Mujeres no objeto

Las vendas de los pies chinos

Espido Freire muestra la astucia de las mujeres y rescata un universo condenado al silencio por los historiadores tradicionales a través de 31 objetos

Espido Freire
Imagen de Kiloycuarto.

“Pies pequeños, pies bonitos.” Así comenzaba la sentencia que definiría el destino de millones de mujeres chinas durante siglos. La práctica del vendado de pies surgió en el siglo X en la corte imperial Song, cuando las bailarinas de pies arqueados se convirtieron en objeto de fascinación. Su andar peculiar, limitado y vacilante, transmitía sensualidad. Con el tiempo, esa costumbre se extendió como epidemia entre las mujeres nobles. Las pobres quedaban excluidas: con pies vendados no se podía trabajar.

Hasta entrado el siglo XX, el vendado —una venda de lino apretada que impedía el crecimiento normal del pie— no fue considerado una mutilación sino un canon estético. Se llamaban “pies de loto”, y cuanto más pequeños, mejor. Algunas interpretaciones recientes, como la de la antropóloga Laurel Bossen, sugieren que además de erotismo y estatus, hubo razones económicas: al mantener a las niñas inmóviles, se aseguraba su dedicación a trabajos domésticos como hilar, tejer o bordar. Pero incluso si hubo un afán productivo detrás, el precio era alto.

El procedimiento comenzaba entre los dos y cinco años. Primero se ablandaban los pies en agua caliente con hierbas. Luego se cortaban las uñas, se doblaban los dedos hacia la planta hasta fracturarlos y se rompía el arco para que el pie se plegara sobre sí mismo. Las vendas se apretaban en forma de ocho, en torno al talón y al empeine. Así, los dedos quedaban metidos bajo la planta. Era invierno cuando se hacía: el frío adormecía el dolor. Las infecciones eran frecuentes. Para evitarlas —o provocarlas— se recurría a prácticas tan macabras como incluir fragmentos de teja o vidrio entre los vendajes. A veces, se arrancaban las uñas de raíz. Algunas niñas morían por septicemia.

Los pies se desvendaban y vendaban cada día en las clases altas. Se lavaban, se masajeaban, se cortaban las uñas, pero eso no evitaba el hedor ni el sufrimiento. Los zapatos —de apenas 7 centímetros— ocultaban la realidad. El pie de loto debía mantenerse siempre cubierto. Verlo desnudo rompía el hechizo. Lo erótico era lo insinuado, no lo real. Incluso la forma de caminar, oscilante, en equilibrio precario, se consideraba refinada. La torpeza era elegancia. El dolor, feminidad.

Aunque los manchúes, cuando conquistaron China en 1644, prohibieron el vendado, la costumbre resistió. Se diseñaron entonces zapatos especiales —las llamadas “cestas de flores”— con plataforma central que imitaban el paso tambaleante del pie deformado. Aunque no se vendaban los pies, se reproducía la estética.

En el siglo XIX, los misioneros cristianos, liderados por Timothy Richards, promovieron un movimiento contra el vendado. Hallaron aliados entre jóvenes educados en Europa que veían la costumbre como un vestigio bárbaro.  En 1902, la dinastía Qing prohibió oficialmente la práctica. Los nacionalistas y, después, los comunistas, mantuvieron esa prohibición. Pero en zonas rurales, el vendado persistió hasta bien entrado el siglo XX.

Algunas estimaciones sugieren que en el siglo XIX, la mitad de las mujeres chinas tenían los pies vendados. Entre la aristocracia el porcentaje rozaba el cien por cien. No solo era símbolo de belleza, sino de valor matrimonial. Una hija con pies de loto podía ser un mejor partido. Incluso las  familias pobres vendaban a una hija para intentar asegurarle un buen marido, una estrategia social, un salto sobre los huesos rotos.

Hoy, las últimas mujeres con pies vendados han desaparecido, pero el pie de loto sigue siendo un  recordatorio de lo que se sacrificó en nombre de la virtud, la obediencia y la belleza. No solo en China: cada cultura ha tenido su propia venda, su modo particular de contener, deformar o invisibilizar el cuerpo femenino. Este fue solo uno de los más extremos. Pero no el único.

Espido Freire, autora de La historia de la mujer en 100 objetos ed.Esfera Libros, ha seleccionado 31 para una saga veraniega en Artículo14 donde hace un recorrido por algunos de los objetos que más han marcado a las mujeres a lo largo de su historia.

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