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Florence Welch reivindica la “histeria femenina” en ‘Everybody Scream’

Una invocación ritual, una entrega visceral y una celebración de lo femenino en su estado más crudo marcan el regreso de Florence + The Machine con su sexto álbum, que promete ser un grito colectivo hacia la catarsis.

Florence Welch reivindica la “histeria femenina” en ‘Everybody Scream’
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kiloycuarto

Florence Welch emerge de nuevo como sacerdotisa del pop dramático con Everybody Scream, un álbum que se platea como retorno al exceso ritual y que llega este Halloween —31 de octubre— arropado por el simbolismo, lo oculto y la potencia teatral que han definido gran parte de su discografía. El adelanto del tema que da título al álbum, acompañado por un poderoso videoclip dirigido por Autumn de Wilde, ofrece la primera sacudida: Welch vestida de rojo sangre, excavando la tierra y liberando un grito primigenio que resuena como un llamado ancestral.

Según Rolling Stone, el videoclip induce una atmósfera de horror folk, evocando brujería y liberación emocional, mientras la artista encarna a una figura casi luciferina que desafía silencios y expectativas. Pitchfork destaca que Welch trabajó durante dos años junto a colaboradores como Mark Bowen (de IDLES), Aaron Dessner (The National) y Mitski, lo que refuerza la intimidad y densidad colectiva de este proyecto

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Desde la prensa especializada surge una interpretación que aúna lo visceral y lo consciente: “un incantation oscura”, describe When The Horn Blows, en la que los coros devienen en un trance crudo, un abuso emocional donde la artista se despoja y se reencarna como acto performativo. Se trata de un acto de “catharsis ritual” que transforma la “histeria” en arte sanador; una celebración en rojo de esa fuerza contenida que es la histeria femenina elevada al trance colectivo.

Histeria femenina como ritual de poder

A lo largo de su carrera, Florence Welch ya había transitado por distintas formas de exorcismo emocional: desde los cánticos épicos de Ceremonials hasta la confesión desnuda de High as Hope; desde el desorden escapista de Dance Fever hasta este nuevo retorno al ritual colectivo. Everybody Scream se presenta como la culminación de esa trayectoria: una invitación abierta a compartir, gritar y purificar lo reprimido.

El título mismo —“Todos gritan”— propone un grito que no es solo suyo, sino de todos quienes se sienten atrapados en silencios, expectativas o normas sociales que coartan la expresión más libre y salvaje. Es una reivindicación de la histeria —una palabra cargada de estigma— como fuerza performativa, como motor de creación colectiva. Celebrar lo visceral, lo místico, lo ritualista, como si ese grito fuera una forma de magia íntima, poderosa y feminista.

La teatralidad como arma

Desde los primeros acordes etéreos que escalan a convulsiones sonoras quebradas, Everybody Scream propone una experiencia sonora que es casi un hechizo: lo teológico, lo teatral y lo visceral convergen para transformar el pop en ceremonia. Florence canta e invoca. Y lo hace desde un cuerpo que ha sobrevivido y ha sanado —tras una cirugía vital en la gira de Dance Fever—, y que hoy retorna con una mirada redimida.

La letra —“Blood on the stage / But how can I leave you when you’re screaming my name?”— revela un ciclo de colapso y alzamiento, de entrega total al performance, de amor violento hacia ese público que exige entrega y resuena como una encarnación colectiva. Es un loop de sacrificio creativo, agotamiento físico y resurrección emocional. Florence sostiene esa tensión con la firmeza de una bruja moderna que sabe que el arte verdadero exige cuerpo.

Everybody Scream emerge como una obra que fusiona lo contemporáneo —sangre, escenario, fans— con lo ancestral —ritual, tierra, exorcismo—. Es un puente entre el cuerpo femenino erigido como instrumento y el altar colectivo de la catarsis sonora. Florence abre un camino que transita entre lo teológico y lo humano, con el grito como protesta, ceremonia y sanación. Así, la histeria ya no es patología: es transformación, rabia convertida en canto. Y Florence Welch, una vez más, se alza como intérprete de esos umbrales donde lo terrenal se convierte en lo sagrado.

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