Más allá de la víctima: la revolución femenina en el thriller

Las narrativas del suspense se han convertido en un laboratorio donde se ensayan nuevas formas de poder y vulnerabilidad

Lisbeth Salander - Cultura
Lisbeth Salander en 'Millennium: Los hombres que no amaban a las mujeres'.
Columbia Pictures

Durante décadas, el thriller fue un terreno sembrado por hombres. Ellos resolvían los crímenes, perseguían la sombra, se adentraban en la oscuridad y regresaban, de algún modo, con la gloria o la culpa. Las mujeres, en cambio, quedaban relegadas a los márgenes del suspense: víctimas silenciosas, amantes fatales, cuerpos hallados entre la penumbra y la lluvia. Pero ese equilibrio —o más bien, ese desequilibrio— empezó a tambalearse cuando las mujeres en el thriller comenzaron a escribir, protagonizar y dirigir sus propias historias. Cuando dejaron de ser la excusa del misterio para convertirse en su raíz más profunda.

De la sombra a la sospecha

El patriarcado literario y cinematográfico definió durante casi todo el siglo XX el papel de las mujeres en el thriller. En los años del cine negro, la “femme fatale” emergía como un espejismo de poder: seductora, manipuladora, fascinante. Pero en realidad, su destino estaba sellado desde la primera escena. Era un personaje condenado a pagar su libertad con la muerte o el castigo moral. Detrás de ese brillo, lo que latía era el miedo masculino al deseo femenino. El miedo a la mujer que ya no necesitaba ser salvada.

En la novela policíaca clásica, las mujeres eran víctimas o testigos, piezas de un tablero donde los hombres se movían como dioses del orden y la lógica. La dama asesinada en el callejón, la esposa que desaparece, la secretaria que sabe más de lo que aparenta. Su función era mantener la tensión, ser el reflejo del peligro o el desencadenante del drama. No importaba su voz, sino su silencio.

Esa mirada, profundamente patriarcal, convertía el cuerpo femenino en escenario del crimen, en símbolo del misterio. Las mujeres no podían investigar: eran lo investigado. No narraban la historia: eran la historia contada por otros. Así, el thriller reprodujo la estructura social que lo sostenía: hombres que hablan, mujeres que callan; hombres que observan, mujeres que son observadas.

La grieta y la voz

Sin embargo, las grietas empezaron a abrirse. Agatha Christie, con la sutil ironía de Miss Marple, ya había demostrado que la inteligencia femenina podía ser un arma de precisión. Dorothy L. Sayers hizo lo mismo con Harriet Vane, su detective intelectual y libre. Pero fueron minoría en un océano de detectives de sombrero y cigarrillo.

Las mujeres en el thriller
Una fotografía de archivo de la escritora Agatha Christie.
RTVE

El cambio real comenzó cuando las mujeres en el thriller ocuparon el centro de la narración. Ya no eran la excusa, sino el enigma. Autoras como Patricia Highsmith construyeron personajes femeninos y masculinos moralmente ambiguos, demostrando que el suspense no se nutría del crimen, sino del deseo y la culpa. Luego llegaría Gillian Flynn con Perdida, donde Amy Dunne dinamita el arquetipo de la “chica perfecta” y se convierte en una manipuladora lúcida, una mujer consciente del papel que el patriarcado le exige representar y que decide usarlo en su favor.

Ese fue el momento en que el thriller comenzó a escucharlas. A oír cómo las mujeres narraban el miedo desde dentro, no como víctimas, sino como testigos de su propio terror. A entender que el suspense podía habitar en la vida cotidiana, en el matrimonio, en la soledad o en la sospecha. Las mujeres en el thriller habían tomado el control de su relato. Y en ese asalto había algo profundamente político.

La inteligencia, el atractivo y la herida

En la cultura popular, las mujeres en el thriller actuales suelen ser descritas como inteligentes, complejas, atractivas. Es una triple exigencia que no se impone del mismo modo a los hombres del género, esos detectives rotos, alcohólicos, atormentados por la guerra o el pasado. Mientras a ellos se les perdona la ruina emocional, a ellas se les exige lucidez. Deben ser brillantes pero vulnerables, hermosas pero inaccesibles, racionales y emotivas a la vez.

Esa dualidad procede del mismo sistema que trató de mantenerlas bajo control. El patriarcado redefine la fortaleza femenina como una forma de perfección imposible: la mujer que resiste el horror sin perder el equilibrio, que investiga mientras cuida, que sobrevive sin ensuciarse las manos. Sin embargo, las mejores mujeres en el thriller contemporáneo rompen ese molde. Son contradictorias, furiosas, imperfectas. Pueden mentir, fallar y matar. Y en esa imperfección reside su verdad.

La figura de la “final girl”, heredera del cine de terror, también se ha infiltrado en el thriller moderno: la superviviente que vence al monstruo, que escapa del depredador, pero que nunca sale ilesa. El miedo, en su caso, no es solo narrativo: es estructural. La violencia que la acecha es una extensión del patriarcado, una metáfora del mundo real.

Patriarcado y poder narrativo

El thriller, como género, siempre ha girado en torno al control: quién sabe la verdad, quién la oculta, quién tiene el poder de mirar. En ese eje, el patriarcado fue durante mucho tiempo el narrador omnisciente. Los hombres controlaban la información, definían el bien y el mal, decidían quién merecía justicia. Las mujeres estaban destinadas a ser parte del misterio, no su solución.

Las mujeres en el thriller
Imagen promocional de la serie ‘Killing Eve’.
AMC

Pero el cambio cultural y social ha ido desplazando ese centro de poder. Ahora, el thriller también es un territorio donde las mujeres cuestionan las estructuras que las silenciaban. En Killing Eve, la asesina y la investigadora se enfrentan en un duelo donde el deseo y la moral se confunden. En La chica del tren, la narradora poco confiable deja de ser una víctima pasiva y se convierte en el eje del suspense psicológico. Y en The Fall, Gillian Anderson interpreta a una inspectora fría y metódica que desactiva uno a uno los clichés de género.

El patriarcado sigue presente, claro. Está en la sospecha constante, en el cuestionamiento de su autoridad, en la duda sobre su credibilidad. Está en el escepticismo de los compañeros, en los medios que la acusan de histérica, en los hombres que no soportan su frialdad o su intuición. Pero ahora, esas tensiones se narran desde dentro. Las mujeres en el thriller ya no son el reflejo del sistema: son quienes lo ponen frente al espejo.

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