Halloween ya está aquí. Mientras todos se preparan para la noche más terrorífica del año, ya sea preparando espeluznantes disfraces, decorando sus casas, o incluso pensando dónde van a festejar; el mundo cultural también mira hacia el género de terror. Ya sea en exposiciones, en literatura o en televisión, el miedo está viviendo una época dorada donde la creatividad se da la mano con el gusto del público. El caso del cine de terror es, en este sentido, de los más interesantes.
El cine de terror ha cambiado mucho con el paso de los años. Desde estilos más concretos como el gótico de los años 30 y 40 (El fantasma de la opera, Drácula de Todd Browning), que competía con las monster movies (El hombre invisible, Werewolf of London) por la atención del público hasta la mayor atención por la psicología del terror, los asesinos en serie y los psicópatas que abrió Psicosis de Alfred Hitchcock, sin olvidarnos de la ola Satanic Panic de los 70 (La Semilla del Diablo, El Exorcista) o el cine Slasher (La Matanza de Texas, Halloween). Hoy, sin embargo, el cine de terror se ha diversificado tremendamente, liberándose de las ataduras y las modas que lo encorsetaban en décadas anteriores.
En el último par de décadas, han emergido muchos nuevos cineastas que han sabido aplicar nuevas técnicas y estilos a un cine que ya parecía abocado a las mismas reglas de siempre. Frente al mandato del susto fácil y el cine marcadamente comercial, la nueva propuesta que presentaban era más propia del cine de autor, dando el poder de espeluznar al espectador al lenguaje cinematográfico. Así, las películas del género empezaron a alcanzar las más altas cotas de calidad, regresando a los grandes premios y manteniendo el cariño de un público ávido de nuevas historias. Sin embargo, para el sistema industrial, el cine de terror seguía siendo uno menor. Esto se traducía en presupuestos más reducidos, pero también en una supervisión menos estrecha, lo que daba a los creadores una amplia libertad creativa, que aprovecharon para analizar, desde el género, grandes temáticas sociales, políticas y actuales. En un modelo de cine que siempre ha sido tan pasional, estos nuevos creadores, apostaron por una gran reinvención y experimentación, que fue tanto temática, como estética y estructural, dándole una nueva vuelta a tropos clásicos del género.

El papel de la mujer en el cine de terror
Particularmente hay un cambio sin el que no se entendería esta nueva edad del cine de terror: el papel de las mujeres en estas películas, tanto cuando son personajes en escena, como cuando se colocan detrás de la cámara.
Tradicionalmente, las mujeres en el cine de terror habían sido siempre vistas como víctimas, presas fáciles y virginales acechadas por un monstruo o un asesino. En el otro extremo, otros las representaron, por el contrario, como embaucadoras, atractivas y sexualmente activas (es el caso de la conocida figura de la Femme Fatale). Los guiones de estas películas parecían regodearse en la manera en cómo estas serían perseguidas, torturadas o amenazadas por circunstancias que tenían que ver con esa condición de sexo débil, funcionando más que como un caldo de cultivo de situaciones universales terroríficas, en una fantasía de poder camuflada.
Además, los papeles concernientes a lo femenino siempre habían estado estereotipados por roles de género muy hegemónicos: poseída, final girl, bruja, etc. que no dejaban evolucionar a los personajes femeninos ni desarrollar una personalidad o conflictos propios, como sí han tenido siempre los personajes masculinos. Incluso no se les exigía. Era suficiente con que cumplieran ese rol, ese estereotipo del género. Así, tropos tan clásicos como el de la final girl acababan convirtiéndose, no en una mujer fuerte, capaz de ser más inteligente, fuerte y valiente que el resto de sus compañeros e incluso del asesino o monstruo que la persigue; sino que se la representaba como la que más sufría y que, al final, se podía salvar por mera suerte o por la aparición inesperada en forma de Deus Ex Machina de alguna fuerza mayor… siendo en ocasiones, de hecho, un hombre.

Por suerte, los avances del género (y de la industria, que poco a poco da más oportunidades a estas nuevas creadoras) han empezado a cambiar esto. Un ejemplo perfecto es el de La Bruja (2015) de Robert Eggers. Con una psicología profunda y retorcida de sus temas y su propia protagonista, la película gira el concepto de las brujas para darle un enfoque terroríficamente liberador. Poco a poco, se empiezan a escribir historias que se acercan más a la realidad femenina, profundizando en sus propias necesidades. Se busca poner en escena nuevas metáforas de los miedos sociales, dando un giro a los roles y clichés constantes sobre las mujeres en el cine de terror.
Las creadoras que han revolucionado el género
Independientemente del subgénero del terror (slasher, thriller psicológico, rape & revenge), estos nuevos creadores están encontrando en el terror un género perfecto para, dadas las ansiedades colectivas y globales, desde lo más global hasta los miedos del día a día, evocar las inquietudes de existir en incertidumbres tan graves como numerosas. Estos nuevos artistas están dignificando el cine de terror como merece, y dándole al miedo la forma metafórica que necesitaba y que siempre tuvo, hablando de cosas importantes y jugando con el género para transformarlas. Al fin y al cabo ¿no es eso el cine, no es eso el arte? Por mencionar unos pocos: la migración (His House); la salud mental (Smile 2); la masculinidad tóxica (The Invisible Man); el fanatismo (Heretic); los problemas de pareja (Midsommar); la disforia de género (I Saw the TV Glow); la ecología (In the Earth); las relaciones sexuales (It Follows); La política (The Purge); la maternidad (Huesera: The Bone Woman; Mother’s Baby) y el duelo (The Babadook; Hereditary; Talk to Me; Bring Her Back, etc.).

Si nos paramos a analizar estas películas, salta a la vista cómo la gran mayoría tienen a la mujer en un papel central, ya sea por sus protagonistas o por el equipo detrás de su realización. Un grupo de mujeres en los últimos años han conseguido, quizá sin proponérselo, revolucionar el cine de género. Si el año pasado Coralie Fargeat sacudió los cines de todo el mundo con su explosiva La Sustancia, unos pocos años antes, en 2021, fue Julia Ducournau la que nos trastornaba con la impactante Titane. Y no solo resultaron sorprendentes, si no que triunfaron entre público y crítica, y conquistaron a los académicos: la primera estuvo nominada a cinco premios Óscar y ganó el premio a mejor guión en el festival de Cannes; donde la segunda ganó el premio grande, la Palma de Oro. Ambas han desarrollado carrera en el género. Fargeat dedicó su opera prima al Rape & Revenge más extremo y visceral con Revenge en 2017 y participó en la serie fantástica de Netflix, Sandman. Por su parte, Ducornau empezó su carrera con el film caníbal Crudo, colaboró en la serie de M. Night Shyamalan Servant y está por estrenar Alpha, que tiene pinta de que va a dar mucho que hablar.
Jennifer Kent es otra cineasta que está empujando muy fuerte desde Australia. Con apenas dos largometrajes, estuvo en el inicio mismo de esta tendencia. En 2014 estrenó su impresionante The Babadook, un espeluznante estudio sobre el duelo y las relaciones materno-filiales que la puso rápidamente en la primera línea del panorama internacional. Su segunda película, The Nightingale y su participación en la antología de terror de Guillermo del Toro y Netflix El Gabinete de Curiosidades de Guillermo del Toro, en el episodio Murmullo, la acabó por convertir en un referente total del género en los últimos años.

Otra que tuvo un episodio en la serie de Netflix fue Ana Lily Amirpour. Su episodio La Apariencia habla de las presiones estéticas impuestas sobre las mujeres, que las hacen llegar hasta límites insoportables. La directora inglesa se ha prodigado en la televisión, habiendo dirigido episodios para series como Castle Rock o la nueva edición de The Twilight Zone, pero los grandes festivales también la han encumbrado. En 2016 ganó el Premio Especial del Jurado del festival de Venecia con The Bad Batch y sus otros tres largometrajes también requieren mención: Una Chica Vuelve a Casa Sola De Noche, donde le da una vuelta al tema del acoso callejero en una historia de vampiros; la lunática Amor Carnal y su último film Mona Lisa y la luna de sangre.
Igual que ellas, cineastas tan interesantes como Jane Schoenbrunn (We’re All Going To The World’s Fair, I Saw The TV Glow), Rose Glass (Saint Maud, Sangre en los labios), Caroline Lindy (Your Monster), Halina Rejin (Bodies, Bodies, Bodies) o la española Carlota Pereda (Cerdita, La Cola del Diablo, La ermita); no solo están participando en este resurgir del cine de terror, sino que apenas están comenzando sus carreras. El futuro del cine de terror pasa por autoras totales como ellas, que quieran llevar el género a algo creativo, importante y que hable de experiencias universales que nos conciernen a todos.






