La eterna guerra de los sexos

'La guerra de los Rose' de Warren Adler nos recuerda que el eterno conflicto entre los sexos en materia de primera para la mejor ficción

'Los Rose', la nueva adaptación de la novela, protagonizada por Benedict Cumberbatch y Olivia Colman
'Los Rose', la nueva adaptación de la novela, protagonizada por Benedict Cumberbatch y Olivia Colman

La publicación en castellano de La guerra de los Rose (Seix Barral), del humorista y escritor judío neoyorquino Warren Adler, en excelente traducción de Javier Calvo, viene a rellenar un importante hueco en nuestro panorama editorial, donde faltaba este clásico moderno, llevado dos veces a la pantalla. Precisamente no hace mucho se estrenaba la segunda versión del mismo: Los Rose, dirigida por Jay Roach, que pese a unos brillantes Olivia Colman y Benedict Cumberbatch y algún buen momento, no resiste comparación con la versión original firmada por Danny DeVito en 1989, con unos inolvidables Michael Douglas y Kathleen Turner en auténtico estado de gracia o, más bien, de desgracia.

Esta cruel historia de un matrimonio aparentemente feliz, perfecta pareja americana de clase media alta, compuesta por un marido abogado y un ama de casa ideal, además de dos hijos crecidos y bien educados, que se viene abajo de repente, resquebrajándose y dejando que a través de las grietas de su crisis surjan los más negros monstruos de resentimiento, frustración, desamor y codicia, llevando a ambos cónyuges a la obsesión, la locura y un final trágico desopilante, se ha convertido en auténtico epítome del fracaso del mito del amor para toda la vida.

Portada de la primera edición española de La guerra de los Rose (Seix Barral)
Portada de la primera edición española de La guerra de los Rose (Seix Barral)

Comedia negra anti-romántica por excelencia, si el filme de 1989 hacía que la risa se te quedara congelada a veces en el rostro, ante la avalancha de violencia y rabia que destilaban los Rose, la naturaleza cinematográfica de su humor grotesco, lleno de gags dignos del slapstick, hacía más llevadera su esencia intrínsecamente despiadada. Por el contrario, la novela, sin dejar de tener momentos divertidos, resulta mucho más dura. Una auténtica historia de terror moderno, urbano y muy humano, que no necesita vampiros ni licántropos, pues los monstruos somos nosotros, llevando hasta sus últimas consecuencias ese odio implacable que a menudo sustituye al amor más entregado cuando llega la ruptura. Sobre todo, si la ruptura supone divorcio y división de propiedades (hijos incluidos, reducidos también a meras posesiones).

Warren Adler sigue la desintegración de los Rose paso a paso, mostrando su descenso a la locura, motivado por la negativa de ambos a abandonar la casa de sus sueños, aunque se convierta en la de sus pesadillas. Símbolo de triunfo, de escalada social y éxito, ni Jonathan ni Barbara se pliegan a dejarla en manos del otro, convirtiéndola en un campo de batalla lleno de trampas, cuyas primeras y últimas víctimas serán ellos.

Kathleen Turner y Michael Douglas en la orginal y superior La guerra de los Rose (1989).
Kathleen Turner y Michael Douglas en la orginal y superior La guerra de los Rose (1989).

Porque el meollo de La guerra de los Rose no es sólo el fin del amor, sino cómo las posesiones materiales se posesionan de sus dueños, hasta transformarse en su única seña de identidad. La casa de los Rose, elegante, moderna, llena de antigüedades, con su bodega de vinos exquisitos, su cocina perfecta y su garaje-taller, refugio masculino ideal, es un nuevo avatar de la Casa Usher de Poe. El reflejo orgánico de la descomposición moral de sus dueños, de la que es tanto motor como consecuencia. La tragicomedia de Adler se convierte en todo un thriller urbano, paranoico y desquiciado, cercano al Ira Levin —otro judío neoyorquino— de Las poseídas de Stepford, Un beso antes de morir o La trampa de la muerte. También es otro capítulo, salvaje e implacable, de una larga tradición de comedias que versan sobre el tema eterno de la guerra de los sexos.

Desde las clásicas screwball comedies de los treinta y cuarenta, como Luna nueva (1940) de Hawks, adaptación de la obra teatral de Ben Hecht y Charles McArthur (varias veces llevada a la pantalla); pasando por la deliciosa ¿Cómo matar a la propia esposa? (1965) de Richard Quine, la terrorífica y revolucionaria ¿Quién teme a Virginia Woolf? (1966) de Mike Nichols, según obra de Edward Albee; la agridulce Dos en la carretera (1967) de Donen, o la directamente titulada Guerra entre hombres y mujeres (1972) de Shavelson, inspirada en relatos de James Thurber, hasta llegar a El honor de los Prizzi (1985) de Huston, novela de Richard Condon; Wilt (1989) de Michael Tuchner, según el best-seller de Tom Sharpe (parecido a ¿Cómo matar a su propia esposa? en más de un detalle); Crueldad intolerable (2003) de los Coen o Sr. y Sra. Smith (2005) de Doug Liman, el panorama es el de un duelo a muerte entre maridos y mujeres, que aunque generalmente se salda con la reconciliación, en otras ocasiones, como en La guerra de los Rose, puede acabar fatal.

Elizabeth Taylor y Richard Burton, ficción y realidad se funden en Quién teme a Virginia Wollf (1966)
Elizabeth Taylor y Richard Burton, ficción y realidad se funden en Quién teme a Virginia Wollf (1966)

Daría la impresión de que esta guerra de sexos en la ficción está en manos de hombres. Que son ellos quienes escriben, dirigen y dan su versión de los hechos, inevitablemente sesgada hacia la misoginia e incluso el machismo. Pero la sorpresa es que cuando son directoras y escritoras las que toman el papel de cronistas de guerra, las cosas no suelen ser muy distintas. Pensemos en la larga lista de escritoras de thriller que han presentado matrimonios tan disfuncionales o más que los citados, donde tanto mujeres como hombres traspasan los límites de la locura.

De la Patricia Highsmith de Aguas profundas, llevada al cine por Adrian Lyne en 2022, a la Gillian Flynn de Perdida, película de David Fincher en 2014; de la Margaret Millar de Las puertas de hierro a la Daphne Du Maurier de Rebeca y Mi prima Rachel, por citar algunas, son muchas las que han descrito la descomposición de la pareja con auténtica crueldad, sin parar mientes en mostrar personajes femeninos tan despiadados como sus contrapartidas masculinas si no más. En la comedia y el humor, tampoco faltan ejemplos: cineastas como la genial Elaine May, con sus ácidas Corazón verde (1971) y El rompecorazones (1972), o escritoras como Dorothy Parker, Anne Tyler, Fay Weldon, Nora Ephron, Rumena Bužarovska, Lorrie Moore, Zoë Heller e incluso, ¿por qué no?, Helen Fielding y su Bridget Jones, donde la guerra de sexos está más o menos dividida equilibradamente, repartiendo un poco a todos y a todas.

Aguas profundas (2022), el matrimonio (in)feliz según Patricia Highsmith
Aguas profundas (2022), el matrimonio (in)feliz según Patricia Highsmith

En definitiva, La guerra de los Rose, una de las más salvajes sátiras del matrimonio pero también de la sociedad moderna obsesionada por el éxito material (publicada en 1981, con Reagan recién elegido presidente, su mensaje sigue siendo de actualidad en la América de Trump), es también una cautionary tale. Un lúcido recordatorio de que en la guerra de los sexos, si no se firman acuerdos, nadie gana. Y quizá la ficción, el thriller y el humor, sean la mejor manera de entender y superar nuestras crisis, mucho más barata y divertida que psicólogos, terapeutas y abogados.

Como decía, precisamente, el psicólogo Michael Vincent Miller en su libro Terrorismo íntimo (Destino, 1996): “En La pícara puritana y otras películas de esta clase, como Historias de Filadelfia o La costilla de Adán, el matrimonio protagonista normalmente se separa o está a punto de hacerlo debido a la desconfianza y las diferencias. Después de numerosos sufrimientos, que van de lo sublime a lo ridículo, los cónyuges alienados terminan por elegirse mutuamente de nuevo. Sin embargo, ninguno de los dos escapa con su personalidad indemne. Marido y mujer se ven obligados a sufrir una educación a base de golpes duros y dolorosos que los prepara para vivir juntos en una intimidad civilizada. Si se me encargara el diseño de una terapia conyugal que ofreciera a nuestra cultura un ideal avezado para la intimidad adulta, simplemente la basaría en estas comedias…”. Sigamos el consejo: evitemos el delirante final, tragicómico y feroz, de Jonathan y Barbara Rose.

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