año pasado con Han Kang, probablemente una de las nobeles menos predecibles de la historia. Nobel hombre y nobel mujer, un nobel occidental y uno no occidental, como si de un simple juego de simetría se tratase, las quinielas cada vez más centran más sus baremos en cuestiones de género o raza para especular sobre el ganador o ganadora. Por eso cabe preguntarse, ¿hasta qué punto puede influir todo esto en el galardón por excelencia de la literatura?

Han Kang - Cultura
La novelista Han Kang, Premio Nobel de Literatura 2024
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El Nobel, un premio “eminentemente literario”

La Academia sueca defiende que se trata de un premio “eminentemente literario”. Seis miembros de esta institución forman el jurado, que cambia cada tres años, y que actualmente preside Anders Olsson, de 76 años. Ellen Matsson, Anne Swärd, Steve Sem-Sandberg, Anna-Karin Palm, y Mats Malm, que actúa como secretario, son quienes han votado este 2025, manteniendo una paridad en el jurado que se ha visto reflejada en la lista de premiados de la última década, cinco mujeres y cinco hombres, intercalados por estricto orden de género.

Aunque el Premio Nobel de Literatura se falla cada año en octubre, el proceso dura casi un año, con invitaciones a nominadores, entrega de candidaturas, estudio y reducción a cinco candidatos (de entre 150 y 250 nominaciones recibidas), lectura detallada por los académicos y votación final donde un candidato debe obtener mayoría absoluta. Las discusiones y votaciones son secretas, para promover la imparcialidad y evitar influencias externas.

Desde el pasado junio y hasta fin de agosto, el jurado y sus asesores han leído obras de la selección de candidatos y las deliberaciones arrancaron en septiembre. Sin embargo, las notas de sus discusiones no se harán públicas hasta dentro de 50 años, tal y como mandan las normas. Es por eso que hoy sabemos que en 1926 Concha Espina estuvo a un voto de ganar el Nobel, o que la primera corresponsal de guerra española, Sofía Casanova, estuvo nominada un año antes.

Algunas de las escritoras que suenan para recibir el Premio Nobel de Literatura 2025

Política y literatura en la historia del Nobel

Lo sabía Sartre, que lo rechazó voluntariamente alegando que no quería ser “institucionalizado” ni representado por ninguna autoridad. El Premio Nobel también es política, y así se puede deducir revisando algunos de los premiados con más renombre del último siglo, siendo la Guerra Fría y el enfrentamiento entre bloques una de las temáticas decisivas en varios de sus ganadores.

Lo fue para Boris Pasternak en 1958, el autor ruso fue premiado por Doctor Zhivago, novela que fue prohibida en la URSS por su crítica implícita al régimen soviético. Obra que la CIA distribuyó de forma clandestina. Aunque Pasternak aceptó inicialmente el galardón, el gobierno soviético obligó a este a rechazarlo, cosa que terminó ocurriendo por una carta del propio Pasternak a la Academia sueca en la que argumentaba que “no podía separarse de su país”.

El escritor ruso Boris Pasternak
El escritor ruso Boris Pasternak

Otro escritor ruso que no pudo viajar a Estocolmo a recoger el premio por temor a las represalias fue Aleksandr Solzhenitsyn en 1970, autor de Archipiélago Gulag. Fue expulsado de la URSS cuatro años más tarde y el Kremlin calificó el Nobel de “acto político hostil”. Uno de los ejemplos más recientes fue el de la bielorrusa Svetlana Alexièvich en 2015, voz crítica contra la “histeria militarista” rusa tras la caída de la URSS, cuyo Premio Nobel coincidió con la invasión de Crimea en 2014.

La geopolítica siempre estuvo muy presente. Así es cómo el Nobel de Literatura ha sido también una herramienta histórica para legitimar culturas o países históricamente subyugados. Lo fue para una Irlanda recién independizada y el Nobel de William Butler Yeats en 1923, o para Polonia en 1980 con Czesław Miłosz, premiado poco después de fundarse el sindicato Solidaridad.

Aunque también ha habido algún caso de arrepentimiento, precisamente por cuestiones políticas, como el del austríaco Peter Handke en 2019. Considerado el Nobel literario más polémico por su apoyo a Serbia durante la guerra de los Balcanes en los 90, su elección generó protestas y críticas masivas, organizaciones literarias y exministros consideraron el premio un acto “innoble y vergonzoso”.

El giro ‘woke’ en números: ¿discriminación positiva o justicia histórica?

Sin embargo, los tiempos cambian y también los cánones. Si el siglo XX estuvo marcado por el humanismo clásico, el existencialismo, la denuncia de los totalitarismos o la lucha por la libertad, el siglo XXI ha sido el siglo de la descentralización cultural, el aperturismo global y el fin de los bloques, pero también el del feminismo, la memoria, o la revisión colonialista.

Con estos temas encima de la mesa, la Academia sueca ha buscado diversificar idiomas, géneros y regiones. Corregir sus deficiencias históricas con respecto a las mujeres y las culturas minoritarias o de extrarradio. Para algunos críticos conservadores, esta deriva se debe a una “agenda política” o “woke”, en la que prevalecen criterios que no tienen que ver con lo literario, devaluando así el prestigio del premio.

Para otros, representa una corrección histórica necesaria, ya que entre 1901 y 2025, cerca del 80% de los premiados han sido hombres y alrededor del 80% de los laureados en el siglo XX y cerca del 66% en el siglo XXI han sido occidentales (Europa Occidental, Estados Unidos o Canadá). Esto quiere decir que de los 117 premios Nobel que se han repartido, solamente 18 han sido mujeres y una veintena de ellos han nacido en países no occidentales. A estas reveladoras cifras hay que sumar el escándalo sexual de 2018, que provocó una grave crisis en la institución tras la dimisión de tres académicos y las acusaciones de filtraciones.

La cuestión ahora es si la Academia sueca tiene demasiada prisa por corregir esta sonrojante fama, ponderando según origen o género, o bien sigue manteniendo unos criterios “eminentemente literarios” y realmente han sido capaces de mudar a una versión más abierta y diversa. Sus últimas decisiones ofrecen argumentos para unos y para otros.

El experimento de Bob Dylan en 2016, la inclusión de voces de marcado tono feminista como Olga Tokarczuk en 2018 o Annie Ernaux en 2022, la polémica con Peter Handke en 2019, la reciente apuesta por la literatura surcoreana en Han Kang (2024), o el aparente continuismo euroccidental con Jon Fosse en 2023. Decisiones que demuestran que la Academia sueca no es ajena a la lupa mediática que la observa, ni a las cuestiones extraliterarias que ayudan a decidir quién lo merece y quién no.

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